ANÁLISIS

La lección del primer ajuste del peronismo, que cumple 70 años

Febrero es un mes con alta carga simbólica en el imaginario peronista. Por un lado, un día 24 de aquel mes de 1946, Juan Domingo Perón es electo presidente, marcando el inicio de una nueva, y fundamental, etapa en la historia argentina. Por otro, ya en un flamante segundo mandato, un 18 de febrero, pero de 1952, debió anunciar un "Plan de Emergencia Económica", interpretado como un giro copernicano respecto de las directrices centrales de la política económica del primer gobierno justicialista.

¿Aparece, en 1952, hace exactamente 70 años, un peronismo que ajusta, que limita los salarios y el gasto público, y que contrae el crédito y la emisión, contradiciendo de algún modo la creencia generalizada acerca de que las políticas contractivas son incompatibles con el ideario justicialista? Las paradojas de la historia colocan al peronismo actual, con el acuerdo con el FMI como telón de fondo, en una situación parecida: la de tener que administrar un complejo ajuste macroeconómico, ahora en condiciones sociales y políticas aun más frágiles.

Es indudable que la historia económica no retorna siempre igual. Los tempranos años cincuenta en muy poco se parecen a esta tercera década de los 2000. Este mundo no es aquél de la posguerra donde justamente fue creado el FMI. Los problemas macroeconómicos y sociales argentinos son, además, cuali y cuantitativamente otros. Por supuesto, los actores son diferentes y habría poco debate también acerca de que este peronismo no es el peronismo de Perón. Sin embargo, vale la pena un repaso sencillo sobre cómo el viejo caudillo leía las restricciones y qué lo llevó a encarar lo que hoy se denominaría un plan de estabilización de corte razonablemente ortodoxo, una vuelta a los fundamentos económicos más clásicos. Más interesante aún es qué lecciones, si existen, pueden extraerse de la experiencia de 1952 para el sendero de corrección macro comprometido dentro del futuro acuerdo con el FMI.

La economía del primer peronismo, digamos hasta 1949, fue un ensayo exitoso de redistribución del ingreso en favor de los trabajadores, la industria y los sectores urbanos, que afectó la renta primaria agroexportadora y llevó la inflación minorista a niveles nunca vistos (entre 25% y 37% anual). Con pleno empleo, fuertes aumentos de los salarios reales y políticas fiscales, monetarias y crediticias expansivas, la economía creció 28 puntos entre 1946 y 1948. Pero los desequilibrios fiscales y externos comenzaron a multiplicarse, en especial cuando se alteraron las condiciones internacionales.

La posibilidad de una crisis de balanza de pagos a finales de los años cuarenta era concreta, debido a dos años de una fuerte sequía que desplomó las exportaciones y el continuo aumento del consumo interno que presionaba sobre las importaciones. Ya en 1949 los precios externos empezaron a caer desde los máximos de posguerra y no había dólares suficientes para atender la fortísima velocidad de la industria. El gasto público se duplicó y el déficit fiscal llegó a 13% del PIB en 1948, financiado en gran medida por los superávits de las cajas previsionales. En este contexto, la inflación, en especial en alimentos y productos básicos, trepó más de 20 puntos al año respecto del comienzo de la gestión.

Perón entendió que el cuadro había cambiado. Que las señales del mundo ya no permitían financiar políticas expansivas y que la sustitución de importaciones, exitosa en su primera fase, enfrentaba crecientes restricciones técnicas. Que el agro ahora era parte de la solución. Que la inflación había traspasado un límite. Al fin de cuentas, que había llegado el tiempo de ajustar los desarreglos, y también de cambiar visiones. Así, el programa de 1952 buscaba reducir el déficit externo con "austeridad", menos consumo, más ahorro y más producción. "Si a la política de austeridad agregamos un aumento sólo del 20% en la producción, solucionaremos el problema de las divisas, parte del problema de la inflación, y consolidaremos la capitalización del país", decía el viejo líder.

Perón no fue por el camino de la devaluación, a pesar de la fuerte apreciación del tipo de cambio real de esos años. De hecho, el dólar oficial se mantuvo estable hasta el golpe de 1955, aunque con mejoras de precios encaradas sectorialmente por diversos mecanismos. Con excepción del Rodrigazo en 1975, es una regla de hierro que el peronismo no devalúa. ¿Habrá sido ésta una de las batallas ganadas por el gobierno en la negociación con el FMI, la de evitar las tradicionales megadevaluaciones de los programas del organismo?

A cambio de evitar la devaluación, los salarios fueron congelados por dos años, luego de ajustarse entre el 40% y el 80% según la actividad, respecto de los niveles de 1949. En la práctica esto significó una licuación del 25% del salario real, ya que los precios aumentaron más de 70% entre 1950 y 1951. También se congelaron los precios y las tarifas públicas y se fijaron utilidades máximas. Aumentaron los controles, aunque se mantuvieron algunos subsidios a los precios de bienes básicos, que llegaron a representar nada menos que la tercera parte del gasto público en los tiempos más expansivos.

En aquel programa de 1952 Perón también reconoció implícitamente los efectos inflacionarios del déficit fiscal y el crédito subsidiado. De este modo, el gasto primario cayó 23 puntos reales entre 1950 y 1953, con recortes focalizados principalmente en la obra pública y se modificó la política monetaria y financiera, elevando la tasa de interés y eliminando restricciones y controles para las inversiones extranjeras.

Si bien en 1952 la actividad económica se desplomó 5%, los resultados antiinflacionarios llegaron al año siguiente, cuando los precios crecieron apenas 4%. En 1954, la inflación fue de 3%.

Quizá la principal lección de la experiencia de austeridad de 1952, 70 años después, sea que el peronismo también ajusta si necesita hacerlo. Pero debe entenderse que aquel ajuste no es este ajuste. Esta economía no está recalentada como entonces, los salarios ya hicieron su contribución, la inflación no es un fenómeno nuevo, no hay déficit externo y los equilibrios sociales se encuentran en condición sumamente delicada. Las herramientas clásicas del ajuste deben, entonces, ser aplicadas con extrema precaución, elevado profesionalismo y una comunicación muy aceitada.

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