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Murió Pelé: larga vida a "El Rey"

Durante décadas, "Por si se muere Pelé" fue la justificación para organizar una guardia periodística. Ese día llegó: 29 de diciembre de 2022. Siempre presente en el debate sobre el mejor jugador de la historia, fue también símbolo del Santos, el primer producto global de la industria del fútbol

Murió Pelé. Era la frase de rigor en una redacción para definir cuándo, y por qué, había que montar una guardia. "Se murió Pelé". Por la magnitud que representaba el acontecimiento, una de esas pocas noticias que, en la era dorada de la prensa gráfica, ameritaban otro grito del periodismo de otra época: "¡Paren las rotativas!".

Edson Arantes Do Nascimento. Pelé. O Rei. Nacido el 23 de octubre de 1940 en Tres Coracoes, una localidad al sur de Minas Gerais. Se mudó al municipio paulista de Baurú, valija hecha por un padre futbolista, Dondinho, que insistía en prolongar una carrera que una lesión ya había cortado. Dico, como le decía él a su hijo, no había cumplido los 16 cuando Waldemar de Brito -ex delantero del San Pablo y la selección brasileña que, en la Argentina, supo vestir la camiseta de San Lorenzo- lo llevó a las inferiores del Santos. Tuvo que convencer a su madre, María Celeste -quien, todavía, vive- que le permitiera dejar un trabajo en una zapatería para calzarse -metafóricamente- los botines que había colgado su padre.

Edson debutó en su nuevo equipo durante un amistoso en septiembre de 1956. Jugó su primera temporada completa en 1957. Menos de un año después, no sólo integró la Selección brasileña que jugó el Mundial de Suecia: fue, con 17 años, la estrella; la perla negra que anotó tres goles en la final para el contundente 5-2 sobre los locales y conquistar la primera de las cinco estrellas que hoy luce el escudo de la Confederación Brasileña de Fútbol, la más ganadora -hasta ahora- en la historia de la Copa del Mundo.

Ya era "Pelé", deformación de un apodo ("Bilé") con el que se llamaba a sí mismo cuando jugaba a la pelota en las calles de Baurú, según una de las leyendas sobre el origen de ese seudónimo. Empezaba la era de O Rei. En los '60, el Santos de Pelé -porque fue eso: una marca- fue el primer gran producto global de la industria del fútbol, sólo comparable con el Real Madrid de otro fenómeno sudamericano, Alfredo Di Stéfano. Campeón de América e Intercontinental (1962 y 1963; la segunda Libertadores ganada a Boca en La Bombonera), el Peixe recorrió el mundo, por miles, miles y miles de hinchas de distintos rincones del planeta ilusionados con ver a ese ballet vestido de blanco que danzaba, y hacía bailar, al compás que marcaba la pantera negra que sacralizó la camiseta a la camista número 10.

Pelé celebró el segundo campeonato mundial de Brasil desde afuera. Un desgarro lo sacó de Chile 1962 en el segundo partido, frente a Checoslovaquia. Cuatro años después, las patadas del portugés Joao Pedro Morais cortaron el paso de Pelé -y de Brasil- por Inglaterra 1966. O Rei, que siguió el partido sin poder apoyar su pierna derecha (en esa época no había cambios), se vengó: le dio un codazo en la cabeza a su verdugo en una pelota aérea sobre el final.

Es que, así como le pegaban (y mucho), Pelé también pegaba (bastante). En la Copa de las Naciones, torneo internacional que la Confederación Brasileña organizó en 1964, le partió la nariz a José Mesiano, zaguero argentino encargado de marcarlo. "Del Negro me ocupo yo", dijo entonces Antonio Rattín, el Rata, centrojás que ya se había entreverado con el brasileño en las finales de la Libertadores del año anterior. "Rattín, Rattín", lo llamó Pelé. "En cualquier lado. Menos en la cara", le rogó, resignado a la Ley del Talión que primaba en el fútbol de esos años.

Atlético, rápido, hábil, astuto, potente, con un dominio endiablado, pegada formidable con las dos piernas y un cabezado magistral. Faltaron palabras en el diccionario para describir su juego. Después de un paréntesis voluntario -se alejó de la Selección tras la frustración del '66-, volvió a vestir la verdeamarela como director de esa orquesta que fue el Brasil del '70, el equipo en el que el Lobo Zagallo -ex compañero suyo ahora entrenador- descubrió la fórmula para convertir los elementos -los cinco 10: Pelé, Jairzinho, Gerson, Tostao y Rivelino- en oro. Y del más puro. Tricampeonato al ritmo del samba. The Last Dance de O Rei. Promesa cumplida con creces cuando, a los 10 años, vio llorar a su padre tras el Maracanazo. "Yo voy a ganar un Mundial", le dijo. Fueron tres.

Lo que siguió fue la leyenda. Los más de 1300 goles, cuyo recuento todavía se discute. Su conversión en fenómeno comercial: su paso por el Cosmos neoyorquino, primer gran intento de promover al soccer en los Estados Unidos. Su estrellato cinematográfico, en la recordada Escape a la Victoria. Su fugaz Ministerio de Deportes de Brasil (1995-98). Su eterna cercanía a la FIFA, en especial, a su fan Joao Havelange. Su vida privada, de tres matrimonios, siete hijos reconocidos y affaires escandalosos, como el que tuvo con Xuxa o el ¿mito? sobre su debut (no el deportivo, precisamente). También, su vínculo de amor, odio y, al final, de nuevo amor, con Diego Armando Maradona, el sucesor que lo opacó.

Días atrás, Lionel Messi, el tercero en discordia en el debate sobre los mejores de la historia, gozó -como ellos- la foto más deseada. Pelé ya estaba internado, grave, en tiempo de descuento. Hasta este 29 de diciembre. Murió Pelé. Tenía 82 años. Larga vida al Rey.


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