La economía argentina comienza a exhibir señales cada vez más contundentes de haber superado el tramo más recesivo del proceso de estabilización y de estar ingresando en una fase de recuperación cíclica.
A diferencia de episodios previos marcados por rebotes sin un entorno macro consistente, el ciclo actual se sostiene en una recomposición profunda de las principales variables nominales: inflación, tasa de interés y riesgo soberano.
El primer quiebre relevante se observa en la trayectoria inflacionaria. Tras una etapa de fuerte aceleración nominal, la inflación mensual ingresó en un sendero de desaceleración persistente.
Este proceso no es meramente estadístico: redefine expectativas y restablece la función de los precios como mecanismo de asignación de recursos.
La nominalidad más baja impacta directamente sobre los planes financieros de firmas y hogares, reduce la prima por inflación implícita en contratos y destraba decisiones reprimidas de inversión y consumo.

El ordenamiento nominal, sin embargo, implicó como contracara una fase inicial de contracción del nivel de actividad. La estrategia macro subordinó la expansión de corto plazo a la corrección de desequilibrios estructurales.
Desde una óptica técnica, el programa se apoyó en un esquema de estabilización de manual: price discovery, consolidación fiscal agresiva y política monetaria contractiva en los tramos iniciales.
Así, se descartó el enfoque gradualista en favor de un shock financiero que derivó en una caída transitoria del nivel de actividad.
La cuestión clave es que esa fase ya muestra señales claras de agotamiento. Los indicadores adelantados de consumo, spreads crediticios y confianza comienzan a girar en positivo.
En particular, la evolución de las tasas reales en pesos resulta central.
Con inflación en baja y expectativas recalibrándose, los rendimientos implícitos comienzan a retroceder de manera sostenida, reflejando mayor demanda por activos en moneda local y una recuperación del sesgo de credibilidad del régimen monetario.
En este contexto, el canal crediticio empieza gradualmente a normalizarse. Sectores históricamente excluidos del financiamiento vuelven a acceder al sistema, tanto vía préstamos productivos como al consumo.
Este punto es crítico: no existe expansión económica sin intermediación financiera. Argentina arrastra más de una década con un sistema financiero sub-dimensionado, incapaz de canalizar ahorro hacia inversión.
En paralelo, se consolida otro vector financiero clave: la fuerte compresión del sovereign spread.

El riesgo país muestra una corrección significativa desde comienzos de año, reflejando una caída en la probabilidad implícita de default y un reordenamiento de expectativas de sostenibilidad fiscal de largo plazo.
Esta dinámica no sólo revaloriza los bonos soberanos, sino que impacta directamente en la economía real al reducir el costo de fondeo de todo el sistema.
Una economía percibida como menos riesgosa opera con una tasa de descuento más baja.
Bajo ese nuevo régimen de estrés financiero, proyectos de inversión que antes no superaban el “break-even point” comienzan ahora a volverse viables.
Esto resulta particularmente relevante en sectores capital-intensivos como energía, minería e infraestructura, altamente sensibles a la curva de tasas.
En el equity, el movimiento no se hizo esperar. Tras múltiples años de underperformance frente a otros mercados emergentes, la renta variable local inicia un proceso de re-rating sustentado en un cambio de régimen macroeconómico y político.
Los flujos empiezan a reposicionarse ante la hipótesis de que el actual ordenamiento no es transitorio, sino estructural, lo que modifica sustancialmente la valuación relativa de los activos argentinos.
En la economía real, el consumo comienza a ganar tracción. Indicadores vinculados a retail, turismo y servicios muestran una mejora secuencial, apuntalada por la recuperación gradual del salario real.
La desinflación empieza a recomponer ingresos reales y a relajar restricciones presupuestarias, reactivando la demanda interna, en especial en los estratos más castigados durante la fase contractiva.
A la par, empieza a emerger un fenómeno complementario: un retorno aún incipiente pero creciente de capital humano desde el exterior.
Sin constituir todavía un flujo masivo, se observa un aumento en relocalizaciones asociadas a oportunidades laborales y proyectos productivos.
En economías financieras, el retorno del capital humano suele anticipar etapas de expansión más prolongadas.

Fuente: Presidencia
Con foco en 2026–2027, el escenario base combina una macro nominalmente ordenada con un output gap aún significativo. Esa brecha estadística habilita tasas de crecimiento reales elevadas durante varios trimestres, incluso bajo un clima externo neutral.
La condición necesaria es clara: preservar consistencia fiscal, evitar dominancia monetaria y profundizar la normalización regulatoria.
En el plano político-financiero, no es un dato menor que el proceso de estabilización haya atravesado su etapa más costosa con respaldo electoral. La historia económica argentina muestra que los programas de consolidación fracasan cuando pierden legitimidad social.
Haber sorteado la fase contractiva sin disrupción institucional constituye, desde una óptica de riesgo sistémico, uno de los principales activos del programa actual.
El desafío ya no es evitar un evento de cola, sino consolidar trayectoria.
Argentina enfrenta ahora una prueba estructural: transformar una estabilización exitosa en crecimiento sostenible financiado por inversión y no por desequilibrios.
La macro dejó de ser la amenaza central; ahora debe convertirse en ancla. Si la disciplina se mantiene, el ciclo en curso podría convertirse en el primer proceso integral de normalización macrofinanciera en más de una década.
La economía comienza a salir del régimen de crisis permanente. El rebote deja de ser escenario y empieza a convertirse en dato, fenómeno que los mercados ya comienzan a descontar.
Bienvenido sea, Argentina será próspera nuevamente.
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