El Gobierno, preso del efecto cobra

Permítame el lector contar una pequeña anécdota histórica para entender que es la paradoja del efecto cobra. Es sencilla, sintética y vale la pena conocerla. Acompáñeme.

Durante el siglo XIX, pleno dominio colonial británico en la India, conocido como el Raj británico, la amenaza para el progreso económico y la prosperidad comercial de ese País era una gran cantidad de cobras. Imaginemos caminar por las calles de Calcuta o Nueva Delhi, detenernos en un puesto de alimentos y comerciar con una cobra mirándonos amenazante. ¿Un poco complejo, no? Ante esto, el gobierno británico ideó un plan muy simple: recompensa económica por cada cobra muerta

En el corto plazo el plan funcionó de maravillas, fue muy difícil ver una cobra sin alguien que la persiga hasta matarla y el programa se consideró un éxito total, ya que alcanzó el resultado esperado. Pero pasado un tiempo el gobierno observó que, pese a no encontrar más cobras en la calle, los habitantes traían más y más cobras a cambio de dinero. 

Investigando la situación notó que había miles de criaderos de cobras en las casas de la india para venderlas y así obtener un redito económico. Cuando esto se descubre el gobierno decidió retirar los incentivos económicos y aquellos que habían criado cobras por dinero ya no las necesitaban más, por ende, las liberaron produciendo un aumento exponencial de los números de reptiles en las calles.

Conclusión: El plan fue un rotundo fracaso, el gobierno desembolsó miles de Rupias y la población de cobras se multiplicó.

El economista alemán Horst Siebert, en el año 2001, acunó el termino en su libro titulado "El efecto cobra. Cómo evitar errores en la política económica", explicó como los incentivos en la economía en el marco de un plan bien intencionado, pueden generar el efecto contrario al pretendido, en lugar de resolverlo. ¿Ahora, que tiene que ver el efecto cobra con la realidad económica argentina? Mucho, créame.

Desde su asunción Alberto Fernández ha intentado motorizar el consumo interno con estímulos concretos a determinados sectores sociales, una receta que le había funcionado muy bien en los gobiernos que, tiempo atrás, él integró. Inyección de recursos en determinados segmentos sociales, baja de tasa de interés, tasas subsidiadas, programa de incentivos de compras a determinados productos (plan mi moto, computadoras para jubilados, promociones en línea blanca, etc.) o incentivos para viajes (previaje). Algunos han tenido éxito, otros no tanto. 

El objetivo pretendido es impulsar el crecimiento del PBI vía estímulo al consumo interno, está claro. Pero de todos esos planes hay uno que tiene un efecto contrario al pretendido y a esta altura, es muy pero muy marcado. El de inyectar dinero directamente para recomponer ingresos en las clases más populares en un contexto de altísima inflación (lo resalto porque es un dato no menor).

En este aspecto el gobierno interpreta, con buen espíritu, que hay un segmento de la población que a duras penas logra llegar a fin de mes. Que sus ingresos están corroídos por una inflación galopante y que es necesario, recomponer su poder de compra vía inyección de recursos. Lo hizo durante la pandemia con algún grado de éxito de corto plazo, aunque en el mediano plazo toda esa emisión monetaria comenzó a impactar muy fuerte en los precios internos. Luego y ya en el año 2021 y con posterioridad del resultado electoral adverso de agosto (derrota en las elecciones primarias), volvió a la carga con la misma estrategia y aquí el resultado fue el mismo, ya que ese shock de consumo revirtió la tímida baja de la inflación observada desde abril de ese año. En consecuencia, el incentivo al consumo se convirtió en combustible para la inflación que se aceleró más y más en el inicio de este 2022, con guarismos de 3.8% y 3.9% en diciembre y enero.

El mes de febrero, previo a la invasión de Rusia a Ucrania la cosa ya venía muy fea y se esperaba un índice de inflación alto, pero la guerra hizo que tanto febrero como marzo, y ahora abril, tengan guarismos brutales. Ante esto y en aras de buscar nuevamente recomponer el ingreso de los sectores populares el gobierno usa la misma herramienta para resolver un problema que, a esta altura, está más que claro que ¡No es de ingresos, es de precios! (error de diagnóstico)

Entonces llegan los anuncios de Guzmán. Primero bonos para jubilados de $6.000 y ahora una suerte de IFE 4 que abarcará con dos cuotas mensuales y consecutivas de $9.000 cada una a cerca de 13 millones de personas entre jubilados (que sólo cobrarán $12.000), monotributistas cat A Y B, trabajadores informales y personal doméstico. Shock de consumo cercano a los $200.000 millones de pesos en dos meses.

Es de esperar que los resultados que obtendremos al volcar en la economía estos incentivos económicos en un contexto de inflación galopante serán nuevamente los mismos: En lo inmediato recuperación del poder de compra, y en el corto plazo más inflación en góndola que destruye el poder de compra de todos los argentinos. Una suerte de juego de la oca, en la cual los ingresos ganan un casillero para luego retroceder tres.

No es muy complejo observar que el problema es la inflación y ante cada intento de estimular la demanda vía inyección de ingresos tenemos un reguero de pólvora en precios, cumpliendo la premisa de que los incentivos económicos tienen un resultado contrario al pretendido. Como en Nueva Delhi o Calcuta, el efecto cobra está presente hoy en Argentina y es responsabilidad del gobierno observarlo de inmediato. 

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