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Por qué los gobiernos son tan malos resolviendo problemas

Los errores políticos no forzados conducen a apuestas desesperadas tanto por parte de los políticos como de los votantes, lo que lleva a más errores políticos no forzados.

El mundo democrático está atrapado en un loop autodestructivo que se refuerza a sí mismo: los errores políticos no forzados conducen a apuestas desesperadas tanto por parte de los políticos como de los votantes, lo que lleva a más errores políticos no forzados. Creo que se puede decir que hay margen de mejora. Pero, ¿cómo sería un camino mejor?

A veces vale la pena buscar una perspectiva muy diferente, y yo la he encontrado en una conferencia "abreviada y extemporánea" pronunciada en 1971 ante la Asociación Americana de Psicología, inédita durante muchos años, pero que aún hoy vale una seria atención. La conferencia se titulaba Métodos para la sociedad experimental y fue pronunciada por un académico, Donald T. Campbell. En parte es un manifiesto en el que se aboga por el uso de ensayos aleatorios más rigurosos para evaluar las políticas públicas, pero es mucho más que eso.

"La sociedad experimental será aquella que pruebe enérgicamente las soluciones propuestas a los problemas recurrentes, que evalúe los resultados de forma rigurosa y multidimensional, y que pase a probar otras alternativas cuando la evaluación demuestre que una reforma ha sido ineficaz o perjudicial. Hoy no tenemos una sociedad así", comienza Campbell.

Hay mucho que explorar ahí. En primer lugar, que hay algunos problemas "recurrentes" que nunca parecen desaparecer y, sin embargo, deberíamos probar soluciones con energía. Campbell aboga por una actitud dinámica y emprendedora, pero reconoce que algunos problemas son tercos. En segundo lugar, la idea de "evaluaciones rigurosas y multidimensionales". La frase sugiere que necesitamos pruebas serias de éxito, no sólo buenas vibraciones o alardes vacíos, pero también que el rigor no debe significar una visión limitada. El éxito puede adoptar muchas formas.

Y en tercer lugar, Campbell da por sentado que muchas reformas sencillamente no funcionarán, y no deberíamos dudar en descartarlas y volver a intentarlo. Recordemos que no estamos tratando de lo fácil, sino de los "problemas recurrentes". Si fueran fáciles de resolver ya se habrían resuelto, así que tenemos que ser ágiles, no dogmáticos.

Campbell fue un pensador muy influyente en la evaluación de políticas. Su nombre perdura en la Colaboración Campbell, que reúne pruebas en materia de política social, y también en la Ley Campbell, según la cual "cuanto más se utilice cualquier indicador social cuantitativo para la toma de decisiones sociales, más sujeto estará a presiones de corrupción y más apto estará para distorsionar y corromper los procesos sociales que pretende medir". Cuando las métricas sensatas se convierten en objetivos de alto riesgo, esas métricas se resquebrajan bajo presión.

Para cierto tipo de personas, la idea de que los tecnócratas lleven a cabo ensayos aleatorios para descubrir la mejor forma de gestionar las escuelas, las cárceles o el tráfico resulta muy atractiva. Pero Campbell comprendió que su utopía, su "sociedad experimental", tenía que encarnar algo más fundamental que eso. Enumeró algunos de los valores que tenía en mente. Una sociedad experimental tiene que ser activa, buscar siempre mejoras y soluciones prácticas. Tenía que ser honesta, dispuesta a criticarse a sí misma y a afrontar los hechos.

Resulta sorprendente lo diferentes que son esas virtudes de los hábitos temerosos y polarizados de hoy en día. Los populistas son temperamentalmente propensos a desestimar la experiencia, y Donald Trump, en particular, no tiene rival en su capacidad de negar las verdades más directas sobre el mundo.

Pero ni los demócratas en Estados Unidos ni el Gobierno laborista en el Reino Unido han sido parangones de dinamismo abierto. La centro izquierda padece una arrogancia quebradiza, convencida al mismo tiempo de su superioridad pero temerosa de ser atacada. Esto se puso de manifiesto en la reticencia del Partido Demócrata hasta último momento a desafiar a un Joe Biden en decadencia, y en su negativa a organizar un proceso de primarias para poner a prueba a posibles sucesores.

También es visible en las tímidas ofertas políticas de los laboristas: ningún intento serio de encontrar una relación más estrecha con la Unión Europea, y la promesa de no subir ninguno de los principales impuestos a pesar de la desesperada necesidad de ingresos. Si pensaban que el statu quo era tan terrible, ¿por qué se empeñaban en mantenerlo?

Es comprensible. No parece que vivamos en una época que premie la humildad, el reconocimiento honesto de la incertidumbre o la voluntad de cambiar de rumbo. Pero no lo sabremos con certeza hasta que un político serio lo intente.

Es natural abogar por un enfoque experimental de la política por razones de eficacia: los buenos experimentos políticos producen resultados, nos dicen lo que funciona y lo que no, y nos permiten obtener mejores resultados con menos esfuerzo. Los niños aprenden más, los delincuentes se rehabilitan, los nuevos medicamentos curan viejas enfermedades. Los resultados importan, pero no son la única razón para aspirar a una sociedad experimental. Una sociedad así valora la curiosidad, la sensación infantil de que el mundo está lleno de misterios por resolver. Valora la humildad, el reconocimiento de que nadie tiene todas las respuestas y que otros pueden saber más que nosotros. Valora la acción práctica, el impulso para hacer las cosas y resolver los problemas.

En países dominados por la ira y congelados por la polarización, no hay mucho espacio para la resolución de problemas curiosa, humilde y práctica de la sociedad experimental. Sin embargo, hay que romper el círculo vicioso. "Hoy no tenemos una sociedad así", dice Campbell. Siempre nos queda el mañana.

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