Opinión

Hacia un conflicto extremo de poderes

El abrupto desenlace de la Asamblea Legislativa 2023 ha llevado el conflicto que hoy envuelve a los tres poderes del Estado a un punto de muy difícil resolución. Tanto las acusaciones del presidente Alberto Fernández como la casi inmediata respuesta de la Corte, a través del comunicado difundido pocos minutos después por la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional - pocos minutos después, contribuyen a remarcar con trazos gruesos los términos de un conflicto de paradigmas que amenaza con paralizar al país al menos durante los meses que median hasta las próximas elecciones presidenciales.

El discurso del Presidente sorprendió a propios y extraños. A quienes auguraban, hasta el momento mismo de la Asamblea una tediosa enumeración de logros del gobierno, seguramente matizada por las excusas absolutorias de la pandemia y la guerra de Ucrania, hasta rematar en una segura autoproclamación como candidato presidencial, Fernández sorprendió con un discurso cuidadosamente enhebrado, dirigido a remarcar su rol central como árbitro y moderador de su propio frente - "con mi moderación..." Frente a los halcones, expresó su convicción acerca de la necesidad de avanzar hacia una economía basada en el equilibrio fiscal y el control del gasto público.

Afloro así el Fernández consultor político, curtido y experimentado a lo largo de varias campañas presidenciales -incluida la suya-, al cual los avatares de la historia llevaron en un golpe del destino, a una candidatura presidencial, apresurada e improvisada. En este tramo, desarrollo un discurso profesional, casi calcando el ritual y algunos tics y recursos retóricos de los últimos presidentes norteamericanos. Primo sobre todo el objetivo de remarcar su propio enfoque personal -en el ejercicio de las responsabilidades de gestión del conjunto que le delego en su momento el Frente de Todos.

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El contenido es menos importante que el continente del discurso. Es probable que su inventario de realizaciones apenas logre resistir el chequeo despiadado al que lo han sometido los archivos de los medios y las consultoras económicas. Sin embargo, Fernández logro un primer propósito inmediato. A lo largo de una hora expuso en una lectura precisa los principales rasgos de la situación económica propia de un país que, desafiando la ley de gravedad, sin embargo .... avanza.

En el fondo y en la forma fue su último discurso ante el Congreso. Casi el memorial de un Virrey en su Juicio de Residencia. En ningún momento esbozo el Presidente siquiera subliminalmente, la voluntad de una futura candidatura personal. No porque no la tenga sino sencillamente porque no fue ese su objetivo. Fernández solo intento -y en parte lo logro- describir los problemas de un país que está todavía lejos de ser la "bomba a punto de explotar" que muchos, dentro y fuera del gobierno, se empeñan en instalar.

Su inventario recorrió los principales indicadores macro de una economía que, a pesar de todo, funciona. A pesar de la falta de ideas y de la defensa cerrada de intereses corporativos que enlaza secretamente a los principales lideres del gobierno y de la oposición, el país avanza. De la mano de un sector privado cautelosos aunque consciente de las oportunidades y gracias a los esfuerzos de provincias y municipios de todo el país, la economía despega. Bajo condiciones de alta inflación y con la pesada hipoteca de una pobreza que margina a la mitad de la población. Arrastrando déficits y asimetrías estructurales, carente de instrumentos elementales para cualquier economía dinámica, el país -contra todos los pronósticos, sigue avanzando y desmintiendo los peores pronostico.

Tanto Fernández como Sergio Massa, el principal autor de este cambio de clima saben bien que de este posible cambio de humor social depende la posibilidad de estabilizar el empate que hoy guardan entre si las dos principales fuerzas políticas en pugna. Nadie está en condiciones de sacar ventaja a nadie. Nadie puede imputar al adversario las responsabilidades de la inflación, la inseguridad ciudadana o el conflicto entre Buenos Aires y el resto del país. Son factores estructurales, que envuelven a todos y sumergen a la política en un callejón sin salida.

Contra viento y marea, desafiando pronósticos apocalípticos, la economía avanza. Si bien enfrenta un horizonte cerrado y oscuro en el que es cada vez más difícil de identificar un camino de salida, la sociedad sabe que no son problemas nuevos ni exclusivos de este gobierno. Reconoce a las principales figuras de la oposición como los mismos que gobernaron hasta antes de la Pandemia. Iguales causas -conjetura el ciudadano común- seguirán produciendo iguales efectos. Sabe bien que, de no mediar un esfuerzo inmediato y urgente de concertación política y social, no habrá nada nuevo bajo el sol.

En este punto, irrumpió el segundo tramo del discurso. En un primer momento, primo el discurso cuidado del consultor socialdemócrata, empeñado más bien en proyectar las posibilidades de un multilateralismo cooperativo, a través de un desarrollismo de nuevo cuño, del tipo del inaugurado por el bipartidismo de los 80.

Sin embargo, en un segundo momento, el presidente opto por abandonar el sen duro cuidadoso de las instituciones y prefirió atravesar el blindex de la indiferencia publica a cabezazos. Salto así hacia el discurso melodramático dramático del soberanismo populista. Una metamorfosis extrema. Para los millones que observaban a través de la TV, en sus rasgos se operó una especie de transformación. Al calmo y sonriente Dr Jekyll, profesor ayudante de la catedra garantista del inolvidable "Bebe" Righi, sucedió el monstruoso Mr. Hyde. El índice presidencial amenazo con una violencia inédita en los anales del Parlamento Argentino a los dos únicos supremos que habían asumido la difícil responsabilidad de cumplir con el protocolo. Demudados, casi convertidos en estatuas de sal, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, demostraron que están preparados -como ya lo vieron en su momento Mauricio Macri y sus sequito de abogados corporativos- para misiones imposibles. Fue un alarde de experiencia y de tablas. Con las cámaras de televisión a diez centímetros, soportaron con estoicismo acusaciones que desbordaron largamente el marco actual de las acusaciones que hoy los han llevado al juicio político.

La dureza del choque desnuda la magnitud extrema del conflicto que hoy para liza a los poderes de la Constitución. Es un conflicto terminal, sin reglas y sin árbitros. Un conflicto de los que en el constitucionalismo clásico disparaba al cómodo recurso a la idea de "cuestiones políticas no justiciables". Sin embargo, en el activismo constitucional actual no queda otro camino que el de la prudente auto restricción mutua entre jueces y políticos. Virtudes que, por cierto, n o parecen caracterizar a las principales figuras de los tres poderes. Ninguno está dispuesto a tolerar la invasión y amenaza con reaccionar con vías de hecho y de derecho. Todos escalan así en sus posiciones de máxima, conscientes de que la Constitución argentina, al igual que la, carecen de un mecanismo de resolución de este tipo de conflictos.

Para los jueces, nada ni nadie puede disputarles la "última palabra" y esta no puede ser juzgada en ninguna instancia . En el extremo opuesto, para la política, en una democracia nadie tiene ningún tipo de "última palabra" . La democracia es conflicto y solo cuenta con los instrumentos del dialogo y la negociación. Si hay un árbitro de última instancia es precisamente la sociedad, expresada por la opinión pública. Una sociedad informada y cada vez más impaciente, que reclama a la política actitudes razonables que le permitan recuperar la iniciativa.

El riesgo es mayúsculo. En una serie de importante de países -casi todos los de América Latina-, esta impaciencia social termino con el sistema y todos ensayan formas diversas de reconstitución del sistema. En nuestro país, el sistema funciona. Con grandes deficiencias, pero funciona. La crisis actual vuelve a mostrar, en su tensión extrema, tanto los riesgos como las oportunidades.

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