La UIA y un necesario diálogo constructivo sobre la industria y el desarrollo nacional
Hay que desideologizar el debate: mirando la realidad, plantear soluciones concretas que sirvan para que la Argentina deje atrás el estancamiento.
El 8 de junio pasado asumió como presidente de la UIA Daniel Funes de Rioja, quien propuso como punto de partida para generar consensos tomar tres momentos históricos de Argentina en el protagonismo de tres dirigentes y pensadores: la generación del 37 en la figura y el mensaje de unión de Juan B. Alberdi; la generación del 80 en la referencia industrialista de Carlos Pellegrini y, finalmente, la síntesis que expresa Arturo Frondizi al proponer al pueblo argentino unidad nacional y desarrollo económico.
Esta línea histórica que señaló Funes de Rioja, sin dudas, dibuja un modelo de país: industrial, integrado al mundo competitivamente y que contiene armónicamente al conjunto de la Nación.
Lamentablemente, lo que tuvo repercusión en parte de la opinión pública fueron las cuestiones menores de la interna de la institución y no la necesaria discusión sobre qué país propone la entidad industrial más importante del país. Rasgo típicamente argentino, donde lo accesorio tapa lo esencial.
Realidades que ya no existen
Parte del debate que trascendió me resultó significativo del modo al que reducen, muchas veces, algunos actores, la conversación pública en nuestro país: ideologizando la discusión y haciendo referencia a realidades que ya no existen.
Uno de estas estrategias es, sin duda, la utilización de clichés como el de caracterizar al flamante Presidente de la UIA como "un liberal del MIA". Las líneas internas MIA (liberal) y MIN (desarrollista) dejaron de existir hace más de 20 años, a principios de siglo fueron sustituidas por reagrupaciones de estos sectores que dieron lugar a "Industriales" y "Celeste y Blanca", en donde la cuestión ideológica se difuminó.
Hace ya años, estas nuevas reagrupaciones dejaron de "dividir" a los industriales porque, se entendió, que, finalmente, todos son agredidos por igual por los mismos problemas, básicamente: el subdesarrollo y la decadencia argentina; y por los mismos desafíos: defender una industria argentina competitiva.
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Resulta significativa esta referencia a una realidad que dividió a los industriales hace más de ¡20 años! que quiera manipularse para dividirlos hoy. En 20 años cambió el mundo, la realidad de Argentina y la de la industria.
Ser coherente
Hay que tener claro que ser coherente no es repetir, eternamente, un mismo discurso, como pretenden algunos, respecto de los problemas y soluciones a la economía argentina y la industria. Ser coherente es, sosteniendo los mismos objetivos, plantear las soluciones necesarias acorde a los problemas presentes.
Creo recordar que fue Juan Carlos De Pablo quien sostenía que el buen economista no era uno que se definía como keynesiano o monetarista en abstracto, dada esa vieja disputa ideológica en la profesión, sino aquel que actuaba utilizando prescripciones de uno u otro según el problema que enfrentaba.
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Así como es mala economía no practicar una política fiscal expansiva, si existe el financiamiento, para suavizar o evitar una caída de la actividad, también lo es mantener déficits fiscales considerables en el tiempo financiados con emisión monetaria porque generan procesos de huida del dinero expresado en inflaciones altas y devaluaciones de la moneda.
En los 90, el centro del desajuste fue el sistema cambiario que determinaba un tipo de cambio atrasado que impactaba sobre la competitividad de la economía, las cuentas externas, el nivel de actividad y la situación fiscal, más aún luego de los procesos de devaluación disparados por la crisis del Sudeste asiático en el año 1997, Rusia en el año 1998 y, el golpe de gracia, Brasil a principios del año 1999.
Por eso fue fuerte toda la discusión sobre protección a la industria local, compensadora del atraso cambiario, que en los años de la convertibilidad, mantuvo la UIA con los sectores más ortodoxos.
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En los últimos años, consecuencia de las políticas, en particular de los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner, el incremento abrupto del gasto público en los tres niveles del Estado, por transferencias a los sectores sociales, ya sea en forma de planes sociales permanentes sin contrapartida así como subsidios indiscriminados a los servicios públicos, sumado al empleo público de baja productividad en provincias y municipios (desde 2004 se duplicó el empleo público provincial en relación al número de habitantes), hizo que la cuestión fiscal se convirtiera en central de la explicación del desequilibrio macroeconómico.
Pasamos de un gasto público consolidado promedio del período 1961-2001 de 25% del PIB a otro superior a 40% del PIB en la actualidad. El nivel del gasto público y su financiamiento, dada la productividad de la economía argentina, son incompatibles con un proceso dinámico de inversión privada y generación de empleo de valor agregado. La presión fiscal es del 34% de PIB que ajustada por informalidad ¡alcanza el 45%! A pesar de esto, se pasó en 8 años de un superávit primario de 3 % del PIB a un déficit de 4%.
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También en estos años, el estancamiento del proceso de integración del MERCOSUR, su cerrazón sobre sí mismo, hizo que la cuestión de la integración al mundo se convirtiera en una necesidad imperiosa. Todas las subregiones de América Latina, con la excepción del MERCOSUR, tienen acuerdos comerciales con Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.
Hay que desideologizar el debate: mirando la realidad, plantear soluciones concretas que sirvan para que la Argentina deje atrás el estancamiento y comience un proceso de desarrollo virtuoso, con generación genuina de puestos de trabajo, liderado por la inversión y las exportaciones. Son las cosas sobre las que el nuevo presidente de la UIA nos habló y por las que, apuesto, la UIA va a luchar.
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