Opinión

Hay que pasar el verano

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En junio de 1959, Álvaro Alsogaray, en su primer discurso como ministro de Economía, tras explicar su plan económico, pidió un esfuerzo para sobrellevar los meses siguientes, que iban a ser muy difíciles. Fue cuando lanzó la frase que quedaría para la historia: "Hay que pasar el invierno".

Sesenta y cuatro años después, el ministro de Economía y el gobierno que asuma en diciembre deberán superar con éxito, no el invierno, sino el verano. Para eso primero hay que llegar al verano, lo cual se presenta complicado: reservas negativas, alta emisión, importadores al límite de financiación con sus proveedores, inflación en ascenso, faltantes y brecha cambiaria del 100%. Los desequilibrios macroeconómicos son grandes y, a diferencia de 2015, no es posible postergar su resolución. Los principales referentes económicos de los candidatos con chances de alcanzar la Presidencia coinciden en la necesidad de alcanzar el superávit fiscal primario, unificar el tipo de cambio, solucionar la cuestión de las LELIQs, reducir los subsidios, el gasto público y normalizar los precios relativos.

Estamos presenciando el final de un ciclo. Durante los últimos 50 años, nuestro país vivió un período de destrucción del stock de capital: confiscación de depósitos, de ahorros jubilatorios, uso indebido de reservas del Banco Central, emisión, baja inversión en infraestructura, impuestos confiscatorios y mucho más. Ante el agotamiento del stock de capital, es posible que en 2024 veamos un fuerte cambio de rumbo, una Argentina más abierta al comercio, al capital y a la tecnología, y con un Estado más pequeño, no porque los políticos quieran, sino porque ya no hay de dónde rascar la olla.

Salir del cepo

Salir del cepo requería una política de triple shock. Por un lado, un shock fiscal para alcanzar el superávit fiscal primario y eliminar la emisión monetaria para financiar al fisco. Esto demandará recortes en gastos de la política, empleo público, subsidios, transferencias discrecionales a las provincias y eliminar el déficit de las empresas públicas. Junto con la suba de tarifas, comenzará el inevitable y necesario proceso de reordenamiento de precios relativos.

El segundo punto es aumentar la oferta de dólares. El Banco Central tiene reservas negativas, por lo que será necesario un crédito de entre 10.000 y 20.000 millones para poder capitalizarlo y levantar el cepo. Se puede levantar el cepo sin dólares, pero su costo en términos de inflación, devaluación y pobreza sería muy alto. Por otro lado, la unificación cambiaria aumentará la liquidación de dólares por parte de los exportadores.

El tercer factor es bajar la tasa de interés. Dado que la propia emisión para pagar los intereses de las LELIQs supera el billón de pesos por mes. Esta última medida es inflacionaria en el corto plazo, pero deflacionaria en el mediano, debido a que reduce la emisión futura.

Salir del cepo es posible, y debe hacerse en los primeros meses de gestión, cuando el Gobierno cuenta con el capital político necesario para sobrellevar los efectos negativos de las medidas. Sin macroeconomía estable, no hay futuro. Es seguir condenados al estancamiento económico y elevados índices de pobreza.

No hay salidas mágicas

El premio Nobel de Economía Thomas Sargent, parafraseando a Milton Friedman, dijo que "la inflación persistente es siempre y en todo lugar un fenómeno fiscal", en referencia a que la inflación crónica está asociada a la financiación monetaria del déficit fiscal. El déficit fiscal primario podría terminar el año 2023 alrededor del 3% del PBI. Sumando intereses, el déficit total alcanzaría el 5%. Ahora bien, el cuasifiscal producto de los intereses de las LELIQs alcanza el 8% del PBI, por lo que el déficit total trepa al 13% del PBI.

Corregir estos desequilibrios implica inflación, confiscación o dolarización. No hay salidas mágicas. En 1989 y en 2002, salimos de la hiperinflación con confiscación de depósitos. Dada la historia argentina en esta materia, y el rechazo de la mayoría de la población a una dolarización, lo más probable es que la salida sea inflacionaria.

La salida inflacionaria implica que el nivel de actividad no se ve tan afectado, es lo opuesto al 2001. Pero al mismo tiempo, hay una caída del salario real y un aumento de la pobreza. Esto podría ser transitorio, y en el segundo semestre de 2024 comenzar a revertirse la situación.

El nuevo gobierno debe tener la templanza y convicción suficientes para saber esperar los resultados, soportando las presiones de corporaciones, grupos de poder, medios de comunicación y sindicatos. No tener paciencia podría llevarlo a revertir decisiones económicas acertadas que necesitan algo de tiempo para mostrar sus resultados.

En los últimos 40 años, hubo solo dos períodos de alto crecimiento y ambos comenzaron con la implementación de políticas de shock que se pudieron hacer porque la herencia era insostenible. La hiperinflación 1989-1990 y la crisis de 2001 predispusieron a la sociedad y a la dirigencia a aceptar medidas duras.

El comienzo del otoño

La cuestión central es cómo superar el verano, cómo sobrellevar el shock inflacionario inicial y el descontento social amplificado por sectores que se benefician del statu quo. Estos grupos no se quedarán de brazos cruzados. Pero al mismo tiempo, la crisis ya está instalada, la pobreza es manifiesta y convivimos el fenómeno de los asalariados pobres, cuando antes la pobreza estaba asociada al desempleo. La sociedad demanda un cambio en la forma en que el gobierno responde a las crecientes demandas sociales, que en los últimos 80 años ha sido más Estado y más intervención.

Si se supera el verano, hacia fines de marzo con la llegada del otoño, podría comenzar un panorama más esperanzador. Superada la sequía, comienza el ingreso de dólares de la cosecha, crece fuertemente la producción de hidrocarburos, y comienzan a materializarse algunos proyectos de litio.

El año 2025 luce aún mejor. La balanza energética, que en 2022 fue negativa en u$s 5000 millones, podría alcanzar un superávit de u$s 10.000 millones. Las exportaciones de litio, que en 2022 fueron de 700 millones, podrían alcanzar los u$s 8000 millones. Estamos hablando de que solo dos sectores tienen el potencial de aportar en el corto plazo dólares extras por casi 23.000 millones.

Las exportaciones argentinas podrían alcanzar ese año un valor de entre 100.000 y 110.000 millones de dólares. Para ponerlo en perspectiva, durante el gobierno de Mauricio Macri nunca superaron los u$s 65.000 millones y este año, producto de la sequía, exportaremos alrededor de u$s 70.000 millones. Este fenomenal ingreso de dólares tiene el potencial de cambiar la macroeconomía argentina, aportando los dólares necesarios para tener una macroeconomía estable.

Si el impulso exportador se combina con el equilibrio fiscal, unificación del tipo de cambio y una reforma laboral e impositiva, podríamos estar frente a un verdadero cambio de ciclo. Pero primero debemos llegar al verano y superarlo, período que puede llegar a ser el más turbulento de los últimos 20 años.

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