Algunos ajustes a cambio de mejores resultados externos
Hace tiempo que viene profetizándose una desaceleración de la globalización. Varios acontecimientos internacionales (una cadena de cinco eslabones que generaron el Brexit, el triunfo de Trump, los temores por cataclismos naturales, el Covid y la guerra en Ucrania) han constituido amenazas que hicieron suponer que el proceso de encadenamiento supranacional de la economía podría detenerse o revertirse. Pero un problema de las predicciones es que suelen estar basadas en la lógica de los momentos anteriores (proyección) y en muchas ocasiones lo que ocurre en el devenir es que la propia lógica cambia.
Por eso, al revés de lo que muchos han supuesto, los resultados han mostrado una consolidación de la internacionalidad económica. El comercio internacional planetario, los flujos de financiamiento supranacionales, el stock de inversión extranjera planetaria y los intercambios de información y datos llegaron a un récord en 2022.
Lo que ha ocurrido es que la naturaleza del entrelazamiento en los sistemas de generación de valor ha atravesado cuatro fenómenos transformadores (un "cuadrilátero" de fuerzas que transforma la internacionalidad).
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Por un lado, la internacionalidad se ha consolidado: la economía planetaria nunca ha sido menos doméstica, según muestran los datos de la UNCTAD, OMC Banco Mundial.
Pero, por el otro, asistimos a una reformulación: los principales eslabones de los encadenamientos productivos internacionales (las llamadas cadenas globales de valor) ya no son los 'viejos' insumos físicos manufacturados sino que, ahora, están ubicados en la generación de valor intangible surgido de la formación del capital intelectual trasnacional que se apoya en la información, las ideas, la innovación y el conocimiento compartidos. Jonnathan Haskell y Stean Westlake explican en "Capitalism without Capital" que la nueva economía internacional no genera ya aquel valor manufacturado básico de los tradicionales bienes físicos (que se han convertido en realidad en el soporte del valor intelectual). Y la WIPO ha descripto cómo las global innovation networks son ya redes mundiales que forman hotspots creadores.
En simultaneo, está ocurriendo un fenómeno estresante para el statu-quo y muchas veces difícil de advertir para los que hemos crecido bajo la idea de lo político como matriz: las empresas globales se han transformado en las grandes creadoras de las nuevas realidades (ya no lo son las revoluciones políticas) logrando modelos de interacción en red con sus socios (eco-sistemas) que adquieren una posición menos alcanzable para los estados nacionales (la transformación tecnológica avanza sobre lo que nunca se había regulado, o esquiva viejas normas convencionales, o supera fronteras y berreras nacionales sin que muchos lo adviertan hasta que ya es un hecho consolidado). Hace algunos meses el MGI publicó un trabajo en el que ponderó esos poderosos fenómenos de esta nueva economía que no alcanzan a ser detectados por los viejos 'mecanismos-sigloveinte' de análisis que tenemos aun en nuestra 'caja de herramientas'.
Y, por último, los países en consecuencia solo pueden agruparse (geopolítica) para tratar de acompañar el proceso conformando alianzas en base a valores, principios, modelos que rigen los nuevos espacios integrados entre naciones. Y pretenden así una base internacionalizada de garantías (derechos), seguridad (defensa), transparencia (instituciones), previsibilidad (incentivos) y escala (integración). La geopolítica llega incluso a tener en las propias empresas a sus aliados, por ejemplo en la creación de nuevos estándares de calidad (sanitarios, ambientales, de seguridad, de información, de comportamiento empresarial) para generar espacios de alineamiento por prácticas comunes (señala John Seaman en el IFRI que se han modificado las condiciones de competitividad hacia un nuevo escenario competitivo: las empresas de 'tercer nivel' exportan productos, las de 'segundo nivel' exportan tecnologías y las de 'primer nivel' exportan estándares.
Esto explica que las tecnologías privadas disrumpen y superan las previsiones estatales, los trabajadores perforan fronteras, los capitales son inmanejables, las empresas pueden moverse fácilmente (lo físico es cada vez menos relevante) para seguir innovando y el saber económico vuela, porque lo importante es la pertenencia al ecosistema tecnológico-productivo respectivo (y no al país).
Todo lo antes referido es bien relevante para Argentina: entre nosotros se oyen de un lado y otro afirmaciones coincidentes consensuando que 'hay que exportar más'. Pero, como tantas veces ocurre en Argentina (en la que los malos resultados no devienen necesariamente de malas intenciones sino que en la mayoría de las ocasiones provienen de malas ejecuciones o aun de buenas intensiones basadas en equivocadas convicciones), para llegar al resultado hará falta más que sensibilidad, voluntad política o algunos ajustes macroeconómicos: el mundo ya no concibe éxitos basados en modelos anteriores.
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