Barcelona se enfrenta a un duro éxodo de empresas

La política fomentó un profundo malestar en la ciudad, una de las más visitadas de Europa. La delincuencia callejera va en aumento y hay desánimo entre muchos residentes.

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El abuelo de Pau Guardans mira desde su retrato en la pared, que separa las estanterías de una biblioteca con paneles de madera dentro del Gran Hotel Central de Barcelona. El establecimiento de lujo fue inaugurado en 2005 por Único Hotels, un grupo fundado por Guardans, que añadió una piscina infinita en la azotea a un edificio cuya entrada de piedra aún conserva los surcos de los carros tirados por caballos. Francesc Cambó, un político catalán antepasado de Guardans, lo construyó como vivienda en 1922.

Así que la venta del hotel supuso un gran dolor. Cuando Único se desprendió de él en 2021, no sólo se deshacía de un activo de u$s 99 millones, sino que rompía un vínculo familiar. Sin embargo, Guardans decidió que era hora de seguir adelante. En Barcelona, uno de los destinos más visitados de Europa, la política había fomentado un profundo malestar.

La actual alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, una ex activista de izquierdas que se presenta a la reelección este año, llevaba ya seis años en el cargo. Su visión era la de una ciudad más verde e integradora, lo que significaba frenar el "caos" del turismo de masas y la especulación inmobiliaria. Pero para los empresarios se había ganado la reputación de enemiga de la empresa y el crecimiento.

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También estaba fresco el recuerdo del controvertido referéndum sobre la independencia de Cataluña en 2017, que produjo imágenes virales de policías antidisturbios españoles golpeando a personas que intentaban votar y la peor crisis constitucional en décadas. Dos años más tarde llegaron semanas de enfrentamientos entre manifestantes y la policía regional después de que nueve líderes separatistas fueran condenados a penas de prisión, y la violencia estalló en bulevares acomodados como la Via Laietana, sede del Gran Hotel Central.

Era una combinación desagradable para Guardans, cuyo grupo vendió el hotel a la división inmobiliaria de la gestora de activos Schroders. "Las empresas votan yéndose", afirma. "No se manifiestan saliendo a la calle y gritando. Lo hacen diciendo no a la siguiente inversión, y a la siguiente".

Único no fue el primer ejemplo de salida de capital catalán ni el último. Desde el referéndum, que finalmente fue declarado ilegal por el más alto tribunal español, más de 8.200 empresas han trasladado su sede social de Cataluña a otras partes de España. La mitad de ellas se instalaron en Madrid, la gran rival de Barcelona. En los tumultuosos días que siguieron a la votación, algunas de las empresas que se apresuraron a marcharse fueron CaixaBank y Sabadell, dos de los cuatro mayores bancos de España; Naturgy, una de las tres mayores eléctricas del país; Cellnex, el mayor propietario de torres de telefonía móvil de Europa; y el Grupo Planeta, una de las mayores editoriales de libros de Europa.

El cambio no ha supuesto necesariamente el traslado de empleados o instalaciones fuera de Barcelona, centro económico de la región. Pero ha desplazado las reuniones de los consejos de administración y los centros de poder a otros lugares. "Más que una pérdida de capacidad económica, ha sido una pérdida de reputación", afirma Jordi Casas, jefe de personal de Foment del Treball, el grupo empresarial más antiguo de la región. "Ha afectado al prestigio de Cataluña como lugar favorable para hacer inversiones. Aquí es donde nos ha perjudicado".

Esas decisiones contribuyeron a convertir una incipiente sensación de inquietud en Barcelona en desánimo. Incluso mientras desaparece la resaca del Covid-19 que sufrieron tantas ciudades, la Ciudad Condal se ve acosada por la sensación de que ha perdido el rumbo, de que ha perdido su energía. Muchos residentes que quieren amar la ciudad se lamentan de que algo va mal, ya lo detecten en los robos callejeros, las avenidas llenas de basura y los atascos, o en la falta de nuevas infraestructuras y atracciones culturales. En una encuesta publicada por el ayuntamiento de la ciudad en diciembre, dos tercios de los residentes afirmaban que el estado de Barcelona había empeorado en el último año. Señalaban a la inseguridad como su mayor problema. 

Pepi Martínez, una jubilada del barrio obrero de La Marina, afirma que la ciudad ha perdido su encanto y puede resultar insegura. "Antes bajabas a la Avenida del Paralelo", recuerda, "y siempre había actividad, los teatros, los cines. Ahora la gente de mi edad no sale tanto".  

"Las empresas votan yéndose (...) No se manifiestan saliendo a la calle y gritando", dice Guardans

Al tratar de señalar la causa de los males de la ciudad, los empresarios identifican varias cosas que, según ellos, el movimiento separatista tiene en común con Colau, que no es independentista: un diagnóstico populista erróneo de las causas del descontento económico; una falta de cooperación por encima de las divisiones políticas; y una introversión que hace que los líderes den la espalda al mundo.

Esto no significa que Barcelona haya perdido sus ventajas intrínsecas: tiene un clima mediterráneo, playas de arena y montañas esquiables cerca; está bendecida por la arquitectura de los escarpados palacios medievales y el modernismo idiosincrásico de Antoni Gaudí; su patrimonio de deliciosa cocina catalana y arte surrealista sigue vivo. Pero según sus propios criterios, está decayendo.

"Es una ciudad asombrosa y tiene cualidades increíbles y únicas", afirma Michael Goldenberg, director general estadounidense de Value Retail Management, un operador de centros comerciales, que vive en Barcelona desde hace 27 años. "Pero no está alcanzando su potencial. Está muy claro que, quedándose parada, está retrocediendo".

Capital del Mediterráneo

Los Juegos Olímpicos de 1992 fueron la fiesta de presentación de Barcelona, la culminación de años de regeneración urbana que convirtieron una ciudad de plantas de maquinaria y fábricas químicas en un punto de atracción turística. Las autoridades rehabilitaron playas que los residentes nunca habían visitado porque eran patios industriales. Surgieron nuevos parques y plazas. Aparecieron imágenes icónicas de saltadores olímpicos con la basílica de la Sagrada Familia de fondo. Se hablaba de Barcelona como la capital del Mediterráneo.

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Wayne Griffiths recuerda la efervescencia preolímpica cuando se trasladó allí desde Reino Unido con 25 años en 1991. "La ciudad era tan abierta, tan positiva, tan optimista y tan orgullosa de sí misma", afirma. Tres décadas después, el ambiente es más sombrío. Ahora consejero delegado de Seat, el fabricante de automóviles propiedad de Volkswagen, Griffiths dirige dos fábricas de componentes y cajas de cambio en la ciudad y una planta de automóviles en la cercana Martorell. En 2016 apostó por convertir la ciudad en parte de la marca de la compañía. Uno de sus lemas es "Inspirando al mundo desde Barcelona". En ocasiones, esa elección ha resultado dolorosa.

"Tuvimos algunos momentos realmente malos con Barcelona como marca", explica, haciendo una mueca de dolor al recordar a los manifestantes rompiendo las cristaleras de la sala de exposiciones Casa Seat en el Paseo de Gracia durante los disturbios más recientes en 2021. "Cuando la ciudad arde, cuando la ciudad está fuera de control (...). Obviamente, fue un trasfondo terrible".

Culpa a una clase política que ha sido consumida por el polarizado debate sobre la independencia, una cuestión empujada desde los márgenes a la corriente dominante alrededor de 2010 por la crisis económica de España y la decisión de un tribunal de anular las reformas para dar a Cataluña nuevos poderes. "Se encerraron en sí mismos y en su dogma", dice Griffiths de los políticos, subrayando que su crítica se dirige a ambas partes. "A veces hay que avanzar. No quedarse atrás".

Salvador Illa, el líder del partido socialista catalán, describe el periodo como la "década perdida" de Cataluña. Aunque muchos catalanes se ven a sí mismos como una nación aparte dentro del Estado español, afirma que la secesión no es una solución a los males económicos de la región como no lo fue la salida de la UE para los de Reino Unido. Entre sus prioridades figuran los grandes proyectos de infraestructuras que interesan a las empresas, como la mejora de las conexiones por carretera y ferrocarril para unir el área metropolitana de Barcelona, donde residen 5 millones de personas.

Las empresas también quieren que se amplíe el aeropuerto de Barcelona. Por él pasan 5 millones de pasajeros al día, y Aena, la autoridad aeroportuaria, ha propuesto una ampliación de la pista de u$s 1800 millones para que pueda recibir más vuelos de larga distancia, lo que lo convertiría en un punto de tránsito para los viajeros procedentes de Asia. Pero el plan está estancado porque el Gobierno catalán lo bloquea desde 2021, alegando cuestiones medioambientales.

La semana pasada, sin embargo, algo cambió. El Gobierno en minoría encabezado por el presidente Pere Aragonès de la formación independentista Esquerra Republicana, llegó a un acuerdo con los socialistas de Illa para aprobar un presupuesto para 2023 que incluía la ambigua promesa de estudiar "el aumento de la capacidad" del aeropuerto. Fue el primer acuerdo entre partidos independentistas y anti independentistas en más de una década. "Las cosas empiezan a moverse en la buena dirección", afirma Griffiths, de Seat.

Desde el referéndum, más de 8200 empresas han trasladado su sede social de Cataluña a otras partes de España

Los impulsores de Barcelona no necesitaron un acuerdo presupuestario para descartar las opiniones pesimistas sobre la ciudad. Barcelona Global, una asociación que intenta atraer a expatriados, señala una lista de nuevas inversiones desde la pandemia del Covid: Centros de IA de Apple y Microsoft, oficinas de Amazon y Google, centros de innovación de Siemens y Bayer, centros digitales de PepsiCo y SAP. Cisco pretende crear un centro de diseño de chips e Intel tiene previsto abrir un laboratorio conjunto con el Barcelona Supercomputing Center.

Sin embargo, las cifras totales de inversión extranjera arrojan una luz distinta. Aunque Cataluña ha atraído entre u$s 6000 millones y u$s 9000 millones de capital extranjero en cada uno de los últimos años, esas cifras han descendido considerablemente desde los más de u$s 17.000 millones, según datos del Ministerio de Industria. La Comunidad de Madrid, por el contrario, registró un récord de inversiones de u$s 100 mil millones en 2018. "Hemos perdido muchas oportunidades", asegura Casas en Foment del Treball.

El grupo empresarial quiere volver a atraer a las grandes empresas catalanas que trasladaron sus sedes a otros lugares. Pero los ejecutivos corporativos advierten que la idea de volver no está sobre la mesa. "Para nosotros, la situación actual es neutral, así que ¿para qué volver a agitar las cosas?", dice uno de ellos. "Nadie en el Gobierno nos pide que volvamos", señala otro. "Si una empresa se fue por una razón política, necesita una razón política para volver".

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En los días de pánico de 2017, los clientes sacaron dinero de los bancos catalanes y las empresas huyeron por miedo a que una declaración unilateral de independencia les dejara en tierra de nadie: fuera de la UE, aislados del Banco Central Europeo, sin saber qué moneda o leyes eran válidas. Cuando llegó la declaración, Madrid la anuló imponiendo el gobierno directo. Hoy, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez afirma que la lucha por la independencia ha terminado y que está volviendo la coexistencia pacífica, en parte porque indultó a los nueve líderes separatistas encarcelados en 2021 y aprobó reformas del código penal para reducir las penas a un grupo más amplio el pasado diciembre.

Pero el 41% de los catalanes sigue apoyando la independencia, según la última encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió, una agencia oficial de sondeos. Aragonès afirma que su objetivo es convertir esa cifra en una mayoría, y luego persuadir al Gobierno central para que acepte la celebración de un referéndum. A la pregunta de si eso generaría más inestabilidad, responde: "Estabilidad no significa que no haya reformas (...) Si la sociedad avanza y las instituciones se quedan atrás, eso puede significar estabilidad hoy, pero inestabilidad mañana (...) La mejor manera de garantizar la futura estabilidad es resolver los problemas presentes. Y hay un problema entre Cataluña y España".

Una ciudad difícilmente vendible

Para Colau, la Barcelona que iba por mal camino era la que ella heredó cuando se convirtió en alcaldesa. Uno de sus principales logros, según ella, ha sido la doma del "capitalismo desbocado" de su predecesor, Xavier Trias. "Ya no estamos en una ciudad que sólo apuesta por la especulación inmobiliaria, llena de coches y contaminación, con un turismo fuera de control", afirma. "Hemos recuperado el orden y apostamos por la diversificación económica".

Colau ve en la tecnología una forma de reducir la dependencia del turismo. Cita un informe de la consultora inmobiliaria CBRE, según el cual Barcelona concentró el 70% de las contrataciones en el sector tecnológico en España en 2021, y elogia su distrito "22@", orientado a lo digital. La tasa de desempleo de la ciudad, del 9%, es inferior a la de Madrid.

Ha puesto freno a los apartamentos tipoAirbnb y ha dado prioridad a la construcción de vivienda pública, citando el uso de contenedores marítimos reciclados para crear un edificio de 42 viviendas de la "más alta calidad". Pero los inversores inmobiliarios detestan su exigencia de que el 30% de los nuevos proyectos residenciales privados sean también de vivienda pública, ya que se trata de una herramienta contundente que disuade al capital privado.

Su iniciativa medioambiental emblemática es la creación de "supermanzanas", islas peatonales de vegetación y asientos en el centro de intersecciones antes congestionadas, donde se disuade, si no se prohíbe, el tráfico de paso. A los residentes les encanta la tranquilidad resultante, pero existe un intenso debate sobre si la congestión se ha trasladado simplemente a las calles vecinas.

El escritor catalán Jordi Punti afirma que existe una gran distancia entre las teorías idealistas de Colau y su aplicación práctica, y señala a los sin techo que se refugian por la noche cerca de su casa, en el Barrio Gótico. "Lo está haciendo bien en las grandes cuestiones, pero el día a día no es tan bueno. Hay mucha gente descontenta con detalles muy concretos".

En los últimos sondeos, Colau ocupa el segundo o tercer puesto en la carrera por la alcaldía, con alrededor de una quinta parte de los votos. Trias, que fue alcalde hasta 2015 y es uno de los tres principales aspirantes que se presentan contra Colau en mayo, sostiene que la antipatía de su equipo hacia las empresas es el problema de fondo: "Son activistas sociales por encima de todo que no entienden que la verdadera lucha contra la pobreza es crear actividad económica".

Pero incluso los críticos dicen que Colau ha suavizado sus ideas más radicales a lo largo de los años, señalando que pasó de denunciar el Mobile World Congress, la gran conferencia de la industria de las comunicaciones de Barcelona, a abrazarlo. "Nos equivocaríamos si vendiéramos la ciudad al primer inversor que viniera con un talonario de cheques", afirma Colau. "Tenemos nuestro orgullo (...) Por eso decimos sí a algunas inversiones y no a otras".

Aun así, la percepción de que aboga más por la prohibición que por el permiso se ha quedado grabada. La llaman la "Barcelona del no": no a la ampliación del aeropuerto; no a un hotel Four Seasons; y no, antes de la guerra de Ucrania, a una sucursal del museo Hermitage de Rusia.

Trias, que se presenta como candidato a favor de la empresa, dice que hay "dos Barcelonas". Los turistas extranjeros que vienen a pasar el fin de semana experimentan una de ellas: "La visitan, quedan encantados y se van". La otra es la ciudad de sus residentes, que le dicen que es un "desastre", asegura. "Recuerdan una Barcelona que generaba ilusión. Ahora ya no lo hace".

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