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Brasil, EE.UU. o la Argentina: la violencia nunca es la respuesta

Acto de sedición. Autogolpe. Terrorismo interno. Aunque parezca mentira, las palabras que resonaron ayer en Brasilia tras la violenta manifestación de los seguidores de Jair Bolsonaro reclamando la intervención de las fuerzas militares, son las mismas que se escucharon un año atrás en Washington, cuando simpatizantes de Donald Trump asaltaron al Capitolio para impedir la asunción de Joe Biden.

Ninguno de esos intentos prosperó. Estados Unidos nunca había vivido un episodio tan violento, en el que hubo tiroteos, artefactos explosivos que no estallaron y víctimas fatales. Trump pidió a los manifestantes que se fueran a su "casa en paz", pero los llamó patriotas. Y fue sin duda el responsable de instigar semejante levantamiento, al desconocer la victoria de su oponente y tratar de impedir que el Colegio Electoral lo pusiera al frente de la Casa Blanca.

Bolsonaro no envió ningún mensaje para intentar de frenar la revuelta de Brasilia. El expresidente brasileño estaba en Orlando, Estados Unidos, ciudad a la que viajó para no realizar la entrega de los atributos de mando a su oponente. Antes de viajar solo había expresado que los movimientos que reclamaban que el ejército anulara el resultado electoral era "personas que se mueven por su cuenta".

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No fue el único acto violento que idearon los seguidores de Bolsonaro. Un empresario ultraderechista había hecho colocar explosivos en un camión cisterna dentro del aeropuerto de Brasilia, el día de la asunción de Lula. Su objetivo era provocar caos para que se declarara el estado de sitio. Por fortuna, fue desactivado.

Bolsonaro siempre se miró en el espejo de Trump. Pero no tuvo la capacidad de entender que no hay forma de justificar a los violentos. Las manifestaciones y las protestas son parte de la vida democrática, siempre y cuando su objetivo sea interpelar a un poder, no sustituirlo.

Lo que vivió Brasil el año que pasó, al igual que Estados Unidos en 2020, es la proliferación de un discurso político que busca quitarle validez al otro, negándole legitimidad a su propia existencia. Es "ellos o nosotros", sin intermedios. Lo que queda a la vista es que esa exacerbación del "discurso del odio", como se lo llama en la Argentina, es un caldo de cultivo de riesgos institucionales de todo tipo. Que un grupo de fanáticos crea que intentar asesinar a la vicepresidenta Cristina Kirchner puede ser visto como un acto patriótico lo dice todo. Que Lula hable de Bolsonaro como un "genocida", tampoco.

Dejar atrás los actos de violencia no es responsabilidad de un solo sector de la política. Debe ser un compromiso de todos por igual.

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Comentarios

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  • RN

    Raul Nieto

    10/01/23

    Muy bueno y acorde al momento que se vive El no a la violencia es el único camino en el estado de derecho Pero para consolidar las instituciones debemos estar dispuesto a la participación cívica exigiendo al gobernante honorabilidad ética austeridad profesionalismo

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