Educar en la empatía para un mundo más unido
Vivimos en unos tiempos sumamente complejos a nivel mundial. Y no me refiero únicamente a grandes eventos como la pandemia o la invasión rusa a Ucrania. A lo largo y ancho del planeta vemos cómo las sociedades y los propios individuos "se cierran" en sí mismos.
Un ejemplo claro de esta situación son las redes sociales. En esos 'foros' prevalece (a causa de los algoritmos, pero también por decisión de los propios individuos) el recibir mensajes que se adaptan a las posturas e ideas que ya tenemos. De esta forma, las personas terminamos presas de un microclima de formas de ver el mundo.
En términos macro, esta tendencia puede verse en el tremendo auge de los nacionalismos y la xenofobia, o en la dificultad cada vez mayor de que los debates públicos puedan darse en términos respetuosos y pacíficos.
Las causas de este fenómeno de desempatía son muchas, y pueden ir de la ya mencionada mecánica de las tecnologías de comunicación a entenderlo como una consecuencia de eventos como crisis económicas. Pero más importante aún que entender sus causas es saber cómo trabajar para cambiar la actual situación.
En este contexto, la llamada 'Educación para la Ciudadanía Global' emerge como una herramienta indispensable para cambiar nuestra realidad. Este planteo educativo viene ganando fuerza desde hace tiempo, al punto de que la evaluación de 'Competencias Globales' fue incluida en las reconocidas Pruebas PISA en 2018.
La Educación para la Ciudadanía Global se caracteriza por ser transformadora, duradera e involucra tanto elementos de la educación formal, como elementos vivenciales de aprendizaje experiencial.
A través de esta metodología, personas de todas las edades pueden aprender a ser conscientes de que "existe un mundo" más allá de nuestra propia realidad, comprenderlo y valorarlo y, así, ser más empáticos y cómodos ante las diferencias (culturales, de género, religiosas, etc.). A la vez, también aprenden a conocerse mejor a sí mismos, entendiendo que todos y cada uno somos parte de una comunidad global y, como tales, nuestras acciones impactan en el mundo y tenemos una responsabilidad individual en la construcción de un mundo más justo.
De esta forma, las personas aprenderán a ampliar sus perspectivas (tanto de ellos mismos como del mundo); reconocer y respetar las diferencias, entendiendo que un mundo diverso es un lugar más interesante; comunicarse de forma sensible y consciente con quienes tienen distintas formas de pensar; apreciar distintos puntos de vista y desarrollar habilidades como el pensamiento crítico y resolución de problemas, que resultan claves para el ámbito laboral.
Si no queremos que el futuro sea aún más complejo que nuestro presente, es necesario que cada uno de nosotros (pero también los Estados y las instituciones educativas) entienda que es necesario romper con la forma de pensar actual, abrirnos a lo diferente y valorarlo. Para ello, debemos aprender nosotros mismos y enseñar a los más jóvenes a "reempatizar" con quienes piensan distinto.
Esto nos permitirá entendernos mejor a nosotros mismos y, así, actuar para lograr un mundo donde aprendamos a coexistir mejor.
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