La macro no se arregla con cosméticos

Cuando las máximas autoridades económicas pronosticaron una baja de la inflación a un escalón del 3%-4% mensual, el pronóstico fue tomado como una expresión de deseos. No sólo era un objetivo improbable sino más bien imposible, y los hechos se encargaron rápidamente de exponerlo.

Tal vez lo hicieron como para calmar expectativas, lo cual claramente no lograron, en su afán por comprar tiempo y evitar que la fase de aceleración nominal de la crisis se les desate antes de la contienda electoral. Es probable que hayan caído de nuevo en la simplificación, como lo hizo todo el Gobierno ante el desembarco de Sergio Massa en Economía, de creer que política y cosmética (dólar soja y canjes de deuda varios, gasto público de caja pisado) serían suficientes para evitar ese desenlace.

Pero toda fase de aceleración o desenlace de una crisis necesita de un gatillo. Es difícil reconocer en el mismo momento en que se produce un evento su carácter de gatillo. Y hoy sobran candidatos para serlo o haberlo sido. La sequía es claramente un evento/shock que tiene la envergadura para gatillar un proceso de desbande de los desequilibrios macro que configuran el estado de crisis actual.

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Y la falta de acciones concretas en materia fiscal y monetaria, más los errores (manotazos para hacerse de reservas) de un Gobierno en retirada, también crean ese clima de crisis en busca de un desenlace final. El 7,7% de inflación de marzo también podría ser el elemento coordinador que la crisis espera. Sólo los datos nos dirán si tendremos que fijar la fecha en el pasado o en el futuro, pero estamos transitando un período de extrema sensibilidad donde cualquier hecho o evento puede servir de gatillo.

La tasa de inflación acumulada del primer trimestre fue de 21,7%, contra un 8% en 2020, 13% en 2021 y 16% en 2022. Ese 21,7% (120% anualizado) es similar a la tasa trimestral de inflación de los meses finales de Martin Guzmán al frente del Ministerio de Economía. Lo que pone en evidencia los magros resultados de su reemplazante.

Los primeros datos privados sobre la marcha de la inflación en abril siguen dando señales de aceleración y el 7,7% de marzo no hace más que pulverizar cualquier expectativa de que las políticas de precios e ingresos (precios justos, acuerdos y compromisos sectoriales) que impulsa el ministro tengan alguna chance de frenar una inercia inflacionaria de origen macro que nada tiene que ver con la micro. 

Con la mayoría de los bienes relevados aumentando de precios, resulta poco relevante tratar de explicar la inflación de un mes por el aumento del precio de la carne, o el pan, o el tomate, la papa o la lechuga. Son la mayoría de los precios los que aumentan. Y la inflación núcleo (la que no incluye los precios regulados ni los que se ven alterados por el clima) sigue viajando a tasas similares al promedio (21,6% en el primer trimestre del año).

Pero esta situación no nos debería sorprender. El balance del BCRA ha venido creciendo a tasas que no hacen más que convalidar esa aceleración de los precios. Desde fines de marzo de 2022 hasta fines de marzo de este año, los pasivos financieros del BCRA crecieron 106,5%. Lo cual se explica sobre todo por el financiamiento al Tesoro y por el pago de intereses de las mismas LELIQ. De los $8,9 billones de expansión, $5,1 billones corresponden al pago de intereses de las LELIQ mientras que $2,5 billones son el resultado de la intervención de la autoridad monetaria en el mercado de bonos públicos y $873 mil millones de la financiación directa al Tesoro. Esta inquietante expansión del balance del BCRA tiene a su vez una consecuencia directa sobre las expectativas de inflación, en tanto alimenta expectativas de monetización futura.

Por el momento, la relativa paz social reinante hasta ahora (puesta en dudas por el episodio Berni-Colectiveros) ha jugado un rol distintivo respecto de otras configuraciones de crisis previas, restándole un componente clave a la fase de aceleración. Se trata de una ausencia notable, aunque explicable si tenemos en cuenta que el peronismo es la fuerza política en el poder y que el sindicalismo argentino se ha vuelto bastante más conservador que en el pasado. En tanto y en cuanto prioriza el nivel de empleo de los trabajadores formales antes que el poder adquisitivo de sus salarios, en un contexto en el que la falta de dinamismo del empleo es la que manda.

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Pero más allá de estos factores, es llamativo que aún hoy el reclamo social esté concentrado en las organizaciones no sindicales y de la economía popular. Si bien es en esos sectores donde más se siente el divorcio entre el nivel de ingresos y el costo de la canasta básica, no es para nada despreciable la caída del poder adquisitivo de los sectores formales. Desde 2015 el salario registrado muestra una pérdida del 28% respecto de la evolución del costo de la canasta básica, pérdida que se eleva al 45% cuando consideramos el salario promedio de los trabajadores no registrados. Se trata de caídas del poder adquisitivo de los ingresos no sólo impactantes sino que además, se agravarán en los próximos meses, de la mano de la escalada de la tasa de inflación y de la notable falta de reacción de las autoridades frente a la misma.

Con la economía en recesión y con una inflación que, a pesar de ella, se acelera, el sueño del ministro Massa de ser un candidato atractivo para las elecciones de octubre apunta a quedar, precisamente, en el terreno de los sueños. Pero su fracaso no es sinónimo de un pronto recambio del ministro. Sobre todo, porque Massa no vino a aportar un programa y un equipo económico a la altura de la crisis. Si no que vino a aportar gobernabilidad y política. Y ahora resulta difícil de imaginar los ocho meses que quedan de gestión de la Administración Fernández sin Massa. Tan difícil de imaginar como que ahora sí habrá medidas más drásticas y un programa serio contra la inflación. El problema central radica en que los golpes de efecto de nuevas intervenciones o anuncios cosméticos ya no están en condiciones de comprar todo el tiempo que queda hasta las elecciones y el cambio de mandato.

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