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Ranas en agua tibia con dos imposibles: shock y gradualismo

Más temprano que tarde, Argentina vomitará: nuestro país es uno empachado de problemas de altísima complejidad y magnitud con escasos grados de maniobra para seguir transitando esta cornisa con sabor a caos inminente.

Siento que en esta Argentina incomprensible en la que vivo cualquier cosa podría ocurrir: la clase política en todo su espectro nos dejó solos hace largo tiempo, librados a nuestra propia suerte, y eso puede resultar en escenarios electorales y sociales con resultados absolutamente imprevisibles

Si a la luz de todo lo que se observa, el voto de los argentinos no empieza a girar fuertemente hacia otra cosa, entonces le habremos probado al mundo que una nación entera se puede convertir en una rana cocinada lentamente en agua tibia.

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Y en esta realidad que nos toca enfrentar cotidianamente, cada día que pasa es uno menos para que todo esto le explote al peronismo. Me pregunto entonces: ¿Qué tan preparado estará el próximo presidente para anunciarles a los argentinos que la cirugía será tan obvia como inevitable? ¿Y qué tan preparados estarán los argentinos para aceptarlo? 

Más temprano que tarde, Argentina vomitará: nuestro país es uno empachado de problemas de altísima complejidad y magnitud con escasos grados de maniobra para seguir transitando esta cornisa con sabor a caos inminente.

Dilema 1: el gradualismo podría no funcionar en 2024. Dilema 2: el shock podría no funcionar en 2024. ¿Por qué nada funcionaría? Porque los argentinos nunca se hacen cargo de lo que votan y al no hacerlo nunca bancan al que sigue, solo exigen soluciones. 

Dilema 1: el gradualismo podría no funcionar en 2024. Dilema 2: el shock podría no funcionar en 2024.

Es este el contexto en el que asumirá el próximo presidente, que describe a una economía con serias falencias tanto en métricas de inflación, como de crecimiento y pobreza y una sociedad que, con su crónica ansiedad no resuelta, muy probablemente exigirá soluciones inmediatas para un país que no tiene chance alguna de resolver en el futuro cercano tantas décadas de errores ininterrumpidos.

Desde lo económico, la hoja de ruta de lo que habría que hacer resulta bastante evidente y se concentra en las siguientes medidas genéricas: apertura de la economía, reforma laboral, desregulación del sistema, severo achicamiento del gasto público y ortodoxia monetaria

Todo esto muy fácil de organizar en un Excel o en una charla de café, pero significaría desarmar largas décadas de hacerlo todo mal y eso necesariamente requeriría un consenso de la ciudadanía históricamente alto, aspecto que no pareciera darse de acuerdo a lo dividido que se presenta en apariencia el voto de los argentinos de caras a las presidenciales del 2023. Una cirugía potencial sin consenso ciudadano se torna en una utopía inalcanzable.

Cualquiera sea el candidato que termine imponiéndose en las elecciones, enfrentará a una sociedad partida en dos, con objetivos y sentires diametralmente opuestos, por lo que el desafío tiene una raíz inherentemente política y hasta me animo a imaginar sin equilibrio posible

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La solución económica es obvia, lo político, por el contrario, se ve como imposible. Una parte de la sociedad defenderá la reducción del gasto público y la ortodoxia monetaria, mientras que la porción restante se opondrá sistemáticamente a todo lo que implique un cambio del status quo.

En este contexto de "consenso político potencialmente insuficiente", se incrementa la probabilidad de un escenario futuro de "poco cambio" para una economía que ya no puede más y necesita imperiosamente reformarse.

Entonces, una coyuntura sin consenso político suficiente mantendría una dinámica de deterioro social y económico que alimenta una pregunta que no quiere responder ningún político de los que pulula en este entorno electoral: ¿Es posible que esta coyuntura tan deteriorada en las distintas dimensiones del espectro económico sea irreversible dado que la solución no encontraría jamás un equilibrio político que la haga sustentable?

La interacción de lo económico con lo social genera senderos con una dinámica intrínseca y muchas veces autodeterminada e inamovible, aspecto que quizá se viene dando en Argentina desde hace décadas. Estos senderos son tan sólidos y resilientes que ninguna política económica puede cambiarlos a menos que se genere un formidable shock político que involucre plena convicción ciudadana. 

Una coyuntura sin consenso político suficiente mantendría una dinámica de deterioro social y económico.

Y a la luz de lo que se escucha en el "inexistente debate electoral", dicho shock no pareciera estar incentivado desde la clase política y mucho menos esperado desde la ciudadanía que, por un lado, protesta por la cruel realidad económica, pero al mismo tiempo se niega a afrontar los formidables costos que una transformación requiere. 

En este entorno, es altamente probable que Argentina desde hace muchas décadas venga siguiendo un sendero inamovible e inclaudicable que a su andar bate récords de inflación, pobreza y desempleo. El problema es que, para salir de este estado, el shock en principio generaría más dolor que soluciones y es ahí donde el apoyo popular potencialmente se quiebra.

El gran desafío del próximo presidente será demostrarnos que es posible cambiar totalmente una dinámica intrínseca que hace décadas nos viene condenando a la pobreza generalizada. Para sacarnos de ese sendero, el shock político deberá ser excepcionalmente impresionante y necesitará de una convicción social y ciudadana nunca vista desde 1810. 

Esta combinación de eventos necesarios es de bajísima probabilidad de ocurrencia. Muy en breve sabremos si ya somos una nación de ranas en agua tibia o si pudimos despertar a tiempo.

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