El amor tiene un manual y lo escribió la neurociencia: así funciona un cerebro enamorado
Los neurocientíficos James Pfaus y Eduardo Calixto explican todo lo que sucede en nuestra mente desde que comenzamos a sentir atracción por otra persona hasta que finalmente construimos un vínculo amoroso.
- Donde todo comienza: por qué Marge elige a Homero entre la multitud
- Sistema de recompensa, la mecánica cuántica del amor y pequeñas pistas de que todo marcha bien
- Inhibición: el lente que no falla y el mejor secreto neurocientífico para saber si existe interés
- Y el amor... ¿Es igual a los 15, a los 20, a los 35 o a los 70 años?
- ¿Cómo llegar al "para siempre"? El sexo parece ser un buen comienzo
- Duelo: el "no" que hay que aprender a aceptar, aunque nos duela
- Marge y Homero sólo tienen ojos el uno para el otro, pero recuerdan a sus exs
"Tengo un problema: cuando detengas el auto voy a abrazarte, y a besarte, y nunca podré dejarte ir", le dijo Homero a Marge después de una primera cita fallida, y no tan fallida, en su noche de graduación. Es que cuando el protagonista de Los Simpson, entonces adolescente, conoció a su futura mujer en el aula de detención de la secundaria, algo sucedió, no en su corazón sino en su cerebro y al poco tiempo ella sintió lo mismo. Pero ese algo, no solo puede atribuírsele a -como solemos pensar- una cuota de azar o el destino. Es neurociencia pura.
¿Por qué Marge se enamoró de Homero? ¿Por qué Homero se enamoró de Marge? ¿Es posible enamorarse de más de una persona al mismo tiempo?¿Existe un "truco científico" para saber si le gustamos al otro? ¿Cómo se relacionan el sexo y el amor? ¿Qué es lo mejor que se puede hacer durante el duelo? ¿Y lo peor?
Las respuestas a estos interrogantes -y muchos más- las brindaron en diálogo con El Cronista, los doctores en neurociencia por la University of British Columbia, James Pfaus y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Eduardo Calixto, quienes además son profesores, investigadores y han realizado trabajos post doctorales dentro de este fascinante campo.
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Donde todo comienza: por qué Marge elige a Homero entre la multitud
En un cerebro enamorado se activan de 29 a 32 regiones cerebrales, explica Calixto, y la atracción es el primer paso del proceso, pero no es completamente casual. Todos los acercamientos tienen un porqué. Hay un motivo neurocientífico por el cual Marge se fijó en Homero y sintió ese algo especial al darle clases de francés.
El enamoramiento, que comienza con una especie de magnetismo por el otro, es el encargado de quitar nuestra objetividad del camino. En palabras del experto, se trata de un mecanismo con el que contamos para disminuir nuestros filtros a la hora de conocer a alguien. Si bien mucho está relacionado con el aprendizaje y con las proyecciones que hacemos sobre la otra persona, el doctor hace hincapié en que "los genes son egoístas", por lo que si todos pudiéramos elegir de quien enamorarnos en función de una lista de características que creamos convenientes, estaríamos reproductivamente en problemas.
Según explica, el sexo masculino determina que tan atraído se siente en función de la vista, realizando una suerte de escáner físico de la otra persona, mientras que la mujer es capaz de oler una proteína, llamada "complejo mayor de histocompatibilidad", cuya función principal es la de regular el sistema inmunológico, por lo que cuanto más diferente resulte a la propia, más atracción le generará.
"Cuando un gen es igual al de ellas la mujer lo rechaza, porque evita la consanguinidad. No quiere que sus genes se copien unos con otros y sean los mismos. Cuando un gen es distinto, le parece atractivo, entonces considera a quién lo porte como una persona atractiva", enfatiza Calixto y añade que "al elegir genes diferentes, estos hacen combinaciones distintas, entonces se está escogiendo al mejor donador para que esos genes se queden por más tiempo en el planeta".
Por su parte, el Dr. Pfaus profundiza en que al momento de determinar que tan atractiva nos resulta una persona, tenemos la necesidad de encontrar un balance entre la endogamia, conocida como la práctica de formar pareja dentro de personas de un mismo grupo social, étnico, religioso o familiar, y la exogamia, término completamente opuesto que hace referencia a establecer un vínculo amoroso con una persona ajena al círculo cercano.
Con el fin de lograr este equilibrio, buscamos a alguien un tanto diferente a nosotros, un tanto similar, pero lo suficientemente distinto como para que la fusión de los genes se traduzca en una descendencia más fuerte, explica el investigador. En sus palabras, se busca satisfacer ciertas presiones evolutivas que se relacionan con seguir formando parte de nuestro círculo, pero al mismo tiempo también queremos cumplir con las que incitan a la búsqueda de un individuo diferente y ambas se combinan con lo que aprendemos que nos gusta en función de las experiencias que tuvimos.
Ahora, ¿cómo mantenemos este balance? Pfaus señala que las personas que nos atraen comparten ciertas particularidades y no se refiere estrictamente a un conjunto predeterminado de características, sino algo que nos resulta completamente idiosincrático.
El especialista propone el siguiente ejercicio: "si fotografiamos la cara de todas las personas por las que estuvimos profundamente enamorados, o tuvimos ese sentimiento especial, es posible que veamos varias similitudes, o que no las veamos, hasta que sean completamente evidentes". Su ejemplo fue un hoyuelo en la barbilla: es factible sentirse atraído por personas que compartan esta cualidad, sin embargo, no se trata de una garantía segura de amor.
La atracción empieza a la distancia y luego necesita de la proximidad. Podemos pensar que alguien es atractivo sin conocerlo y, al lograr cercanía con esa persona, descubrir rasgos que no nos atraen en lo absoluto, como que sus ideas sean completamente opuestas, por ejemplo. "Es algo que no te gusta, que indica que no va a ser bueno para ti", explica, y esto puede ser cualquier aspecto de su personalidad. "La mayoría de nosotros pasamos por alto esas cosas y creemos poder lidiar con eso, cuando en realidad no podemos, y no lo haremos", afirma.
Sistema de recompensa, la mecánica cuántica del amor y pequeñas pistas de que todo marcha bien
En términos sencillos, el sistema de recompensa es un mecanismo del cerebro que nos permite relacionar situaciones específicas con el placer gracias a la liberación de neurotransmisores como la dopamina o las endorfinas. Pfaus, menciona que esta recompensa sensibiliza nuestro sistema mesolímbico de dopamina, que cobra especial relevancia cuando se habla de atracción.
Se ilustra del siguiente modo: "Al sentirte atraído por un individuo, existen características específicas que destacan entre muchas otras. Eso significa que eres sensible a ellas -es decir, ‘despiertan' tu sistema de recompensa- y puedes percibirlas mejor para ti que cualquier otra persona", desarrolla el experto. Por supuesto que estas cualidades no son las mismas para todos, de hecho, Patty y Selma -hermanas de Marge- lo evidencian en cada comentario de repugnancia hacia Homero, quien resulta atractivo para su esposa.
En esa línea, el investigador comparte un excelente indicador de que nuestro sistema de dopamina está reaccionando favorablemente a la otra persona: la sincronía en los movimientos. Pfaus ejemplifica con una copa de vino, si uno de los dos toma el licor entre sus manos y el otro lo imita en su gestualidad sin ser consciente de ello; si uno bebe un sorbo y el otro replica esta conducta de manera automática, son guiños neurocientíficos de que todo marcha bien. Además, añade que "otra buena señal es sentir que las cosas son fáciles, como si se estuviera en sintonía con esa persona. Lo que haces y lo que te gusta, también lo hace y le gusta, y no debes esforzarte para que te quiera, simplemente sucede".
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Inhibición: el lente que no falla y el mejor secreto neurocientífico para saber si existe interés
Al tomar una fotografía en un entorno donde hay varios elementos presentes, uno debe enfocar la persona o el objeto al que se quiere dar protagonismo. Es lo que nos interesa fotografiar, pero para ello, debemos "difuminar" nuestro alrededor. En el amor sucede igual.
"Si estás enfocando tu atención en una persona, esto significa que no estás mirando a tu alrededor. La inhibición es necesaria", asegura Pfaus.
El escenario planteado por el investigador fue una cita: dos personas se sientan en una mesa, comienzan a charlar, una de ellas mira constantemente a su alrededor, examina a otras personas, no presta atención a lo que dice su pareja. Este individuo no está interesado. Es que por mucho que intentemos enfocar nuestra atención, el disperse es inevitable ante la falta de interés. Sucede lo mismo cuando un profesor en clase explica un tema que no nos atrapa en lo absoluto, todo nuestro entorno se convierte en un mejor plan. En estos casos, tenemos un centro inhibitorio y un entorno excitatorio.
Por el contrario, cuando estamos en presencia de alguien que realmente nos gusta y cuya compañía disfrutamos, nuestro sistema visual nos permite tener un centro excitatorio con un entorno inhibitorio. Esto, en palabras de Pfaus significa que nuestra atención está 100% centrada en la otra persona, al punto en que, dentro del mismo escenario imaginario, ambos puedan estar aguardando por una mesa en un restaurante y cuando el mozo finalmente hace el llamado, ninguno lo escucha.
"Para prestar atención es necesario inhibir el entorno, y esta es otra manera de saber que la persona está interesada en ti: puede mirarte a los ojos y no desvía la mirada por todo su alrededor", señala Pfaus.
Y el amor... ¿Es igual a los 15, a los 20, a los 35 o a los 70 años?
La respuesta breve es no. Calixto, actual jefe del departamento de neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría de México, detalla que los niveles de dopamina comienzan a disminuir después de los 30 años y es, en palabras del doctor, antes de esa edad que podemos experimentar los enamoramientos más intensos. Después la experiencia se torna evidentemente más cognitiva.
Sin embargo, no sólo influye la edad, sino también el momento en el que se evalúa la relación. La primera etapa, la del enamoramiento, dura entre cuatro y cinco años. "Después del enamoramiento sigue el amor, pero el amor maduro, el construido, el que acepta a la persona como es, que es la parte más hermosa de una relación, pero al mismo tiempo ya no tienes las mariposas en el abdomen y por primera vez aparecen las metas, los objetivos y los límites", destaca el experto.
Durante esta transición nuestro cerebro cambia radicalmente los ingredientes de la pócima mágica y todas las dosis de los componentes que necesitamos al inicio se reordenan: durante el enamoramiento Calixto señala que liberamos dopamina, noradrenalina, hay incremento del cortisol, disminución de la serotonina, cambios en la regulación del sistema inmunitario y ahora, con el amor, el cortisol es el que comienza a disminuir y un nuevo neurotransmisor toma las riendas: la oxitocina.
Es gracias a esta hormona que ambos científicos explican la aparición de un nuevo fenómeno: comenzamos a decir "mi pareja". Esta posesividad aparece porque es el punto en el que sentimos que el vínculo que generamos con el otro no lo tenemos con nadie más. Que construimos algo.
"El problema es que muchos no están dispuestos a construir y quieren regresar a las primeras etapas y entonces se vuelven a enamorar de otra persona, pero obviamente todos somos diferentes. Algunos se cuestionan por qué hicieron ese cambio y otros determinan que están mejor, pero si no sabemos construir vamos a culpar siempre al otro de nuestras desgracias", asegura Calixto.
¿Cómo llegar al "para siempre"? El sexo parece ser un buen comienzo
"Las parejas tienen que aprender a tener citas", dice Pfaus, quien especializa su investigación en neurobiología, neuroquímica y biología molecular del comportamiento sexual. La explicación detrás de su afirmación se alinea con el punto anterior. Una pareja que lleva casada muchos años tiende a elegir siempre el mismo café, la misma hora para cenar, los mismos fines de semana y, eventualmente, mantienen relaciones sexuales en la misma posición y en el mismo sitio.
¿Cuál es el truco para que una rutina se sienta diferente? "Las parejas deben tener citas de noche en las que no hagan nada más que salir a cenar y, preferiblemente, alquilar una habitación en un hotel", asegura y tal vez aquí resida uno de los máximos secretos de matrimonio de Marge y Homero, o ¿acaso no son expertos en tener sexo en sitios poco convencionales, como un campo de golf o un globo aerostático?
"Podemos tener orgasmos aburridos sólo para dormirnos, pero son las cosas excitantes las que nos hacen pensar ‘Dios mío, renové mi amor por esta persona'", destaca el investigador, quien sugiere una extensa lista de posibilidades hogareñas en las que es posible practicar el erotismo. Es gracias a estas leyes, las que se rigen por la novedad, que con frecuencia las personas sienten que el sexo durante las vacaciones es mejor, pues en palabras del especialista, el sexo forma parte de la intimidad con el otro y el factor de lo nuevo en este contexto es sinónimo de excitación.
Duelo: el "no" que hay que aprender a aceptar, aunque nos duela
Según Pfaus uno de los errores más comunes que se tienen al momento de realizar el duelo es evitar el proceso. "Si sales con mucha gente y no te tomas el tiempo que necesitas para recuperarte, la próxima vez que veas a tu ex pensarás ‘me duele el corazón de nuevo. ¿Cómo puede ser esto? Acabo de tener sexo con 20 personas. La respuesta es: nunca duelaste".
Y, a fin de cuento, parece que la frase "el tiempo todo lo cura" también tiene cierta base neurocientífica. Recientemente, explica Calixto, se ha descubierto que, después de 8 a 10 años de haber atravesado una ruptura dolorosa, nuestra percepción de la persona con la que cortamos, se transforma rotundamente.
"A través de esa persona conociste muchos elementos que no los aprendiste con nadie más, solamente con él o con ella, y el punto esencial es que, después de 8 a 10 años, tú ya tienes un vínculo afectivo muy fuerte, pero le quitas todo lo negativo o la gran mayoría de las cosas negativas" y en este contexto, advierte que seamos cautelosos "vamos editando nuestros recuerdos. Nadie es malo en su propia película".
Marge y Homero sólo tienen ojos el uno para el otro, pero recuerdan a sus exs
"Estamos diseñados para hacer siete enamoramientos promedio en la vida, eso no significa que vamos a tenerlos todos, no significa que sean de la misma manera y no significa que aun teniendo una pareja tú no te puedas enamorar de alguien más", explica Calixto.
Menciona, además, que el cerebro tiene capacidad para enamorarse de dos o tres personas, enfatizando en la frase "tiene capacidad", pues ahonda en que la monogamia es una estrategia de la corteza prefrontal. "Somos monógamos sociales psicológicos", prosigue.
"Siempre van a vivir las personas que más hemos querido en nuestro cerebro, nos están ayudando -en un margen de buena salud mental- a evitar errores, también a buscar las cosas que nos gustaron, pero en otras personas", determina, y concluye: "Tenemos 86 mil millones de neuronas en nuestro cerebro, son 86 mil millones de razones para ser felices, aprender y enamorarnos de diferente forma".
Así, queda claro que el denominado por la serie "milloncitos" Artie Ziff quizás siempre alce la mano en algún lugar recóndito de la mente de Marge, o Lurleen -una cantante de country con la que Homero tuvo un vínculo especial- tal vez nunca deje de entonar en ciertas áreas de su cerebro, pero los protagonistas de esta tira deciden dar una suerte de "tutorial del amor" y elegirse el uno al otro, instintivamente, conscientemente, neurocientíficamente.