Alberto apunta a encontrar "el Lázaro Báez" de Macri

La etapa de "unir a los argentinos" de campaña quedó atrás. El Presidente lanzó una ofensiva judicial contra el anterior gobierno que se parece bastante a la estrategia, que resultó fallida, que implementó el mismo Cambiemos con Cristina Kirchner

Antes de que Jorge Lanata popularizara el término de "Grieta", fue una campaña austera la que habló de un país dividido: el Argen y el Tina de Margarita Stolbizer y un Ricardo Alfonsín que hoy es embajador albertista, síntesis perfecta de aquella pieza de marketing. La propia líder del GEN reconoció, entre risas, que supo tener mejores publicistas que resultados electorales. 

Pasaron dos años hasta el 10 de diciembre de 2015, cuando Mauricio Macri asumió con un mensaje para sanar la fractura: "Buscamos un país unido en la diversidad, queremos el aporte de todos, los de derechas y los de izquierdas, peronistas y no peronistas".

Poco duró. En su primer 1M, el mandatario de Cambiemos se jactó que se estaba acabando la "impunidad" en la Argentina sobre la base de un Gobierno que "respeta la independencia de la Justicia".

Un mes después, Cristina Fernández de Kirchner visitó por primera vez, de las muchas que vendrían después, los tribunales de Comodoro Py citada por el fallecido Claudio Bonadio. Todavía no había acuñado el término lawfare. La historia es conocida: por presión judicial más que política, con un peronista que buscaba sucederla, la ex Presidenta volvió a la escena política. Perdió en 2017 pero, tal como auguró, trabajó para poner a otro Presidente en 2019 y lo logró.

En campaña, Alberto prometía la misma idea que el líder del PRO cuatro años antes: unir a los argentinos.

Peleado por años con Cristina y amigado cuando convenció de escribir un libro,  fue entronizado como primer candidato bajo el argumento, como recalcó la ahora Vicepresidenta, él podía dialogar con dirigentes que a ella no le atendían el teléfono. Uno era Sergio Massa pero no el único. 

Ya en el poder, bajo la sombra cristinista, el albertismo que pretendía gestarse a pesar de que a su líder no le gustaba ese concepto y prefería mirar las experiencias uruguayas. Aprisionado por las tensiones societarias del frente de todos, lo destacaba (y soñaba) como un "moderado", una personalidad que pudiera seducir a propios y ajenos.

Tardó más pero finalmente llegó. Si bien la pandemia amagó con cumplir ese deseo, por obligadas gestiones ejecutivas en el combate contra el Covid-19, A la par de la radicalización opositora, el oficialismo tomó el mismo camino espejado. Cada vez con menos difetencias con Cristina Kirchner, como mostró el affaire (y blef) Vicentin, Alberto empezó a construir su identidad en contraposición a Macri. Retomó lo que fue eje de su campaña pero con un ex mandatario de menor exposición. Fernández se volvió tan dependiente del ex Presidente como los dirigentes macristas que lo necesitan para pulsear en la interna cambiemita.

La elección del enemigo ya no es sólo ideológica como la de su creador, el Néstor Kirchner que recordaba que "Mauricio es Macri". La crisis económica producto de la pandemia externa y la interna, los números albertistas necesitan compararse con los rojos macristas, los que en teoría eran administrados una selección de Messis de las finanzas pero fallaron en lo único que, en teoría, no podían fallar.

La anunciada judicialización de la gestión económica del macrismo apunta a equipararse desde otro punto de vista además. El Vacunatorio VIP renovó los reproches del Presidente a la Justicia por la supuesta doble vara: desde México, enojado, recordó que había muchas causas contra kirchneristas pero escaso avance en los escándalos del macrismo, como la causa de los parque eólicos, el trágico final del ARA San Juan y, anticipó pero pasó desapercibido en ese momento, el destino del préstamo del FMI: "El terrible y lamentable endeudamiento que la Argentina vivió, que no fue otra cosa que un negocio para los amigos del poder", denunció. "Miren todo lo que tienen para investigar y no investigan", les endilgó a los jueces. 

Ahora, en la previa legislativa, Alberto quiere a Macri le aparezca su propio Lázaro Báez, ya sea que se llame Nicolás Dujovne, Luis Caputo, Cristine Lagarde o el mismo Macri. El nombre del condenado empresario K fue gritado por la oposición justo antes del anuncio en la Asamblea Legislativa. 

No es novedad la judicialización de la política o de la gestión económica, basta recordar la causa de dólar futuro, la que en los pasillos judiciales admitían que era la más endeble contra la administración K. Sus resultados pueden variar: el líder simbólico del PRO, al menos, puede dar fe que esa estrategia electoral le sirvió en las elecciones de medio término pero no en las ejecutivas. 

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