Opinión

Sin conocimiento no hay base para el crecimiento

Muchas veces, después de horas en el aula y con el cansancio del día, se nos ocurría preguntar a la maestra para qué servía saber tal o cual cosa. La maestra respondería que saber sí servía para mucho, para uno y una y para el país. Y tenía razón.

El crecimiento económico y social de una nación está basado en muchos pilares. Uno de ellos, quizá el fundamental, es lo que las personas saben y hacen con lo que saben. De eso se trata, ni más ni menos, la economía basada en el conocimiento: el conjunto de las actividades productivas que se caracterizan por el uso intensivo de la ciencia y la tecnología.

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Son actividades que estimulan la producción y que requieren de un capital humano calificado para poder ser llevadas a cabo.

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Nuestro país, en esto, tiene una plataforma y una oportunidad considerable. ¿Por qué?

Porque su base educativa es robusta, producto de políticas históricas -con sus vaivenes- a favor de la educación pública de calidad. Tanto que, al día de hoy y sin una política activa intensiva, el producto y los intercambios de estas actividades ligadas al conocimiento, dejan un balance comercial superavitario, algo que no es tan frecuente en el resto de las actividades económicas.

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Es que su insumo principal, el conocimiento de las personas, no requiere de grandes importaciones, y su producto sí puede proveer grandes exportaciones.

Son muchos los servicios que forman parte de este sector: el desarrollo de software, los servicios informáticos y digitales, la producción y la posproducción audiovisual, entre tantos. Pongamos algunos números sobre el papel (o la pantalla): las exportaciones ligadas al conocimiento durante el año pasado representaron u$s 6400 millones, un 14% más que el año anterior, y se ubicaron en el cuarto lugar de los complejos exportadores.

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No hace falta ser experto estadístico para darnos cuenta del potencial que tiene este sector y la necesidad de potenciar su desarrollo. Sin embargo, por el momento, no resulta una situación que nuestra provincia de Buenos Aires esté aprovechando.

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Pongamos un ejemplo de esto: en la industria del software, las cifras de empleo del Ministerio de Trabajo (Observatorio de Empleo y Dinámica Empresarial) en el sector, muestran que en los últimos tres años creció -a nivel nacional- un 25,5%; sin embargo, en la provincia de Buenos Aires, el empleo en el sector del software tuvo un crecimiento de solo el 9,3%.

¡Casi un 15% menos que el promedio nacional! Además si se tiene en cuenta la incidencia de cada provincia en el total del empleo nacional, nos encontramos con un decrecimiento de la incidencia de la provincia de Buenos Aires, que pasó del 13,5% del empleo total nacional a fines del 2018 a 11,8% en diciembre del 2021. En este mismo lapso, otras provincias crecieron a un ritmo muy superior, por ejemplo Córdoba (24%), Santa Fe (24%) y Mendoza (21%).

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Claro que las leyes son fundamentales para las políticas públicas y por eso saludamos haber arribado a los consensos necesarios para la sanción de la Ley del Conocimiento (15.339) en la provincia de Buenos Aires durante el presente año.

Pero se requiere, además, generar acuerdos básicos entre diferentes actores que motorizan nuestra provincia para poder darle un impulso mayor a este sector.

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Lo que se requieren son políticas activas e integrales que impulsen, aún más, a esta economía basada en el conocimiento, además de los incentivos fiscales a los sectores industriales, se debe estimular la educación específica en estas áreas, la sistematización y el interés en la formación laboral para trabajar sobre estos contenidos, la promoción de parques tecnológicos así como créditos a las nuevas empresas y programas de capacitación para incorporarse al sector.

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Tenemos una gran oportunidad a la vista, que requiere de dos dimensiones concretas y complementarias: una economía sostenida en un nuevo patrón tecnológico-productivo y, al mismo tiempo, una economía alimentada por una educación y formación laboral continua.

Una economía que esté a la altura de las exigencias de la nueva tecnología, de la nueva producción y las nuevas demandas. Porque el saber sí debe ocupar un lugar en la economía y el desarrollo de la Argentina.

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