OPINIÓN

El mundo sigue andando: fachadas sucias que buscan tapar la realidad

En el lodo en el que se juega la política hoy en día, un ring que ha tomado una forma más que grotesca durante las últimas semanas por la desconexión que tiene con el padecer ciudadano, vale todo.

La felicidad colectiva que trajo el Mundial se desvaneció. Unos pocos pudientes o esforzados ahorradores se han ido de vacaciones y, en general, la malaria y la desesperanza sigue siendo la dueña de la vida y de la magra hacienda de la mayoría de los argentinos

La economía y lo social están en el tercer subsuelo y el futuro luce muy oscuro para quienes menos esperanzas tienen: la decadencia es una realidad palpable. Sin embargo, más abajo todavía, el barro se ha adueñado de la arena de la política y ha transformado la convivencia forzada que existió durante mucho tiempo entre iguales, en un pastiche que impide todo movimiento.

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En ese escenario de oscuro presente y de futuro incierto, el oficialismo es el actor principal. A la vista dispone de tres alas ejecutivas que, como sumadas no hacen una sola, no consiguieron únicamente hundir al Frente de Todos en la consideración pública, sino que le han quitado músculo a cualquier natural deseo de recuperar terreno político. 

Su propensión a destruir todo para esconder el fracaso a muchos les suena demasiado evidente, incluidos muchos peronistas que ven sobre todo como estas obsesiones los llevan hacia el abismo. En la lista de los mayores responsables pueden contarse:

  1. A quienes no hacen cosas o por ineptitud o por falta de decisión o bien por temor de ejercer su investidura de acuerdo a las leyes republicanas y tienen vocación por la parálisis, tal como le sucede al presidente Alberto Fernández, quien parece no percibir las catastróficas consecuencias que su inacción precipita;
  2. A los que sí hacen cosas, pero sólo aquellas que desaconsejan los manuales del mundo que crece, tal cual lo pontifica desde hace 75 años el peronismo económico (Estado gigante dador de empleos, atraso cambiario, capitalismo de amigos, cierre de la economía, sustitución de importaciones y sus efectos: inflación, pobreza y desigualdad social), aunque aggiornado en el siglo XXI por la experiencia de Axel Kicillof, proceso que, aunque Cristina Kirchner no quiera admitirlo, hundió su segunda presidencia y;
  3. Al núcleo más duro que sólo hace las cosas que le conviene al kirchnerismo, ya sea por ideología o en defensa propia, aunque para ello haya que tirar por la borda la Constitución Nacional.

Alberto Fernández parece no percibir las catastróficas consecuencias que su inacción precipita.

Como se observa, la ciudadanía... bien, gracias. Así, la gente del común que hoy asiste azorada al espectáculo se siente desamparada y a la vez se llena de dudas por el futuropiensa en emigrar o no invierte. Lo peor es que muchas veces se desinteresa, llevada de las narices por el caso de los "rugbiers" o quizás escandalizada por los $500 millones que costó la provisión al Estado del gel íntimo, todas fachadas que buscan esconder la poca vocación que tienen los gobernantes por los problemas de todos. "Acción psicológica" se les decía a estas operaciones cuando no había redes sociales; hoy, se las conoce como "desinformación".

Por supuesto que los gobernadores peronistas de las provincias más grandes y ricas (la franja central del país) están que arden y sólo Sergio Massa, con su slalom permanente para no mostrarse en el centro de una escena tan patética, busca zafar del mal momento poniéndole unas fichas a recuperaciones transitorias de la economía que van a subsistir seguramente hasta que la decadencia que propician aquellos tres factores quiera. 

Si pudiere conseguir algún efímero éxito será candidato y seguramente tendrá más chapa que cualquiera de los demás actores, pero será más que difícil convencer a la gente con un eslogan similar al de "volvimos mejores".

En el lodo en el que se juega la política hoy en día, un ring que ha tomado una forma más que grotesca durante las últimas semanas por la desconexión que tiene con el padecer ciudadano, vale todo. Allí, el Gobierno está más que cómodo para empiojar la realidad y denuncia va, denuncia viene, pone contras las cuerdas a los opositores. En ese submundo, no hay ningún espacio para el diálogo y las zancadillas están a la orden del día.

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El primer elemento que sobresale es que nunca todo lo que dice el oficialismo en medio de la puja tiene por qué ser la verdad, ya que lo único importante es que el libreto se lo crea la militancia. Es evidente cómo cada versículo que se hace circular es replicado por los fieles por cualquier medio hasta con puntos y comas. De allí, las denuncias judiciales y mediáticas, las inferencias y el eterno golpeteo contra la prensa que se resiste a recitar el catecismo partidario.

En ese marco, la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) hizo una denuncia penal contra los periodistas Joaquín Morales Solá y Daniel Santoro y sus medios por la difusión que hicieron de un pedido de informes efectuado por legisladores nacionales en el marco de posibles delitos cometidos por presuntos agentes de inteligencia, a través de la llamada "mesa militar"

El objetivo de la denuncia fue amedrentar al resto del periodismo: "La amenaza penal constituye un fuerte incentivo a la autocensura y, por ese motivo, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha condenado en forma constante su utilización", dijo ADEPA en defensa del derecho a la información. Una vez más, se tergiversaron los hechos y no importa si lo que se dice es verdad o es mentira: lo que importa es darle elementos a la militancia, ya sea ideológica o rentada.

En plena ofensiva kirchnerista, que para algunos quiere barrer con el estado de derecho para eternizarse en el poder, han sucedido dos hechos de inaudita gravedad, como la decisión política de zigzaguear ante el fallo de la Corte para que la Ciudad de Buenos Aires pueda empezar a recibir día por día los fondos que la Justicia dijo que le corresponden de aquí en más (flujo), al menos hasta que el Alto Tribunal se ocupe de dirimir el fondo de la cuestión (stock). 

El presidente Fernández bien pudo usar el recurso de decir, al estilo militar, "acato, pero no comparto" y, sin embargo, prefirió recurrir al eufemismo cínico de las colonias españolas en América cuando, ya sin rey, mandaban a decir a la Metrópoli "acato, pero no cumplo".

Alberto Fernández parece no percibir las catastróficas consecuencias que su inacción precipita.

Es verdad que dos o tres días después de la sentencia, la Nación se cuadró y presentó un último recurso ("in extremis", tipo manotón de ahogado) que podría interpretarse como de acatamiento, pero lo cierto es que, al no depositar los fondos a diario, tal cual lo indica la orden del Supremo, está en rebeldía. En otro escrito, el Ejecutivo también recusó a los miembros de la Corte. 

"Es algo insólito" le dijo a El Cronista un constitucionalista que a veces tiene posturas cercanas al Gobierno, debido a que cuando un juez falla lo hace porque no ha sido recusado en tiempo y en forma. Y, ante una pregunta sobre si eso podría ser para cubrirse de un futuro fallo de fondo sobre quien tiene la razón, si la Nación o la CABA; fue enfático: "No va a andar tampoco". No importa si está bien o está mal, lo central es tener argumentos para martillar.

El otro suceso que siguió a la estrategia judicial defensiva que ha comenzado a recorrer el Gobierno con pocas chances de que prospere, recursos que la Corte apiló presumiblemente hasta que termine la feria de enero, es el pedido de juicio político a la Corte Suprema de Justicia que ha propiciado el presidente de la Nación, quien citó a la Casa Rosada a dos diputados del Frente de Todos para que esta misma semana lo impulsen en el Congreso.

El kirchnerismo sabe que no cuenta con ninguna chance de remoción, ya que las mayorías especiales que se necesitan para hacerlo son imposibles de conseguir (lo mismo para nombrar a eventuales reemplazos) pero va por el show del desgaste. En su estrategia de destrucción, quiere seguir embarrando la cancha para hacerle daño a las figuras de los cuatro jueces de la Corte y, en definitiva, a la República. 

Los quiere poner a parir en sesiones interminables de ataques a sus investiduras, mezclando fallos con suposiciones, operaciones oscuras y rumores de todo tipo. Como no tienen obligación de concurrir, el plan no se llevará a cabo del todo, aunque seguramente la tribuna de repetidores ya les colgará a los magistrados el mote de "cobardes".

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Entre las cosas que no se dicen está que la gran reacción contra la Corte Suprema es porque los fondos que se le deben restituir a la CABA habría que darlos de baja de la provincia de Buenos Aires, el bastión donde el kirchnerismo pretende refugiarse durante al menos cuatro años. La fábula del presidente fue que esos fondos los deberían resignar los gobernadores, una mentira flagrante ya que el dinero salió de la Coparticipación primaria que está en cabeza de la Nación. 

En buen romance, Fernández le sacó a la CABA y se lo dio a Baires y las demás provincias quedaron pintadas. No por no saberlo, sino por conveniencia, en esa patriada por plata lo siguieron 18 mandatarios provinciales (75%), mientras que para empujar el juicio político a la Corte lo acompañaron únicamente 11 (46%).

La gran sospecha de todo el entramado de incertidumbre que se avecina -que la oposición pretende aderezar con juicios políticos espejo al presidente, la vice y algunos ministros- es que en definitiva al oficialismo no les importa si los fondos van o no a la Ciudad de Buenos Aires, sino que buscan que, cuando las causas que afectan a la vicepresidenta lleguen a esa instancia, estos jueces ya no estén más. Como se observa, los problemas de la gente siguen quedando afuera de la agenda.

Y en este escalón otra vez aparece el ministro de Economía, en este caso corporizado en los tres diputados que supuestamente le responden en la Comisión de Juicio Político. La encerrona hacia él parece evidente y son muchos los que sospechan que el tiro por elevación de todo el proceso es desgastarlo como candidato.

Si sus tres diputados habilitan el debate, la chance de ir para adelante con la necesidad de recomponer las Reservas en un año que viene muy mal desde las exportaciones de granos (sequía mediante) o la titánica tarea de renovar la inmensa deuda que vence durante 2023 podría verse comprometida al menos y la soñada baja de la inflación, herida de muerte.

La ficha que debe mover lo pone a Massa en un incómodo desfiladero: si avala la inseguridad jurídica se queda sin futuro y, si no lo hace, quizás sin su actual sillón.

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