El siglo de España: de la dictadura a la democracia moderna
Dos libros de destacados historiadores trazan el camino del fanatismo y la violencia a la reconciliación nacional.
A fines de los años '70, en plena transición de España de la dictadura a la democracia, el que años más tarde se convertiría en presidente del Gobierno socialista Felipe González aseguró que su objetivo en política era convertir "nuestro país en una sociedad parecida a la de nuestros vecinos" de Europa occidental. Para los oídos españoles, este objetivo era más noble y ambicioso de lo que parece hoy en día.
Durante la mayor parte del siglo XX, España proyectaba una imagen a los extranjeros -y a muchos de sus propios ciudadanos- un país marcado por el atraso y el fracaso. Después de 1898, cuando España perdió sus colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en una guerra con Estados Unidos que aún se recuerda como 'el Desastre', el escritor Ramón del Valle-Inclán declaró amargamente: "España es una deformación grotesca de la civilización europea".
Pocos o ningún español haría hoy en día comentarios tan despectivos sobre su país. España está plenamente integrada en las democracias occidentales. Disfruta de un nivel de vida inimaginable en la primera mitad del siglo XX, y cuenta con empresas de talla mundial como el gigante de la moda Inditex y el Banco Santander, el mayor del país.
Es cierto que el panorama político está polarizado y que hay un problema relacionado con el secesionismo catalán. Sin embargo, incluso en materia de populismo de derecha, España coincide ahora mismo con la tendencia que predomina en Europa, de modo que no se considera un caso atípico.
Dos libros, The Penguin History of Modern Spain, de Nigel Townson y Architects of Terror, de Paul Preston, hacen un buen trabajo narrando el desarrollo de España desde 1898 y recordando la violencia y el fanatismo de la dictadura de Francisco Franco (1939-1975), especialmente en sus dos primeras décadas.
Uno de los temas del libro de Townson -profesor de Historia de la Universidad Complutense de Madrid- es que España, de hecho, puede no haber sido tan diferente de otros países europeos hasta 1975. En la era democrática, los historiadores españoles han llevado a cabo numerosas investigaciones pioneras sobre el periodo comprendido entre 1898 y el estallido de la guerra civil en 1936. En relación a estos estudios, Townson sostiene que la conocida historia de un país de atraso económico, inmovilidad social e inmadurez política es un tanto exagerada.
En la primera mitad de su libro, Townson ofrece vivas semblanzas de hombres como el novelista Vicente Blasco Ibáñez y el político radical Alejandro Lerroux. Hace especial hincapié en el gobierno de 1923-1930 del general Miguel Primo de Rivera, "el periodo menos estudiado de la España moderna". Townson hace la valiosa observación de que resulta difícil entender la desaparición de la segunda República democrática, que duró desde 1931 hasta el levantamiento militar de julio de 1936, sin tener en cuenta la forma en que el autoritarismo sustituyó al liberalismo bajo Primo de Rivera en la década de 1920.
Tras la muerte de Franco, el gran logro de las clases políticas, incluidos comunistas y regionalistas catalanes, fue redactar una nueva Constitución en 1978 que finalmente logró la reconciliación nacional, o algo muy parecido. Ese acuerdo parece necesitar una actualización, no sólo por la cuestión catalana, sino por otros problemas como un poder judicial parcialmente politizado y el excesivo poder de los jefes de los partidos en el sistema político. "La mayor vigilancia proporcionada por una prensa libre y un poder judicial relativamente independiente no consiguió extirpar el clientelismo y la corrupción que hasta entonces habían caracterizado la política en España", escribe Townson, "haciendo que la democracia se diferenciara poco en este aspecto de otros regímenes del siglo XX".
Preston, catedrático de Historia Internacional en la London School of Economics, es autor de numerosos y excelentes libros sobre la España del siglo XX, especialmente sobre la época de la guerra civil. En su última obra, se centra en la inquietante verdad de que una de las justificaciones de la extrema derecha para el levantamiento de 1936 y la destrucción de la democracia fue una supuesta "conspiración judeo-masónica-bolchevique" contra la España católica y sus tradiciones.
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Preston organiza su libro en torno a las vidas de seis personajes muy desagradables. El comisario Mauricio Carlavilla escribió diatribas "ridículas o dementes" afirmando que "el satanismo es la bisagra que conecta el comunismo con la homosexualidad". El sacerdote Juan Tusquets estaba "obsesionado con encontrar masones hasta debajo de las piedras", como comentó un contemporáneo. El poeta José María Pemán, defendiendo el terror franquista en "arengas empapadas de sangre", comparó la guerra civil con la Reconquista, la campaña medieval cristiana para expulsar a los árabes que invadieron España en 711.
Gonzalo de Aguilera, vocero franquista en la guerra civil, era un reaccionario medio inglés y jugador de polo que proclamaba: "Es condenable que las mujeres voten. Nadie debería votar, y menos las mujeres". Por último, Preston relata el carácter salvaje de dos generales de la guerra civil, Emilio Mola y Gonzalo Queipo de Llano.
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Como escribe Preston, Franco creía fervientemente en la teoría de la conspiración judeo-masónica. En un discurso pronunciado en 1945, afirmó que España estaba siendo atacada por un "superestado masónico" que controlaba la prensa de todo el mundo, así como a los políticos de las democracias occidentales. Curiosamente, Franco solicitó ingresar en la masonería en 1924 y fue rechazado. Preston observa que su posterior obsesión por la masonería pudo ser una forma de vengarse.
El libro de Preston sirve de recordatorio, como él dice, de "cómo las fake news contribuyeron al advenimiento de una guerra civil". Afortunadamente, estas fantasías febriles pertenecen casi por completo al pasado de España. A pesar de los indudables retos a los que se enfrenta, Townson asegura acertadamente que "España es hoy una democracia estable y próspera", similar a sus vecinos, como esperaba González, pero con una identidad propia, distintiva y atractiva.
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