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Milei y la brecha entre el resultado electoral y el sistema político

Friedrich Nietzsche decía que quien tiene un por qué para vivir puede soportar casi cualquier cómo. Pocas frases como esa sintetizan mejor la idea de que los seres humanos somos capaces de soportar cualquier padecimiento, siempre y cuando tengamos un sentido ulterior que nos guíe en la supervivencia de ese sufrimiento. Se trata de una enseñanza que se vuelve intrigantemente útil para comprender la coyuntura política actual: ¿La sociedad argentina tiene ese por qué para soportar el cómo que viene por delante? ¿Encontrará el nuevo gobierno tolerancia social a los padecimientos que son necesarios atravesar para lograr el ordenamiento macroeconómico?

Nuestro por qué no es más que la voluntad política, el convencimiento de la sociedad argentina de querer una economía normal, que permita soportar el cómo, el esfuerzo que implica encarar un proceso de correcciones macroeconómicas. Y hablo de voluntad política, porque la voluntad de las sociedades es la voluntad que construyen sus representantes, que queda expresada en el sistema político. Por lo tanto, vale especificar la pregunta de la siguiente forma: ¿tiene el sistema político argentino la voluntad de ordenar la macroeconomía?

Para responder esta pregunta, se vuelve necesario discriminar entre el resultado electoral y lo que el resultado electoral produjo. Porque quedó claro que el balotaje terminó ordenando lo que la oferta política no pudo ordenar ni en la PASO ni en la elección general. Había en la sociedad una fuerte demanda de cambio político, pero que encontró una oferta de cambio diversificada en la PASO y en la General, y sólo unificada en el balotaje.

¿Avanzando hacia un nuevo (des)orden político?

Pero si el balotaje ordenó el proceso electoral, el resultado electoral no ordenó la política. Por lo menos en términos de configurar el sistema político de un modo conveniente para enfrentar los desafíos económicos. Si ordenar la política era generar las condiciones políticas para facilitar la toma de las decisiones económicas que nos están costando tomar, ese ordenamiento no se produjo, todo lo contrario. El proceso electoral produjo un gobierno de hiperminoría, que sólo dispone menos de una décima parte del Senado y menos de 1/6 de Diputados, y que no posee ningún gobernador propio.

El proceso de toma de decisión se ha complejizado por la debilidad política del presidente electo. La disponibilidad de recursos para la toma de decisión son escasos, y las decisiones que hay que tomar requieren de mucho capital político. Por ello, el principal interrogante que surge en este inicio de ciclo es el de saber si el Presidente podrá sobrevivir políticamente al intento de normalización de la economía. Una duda que emerge al ver la asimetría que hay entre el insuficiente capital político disponible y los elevados costos políticos por asumir en la normalización económica.

Esta es la brecha con la que deberá lidiar Javier Milei: la distancia entre el resultado electoral, que lo mostró como claro ganador del balotaje, y la configuración política que produjo el resultado en el sistema, que lo muestra como un presidente con pocos instrumentos en la caja de herramientas para avanzar en la normalización económica.

En definitiva, a Milei le sobran votos, pero le faltan bancas. Una incongruencia producto de que ganó demasiado rápido (dos años) y demasiado tarde (en el balotaje). Esa combinación de factores produjo un gobierno de hiperminoría, obligado a construir alianzas múltiples para enfrentar un desafío económico y político de gran magnitud.

Como consecuencia de esta brecha, vemos a Milei ahora tratando de acomodar el qué con el cómo: tratando de armonizar todo lo que dijo que iba a hacer (el qué) con todo lo que finalmente podrá hacer (el cómo).

Un pragmatismo que obedece a que su debilidad le achica los márgenes de acción, y que no deja de ser valioso. Esa cuota de pragmatismo es necesaria para administrar los límites que operan sobre su realidad. Pero ser consciente de las limitaciones, no resuelve la necesidad de solucionar los problemas que hay por delante. Sin pragmatismo no se podría hacer lo que hay que hacer, pero con pragmatismo no alcanza.

Las cuatro dimensiones del proceso político

Además de ello, Milei necesita calibrar muy bien el qué con el cómo, sobre todo en dos dimensiones esenciales: en la eficacia, es decir que todo lo que pueda hacer arroje resultados exitosos; y en la eficiencia, que todo lo que pueda hacer arroje resultados a tiempo. Porque no sólo es necesario identificar qué resultados son posibles de lograr, sino también qué resultados llegarán a tiempo, es decir, antes de que se agote el capital político disponible.

Para resolver los desafíos de su debilidad, Milei enfrenta dos dilemas centrales de estrategia política: 1) le conviene avanzar con un programa mínimo o ir detrás del programa máximo; y 2) le conviene negociar todo junto o negociar secuencialmente. Vistas las condiciones de debilidad inicial, será difícil que Milei no elija recortar su programa máximo y negociar todo lo que necesite al inicio junto, porque el riesgo de descapitalizarse políticamente de modo acelerado, lo obliga a aprovechar el máximo capital político disponible al comienzo de su ciclo.

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