Lula se choca con la realidad económica de Brasil: cómo hará para cumplir sus promesas de campaña
Lula logró retornar a la presidencia desde la cárcel, pero sus dificultades recién empiezan.
Dos décadas después de haber asumido por primera vez la presidencia de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva tomó de nuevo las riendas del poder en la mayor economía de América Latina. Luego de haber obtenido una victoria ajustada tras la agria disputa contra Jair Bolsonaro, el líder izquierdista de 77 años afronta el obstáculo de cumplir con sus ambiciosas promesas de campaña y mantener el crecimiento en un país dividido políticamente y con el viento en contra de la economía y las finanzas mundiales.
Lula regresa en un momento de agudas tensiones políticas y sociales en Brasil, donde la pobreza está aumentando y la economía no se recuperó plenamente del daño causado por la pandemia de covid-19. Volviendo a consignas de sus primeros mandatos -ocupó el cargo entre 2003 y 2010 y posteriormente estuvo en prisión tras recibir una condena por corrupción ahora anulada-, Lula ha prometido extender un programa de transferencias mensuales de dinero a los pobres, exceptuar a más personas del impuesto a los ingresos y fortalecer el salario mínimo por encima de la inflación. Aunque esas medidas ayudarán a algunos, también está el riesgo de que aviven la presión sobre los precios, un problema mundial que los gobiernos se esfuerzan por contener.
También necesita encontrar una forma de financiarlas. La firma de operaciones de Bolsa XP Inc calcula que el año próximo las medidas con las que Lula hizo campaña podrían costar al menos 140.000 millones de reales (unos US$ 27.000 millones). El presupuesto actual para 2023, que toma en cuenta las recientes rebajas impositivas de Bolsonaro pero no las promesas electorales de Lula, estima un déficit primario equivalente al 0,6 por ciento del producto bruto interno, y XP prevé que con el gasto adicional de Lula el faltante subirá hasta el 0,9 por ciento.
El gasto adicional tendrá que ser aprobado por el Congreso, y eso dista de ser un hecho consumado ya que abunda la oposición entre los legisladores. Lula también debe apaciguar a los inversores en títulos manteniendo cierto grado de prudencia presupuestaria. Como la Reserva Federal y otros bancos centrales importantes están subiendo las tasas de interés, el costo de endeudarse está creciendo en el planeta, lo que encarece el gasto impulsado por deudas. Y los inversores han dado muestras de que no son tímidos a la hora de castigar la irresponsabilidad fiscal, como lo indicó la reacción del mercado en septiembre tras el anuncio de la ex primera ministra británica Liz Truss de unas rebajas impositivas que no podía financiar.
"Tendremos que entender qué harán con la ayuda social y todas las otras promesas", opina Robert Secemski, economista en Barclays Plc..
Para gastar más el nuevo gobierno necesitará de la bendición de los legisladores para esquivar la más importante contención fiscal de Brasil: un límite en los gastos que establece que las erogaciones no pueden crecer por encima de la inflación del año anterior. Lula tendrá que formar alianzas con el centrão, advierte Secemski, en alusión a un grupo de legisladores con lealtades cambiantes que históricamente han dado votos a cambio de apoyo a proyectos en sus distritos. La mayoría de los economistas y políticos piensan que en su forma actual el límite de gastos está condenado, pero no tienen en claro cómo será reemplazado. Entre las opciones se baraja permitir que el gasto público suba más que la inflación o adoptar una meta de superávit presupuestario.
El equipo económico estará bajo presión para definir rápidamente las normas con el gasto, observa Caio Megale, economista jefe de XP: "Tendrán que indicar muy claramente que están yendo del punto A al punto B, y que no permitirán que el gasto se salga de control".
La deuda bruta de Brasil representa alrededor del 77 por ciento del PBI. Es menos que en el peor momento de la pandemia en 2020, pero sigue por encima de los niveles previos al covid y es más alta que la de pares regionales como Chile o México, lo que implica que podría causar preocupación a los inversores.
La victoria de Lula sigue la tendencia triunfante de candidatos izquierdistas en América latina de los últimos 18 años, especialmente en Chile, Colombia y Perú, con votantes que castigaron a quienes gobernaban durante el brote de covid. Pero a pesar de su triunfo, el flamante presidente afrontará un país y un congreso dividido después de la elección presidencial más disputada en Brasil desde el retorno de la democracia hace cuatro decenios. Aunque Bolsonaro perdió, sus aliados consiguieron una gran presencia en ambas cámaras legislativas, y controlan los tres estados más poblados: San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro. La elección puso de manifiesto la división entre la minoría considerable que respalda las políticas derechistas de Bolsonaro y los que las rechazan, entre los que se cuentan votantes predominantemente pobres que recuerdan tiempos mejores con Lula, que estuvo a cargo durante un repunte económico impulsado por las materias primas.
Además del presupuesto, Lula se enfrenta a dificultades económicas más generales. Por el momento el banco central detuvo la serie vertiginosa de subas en las tasas de interés ante el alivio en la inflación de los precios al consumo, que llevó la tasa destacada del máximo de 12 por ciento a cerca del 7 por ciento. Pero en octubre los funcionarios advirtieron que la inflación sigue siendo elevada, y el panorama mundial se mantiene volátil. El precio de los servicios y otras mediciones básicas de la inflación, que no incluyen categorías menos estables como alimentos o energía, recién comienzan a frenarse, en tanto los analistas estaban preocupados por las presiones salariales incluso antes de la victoria de Lula. El resurgimiento del riesgo inflacionario podría impulsar nuevas restricciones, que agregarían lastre a una economía local que ya se está paralizando. Este año se cree que el crecimiento del PBI bajará a 2,7 por ciento frente al 4,8 por ciento de 2021, mientras que en 2023 solo se expandirá un 0,8 por ciento, según las mediciones promedio de los economistas.
También la economía mundial se halla en una situación precaria. La restricción energética resultante de la invasión rusa de Ucrania sigue perjudicando en particular las perspectivas de Asia y Europa, mientras que en China las nuevas cuarentenas sanitarias y las tensiones geopolíticas hacen mella en las perspectivas del principal centro industrial del mundo. Son señales de preocupación para los principales productores de recursos, como Brasil, que es el segundo exportador mundial de mineral de hierro, aunque el país podría beneficiarse de impactos inducidos por la oferta que hagan subir los precios de los alimentos y el petróleo -commodities que produce en abundancia-, lo que potencialmente lo dejaría en mejor situación que a muchos otros mercados emergentes.
Esta nota se publicó originalmente en el número 348 de revista Apertura.
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