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La nueva versión del mercado laboral

En el tercer trimestre de 2024, el mercado laboral acentuó su nueva lógica para ajustar desequilibrios: difícilmente veamos tasas de desempleo explosivas de dos dígitos en un mercado que ahora ajusta, principalmente, por calidad y precios, y no por cantidad. Es socialmente más sostenible que haya muchos con ingresos bajos, antes que demasiados sin ingresos.

El quiebre se dio en la pandemia, en 2020: hasta allí, la demanda crecía (tasa de empleo: +0,6 puntos porcentuales entre 2017 y 2019) más lentamente que la oferta (tasa de actividad +1,4 puntos porcentuales), lo que explicaba el aumento del desempleo (+1,5 puntos porcentuales promedio entre 2017 y 2019).

Tras la pandemia, la creación de puestos de trabajo fue más rápida (la tasa de empleo pasó de 42,4% a 45% promedio en 2024) que la incorporación de trabajadores al mercado (la tasa de actividad creció de 46,4% a 48,4%), suficiente para bajar el desempleo, pero a costo de menores salarios, menor calidad en la tipología contractual y la proliferación del empleo de plataformas y otras maneras informales de complementar el ingreso familiar.

En el tercer trimestre de 2024, último dato disponible, había 220.000 más empleos respecto a un año atrás. Sin embargo, los datos exponen una tendencia que se intensificó post pandemia y consiste en el ‘desplazamiento' del empleo privado formal por trabajadores informales o no asalariados. Los casi 200.000 asalariados formales menos (privados y públicos) fueron más que compensados por el aumento de los 400.000 no asalariados. Desde 2020, los tipos de empleo más dinámicos fueron los informales y los no asalariados. Entre ambos, hay 1,4 millones de trabajadores más que al primer trimestre 2020 y ya suman alrededor de 11,4 millones (versus 6,7 millones de asalariados privados formales).

Construcción

Lógicamente, los asalariados privados que más sufrieron durante este período fueron los que formaban parte de la industria y la construcción: entre ambos, se perdieron 120.000 empleos privados (más del 70% de la caída total de asalariados privados). Tiene sentido teniendo en cuenta que fueron los sectores más afectados por la recesión, con caídas interanuales del 6% para la industria y 15% para la construcción (pero que llegaron a caer 20% interanual en el segundo trimestre).

La recuperación de estos empleos perdidos será paulatina, sobre todo sabiendo que la industria muestra dificultades para superar los niveles de actividad de noviembre 2023 y la construcción no crece desde julio 2024 (probablemente recomponga primero con formas de contratación informales y donde los asalariados dependerán de lo que suceda con la obra pública, que impulsa las relaciones laborales formales del sector).

Además de este cambio de composición con formas de contratación más precaria, hay que sumar el ajuste vía precios (salarios). Parte de la no caída de empleo se explica por la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos laborales. Los salarios de los trabajadores registrados cayeron 11% en términos reales respecto al tercer trimestre de 2023. Mientras que los salarios de los trabajadores informales habrían disminuido en torno a 15% su capacidad de compra durante el último año.

Este mecanismo de ajuste no es el que imperaba en décadas anteriores, donde los desequilibrios en el mercado de trabajo se corregían, mayormente, con variaciones en la cantidad de personas empleadas que permitía ver tasas de desempleo que se ubicaban claramente en los dos dígitos. En la versión actual del mercado laboral, con su nueva lógica y dinámica, parece ser un escenario improbable. Aunque es cierto que las correcciones vía ingresos reales son más ‘fáciles' de llevar a cabo con altas tasas de inflación como las observadas en los últimos años: la sola inacción genera el efecto que acerca al equilibrio. También es esperable que, en una economía con menos inflación, las magnitudes en las variaciones del poder adquisitivo sean mucho menores y, por ende, un mecanismo de ajuste menos efectivo.

De esta forma llegamos a un mercado laboral con más empleo, pero, también, más precarizado y con menores ingresos. No obstante, que haya más gente empleada no implica (necesariamente) que haya menos desempleados. De hecho, hay, aproximadamente, 290.000 personas más que buscan activamente un trabajo y no lo consiguen comparado a un año atrás. Mirando en detalle, las perspectivas tampoco mejoran si tenemos en cuenta que la mayoría de los desocupados llevan más de un año en esa condición, evidenciando la complejidad en la reinserción laboral. Si a los desocupados se les suma los subocupados demandantes de empleo (trabajadores que buscan trabajar más y no lo consiguen), son casi 600.000 personas las que buscan trabajo y no lo logran en relación a un año atrás.

Tampoco es un fenómeno que se explica enteramente por las políticas del Gobierno actual. El mercado laboral ya se había flexibilizado de hecho y no puede asociarse la dinámica actual a una decisión en particular, sino a un proceso de varios años. La macroeconomía de los últimos años llevó a que los hogares requieran nuevos ingresos para sostener niveles de consumo y, probablemente, los ingresantes al mercado laboral tengan mucho que ver con la evolución reciente de los trabajos menos formales (donde no predominan los profesionales con larga experiencia).

En la actualidad, más de la mitad de los trabajadores están ‘en negro' o son no asalariados, cuando hace 10 años apenas superaban 40% del total. Este terreno lo fueron ganando a costa de los asalariados privados que llegaron a representar 40% del total de trabajadores y, ahora, menos de un tercio de los empleados están bajo esta forma de relación laboral. Más allá de las políticas laborales que puedan llevarse a cabo, se necesitarán años consecutivos de crecimiento para acercarse a la composición del mercado de trabajo deseada.

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