ANÁLISIS

Dinámicas preocupantes que no aflojan

Las dinámicas macro de Argentina resultan preocupantes (no importa cuándo lo leas).

Los datos de precios al consumidor no sólo muestran que estamos en un nuevo escalón inflacionario, sino que la aceleración del primer trimestre no tiene nada que ver con el comportamiento de precios estacionales, la invasión rusa a Ucrania o la corrección de algunos precios regulados. La inflación núcleo, que puntualmente en marzo estuvo levemente por debajo del promedio, acumula en los últimos 12 meses un 57.3% de aumento, contra un 55.1% del promedio. O sea que los precios que no son regulados ni se ven afectados por el clima, y que representan 67% del índice, son los que más crecen. De hecho, en 34 de los últimos 63 meses la inflación núcleo superó al promedio, lo cual confirma que no son los esporádicos ajustes de tarifas o los saltos de los precios estacionales los que impulsan a la inflación promedio.

Es usual escuchar o leer que esta aceleración inflacionaria -que por cierto la mayoría de los economistas esperábamos dadas las políticas macro del segundo semestre del año pasado- beneficiaría al Gobierno porque podría ajustar el desequilibrio fiscal sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, se pierde de vista que para que ello suceda, lo fundamental es que el gasto crezca por debajo de la inflación. Y eso no estaría pasando. En marzo, el gasto primario del sector público nacional se incrementó un 89.7% respecto de igual mes del año pasado (una vez que se deducen los gastos relacionados con la pandemia de COVID19). Desde mediados del año pasado el gasto primario ha venido creciendo a una tasa promedio superior al 70% anual. Lo cual parecía "natural" dado el contexto electoral de entonces. Pero finalizado ya el primer trimestre, el gasto público no sólo sigue siendo la variable nominal de mayor crecimiento, sino que además muestra una clara aceleración, incluso por encima de la inflación. Por su parte, dentro de los componentes del gasto primario se observó un fuerte aumento de los "subsidios económicos", los cuales mostraron un incremento del 234% respecto de igual mes del año pasado. Lo que muestra lo difícil que será lograr cierta consolidación fiscal apelando sólo a la reducción de estos subsidios.

Es probable que, a partir de la segunda mitad del año, se verifiquen tasas de expansión del gasto primario total más bajas (dado que estaremos comparando contra los niveles más altos verificados en dicho periodo del año pasado), pero cabe preguntarse si el Gobierno querrá o podrá frenar la inercia de muchos de sus componentes. Sobre todo, cuando ya mostró que su receta frente a la aceleración inflacionaria no pasa por atacarla en sus raíces sino en sus consecuencias menos deseadas, aumentando el gasto social como mecanismo de compensación para los sectores más vulnerables de la sociedad. El Gobierno y el FMI, hablan de recalibrar el programa, para dar lugar a una inflación más alta, pero sin modificar sus metas, como si la marcha de las expectativas dependiera sólo de ellas y no de las decisiones de política económica que el Gobierno toma sin tenerlas demasiado en cuenta.

Pero el primer trimestre no sólo dejó la aceleración inflacionaria y la aceleración del gasto primario como emergentes de una macro más desequilibrada; la otra novedad estuvo del lado de la marcha de las reservas internacionales netas del BCRA. Si bien el desembolso del primer tramo del nuevo acuerdo con el FMI fue suficiente para cumplir con la meta del primer trimestre, lo llamativo fue lo justo con lo que fue cumplida. Es que a pesar de un ingreso récord de divisas proveniente de exportaciones agrícolas (18% más que el récord del año pasado) y de un incremento notable de las restricciones para acceder a dólares para el pago de importaciones, el BCRA no pudo acumular reservas (de hecho, vendió u$s 48 Millones en el primer trimestre). Si bien queda por delante otro trimestre importante en materia de ingresos de agrodólares, luce bastante complicado que el BCRA pueda comprar los u$s 3100 Millones que necesita para alcanzar la meta anual comprometida para fines de año con el FMI. Una dinámica que preocupa no sólo porque confirma que las restricciones para disponer de dólares seguirán a la orden del día (poniendo en riesgo la actividad de una gran cantidad de sectores) sino porque genera dudas acerca de hasta qué punto no haría falta un peso más depreciado. Algo que por cierto ya fue objeto de debate en los tramos finales de discusión con las autoridades del FMI y que será tema recurrente en los próximos trimestres, sobre todo si continúa la reciente apreciación del dólar en los mercados globales.

En este marco la gran pregunta es si ya pasamos el punto de no retorno en materia de aceleración nominal, o si es necesario que algún evento la gatille. Lamentablemente la política no ayuda. La mayoría de los fogonazos inflacionarios/devaluatorios de nuestra historia (Rodrigazo, Hiperinflación, fin de la Convertibilidad) se dieron con gobiernos débiles (Isabel Perón, últimos años de Alfonsín, De la Rúa) percibidos como incapaces de modificar o alterar las dinámicas macro. Esa suerte de código genético, que asocia crisis de gobernabilidad con crisis económicas, hoy se activa ante las internas de la coalición de Gobierno, generando un clima favorable para que resulte afectada la demanda de pesos, el eslabón más débil y más sensible a los vaivenes de la política. Por cierto, el reciente incremento de la brecha cambiaria y las primeras dificultades del Tesoro para renovar sus vencimientos en pesos son señales de atención en ese sentido.

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