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Los problemas de la política

Suponemos que asistimos a un cambio sustancial en nuestro sistema político. Pero (de diversas formas) algo así ocurre en numerosos países.

Descontento explícito, sustitución de partidos por liderazgos personales, agendas divisivas, deterioro de las categorías tradicionales, mucho de esto se repite en diversos lugares.

Mas allá del caso argentino, la sociedad mundial se encuentra ante un debilitamiento de casi todos los colectivos con los que contó para su organización: los partidos políticos se han vaciado, las iglesias están menos concurridas, la familia tradicional ya no es lo común, lo relevante de la instrucción ya no ocurre en la escuela; la flexibilidad del trabajo debilita sindicatos; las empresas ya no son espacios sociales de permanencia en la carrera profesional.

¿Por qué, entonces, no estaría además en crisis el mayor colectivo conocido, el estado nacional? Y, consecuentemente, ¿cómo no va a encontrarse en crisis la política como la sabia esencial del estado?

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Las convulsiones se manifiestan por diversas vías. Pero no sólo en Argentina. Ha ocurrido en Estados Unidos, Francia, Brasil, Reino Unido, Chile, China, Irán, Líbano, Perú, Bolivia.

Algo más profundo está teniendo lugar en numerosas porciones del globo: muchas actividades que estuvieron cobijadas por la política por décadas ya no lo están. Los jóvenes trabajan de un país para otro más allá de la leyes laborales; el libre tráfico transfronterizo de datos, información, ideas y conocimiento es incontrolable; los virus perforan políticas sanitarias nacionales; la educación ocurre en contenidos digitales abiertos en una nueva internet; las empresas crean ecosistemas de inversión, producción y comercio internacionales resilientes a tensiones geopolíticas; los flujos de capitales crean instrumentos inéditos para decidir rumbos instantáneos; los médicos atienden consultas por plataformas digitales desde donde sea; las maquinas se conectan entre sí desde donde sea sin intervención de humanos; los estándares globales (muchos, privados) conciben una mundialización mayor que cualquier internacionalidad del comercio tradicional; las políticas económicas nacionales ya no pueden reprimir desordenes ante desequilibrios macroeconómicos. Y los problemas más angustiantes son supranacionales (desde el cambio climático hasta las descontroladas migraciones y sus efectos en la vida de sociedades).

El fenómeno es más intenso en los jóvenes (la mediana de la edad planetaria es de 30 años) que privilegian nuevos espacios (digitales, deslocalizados, ultradespolitizados). Esos espacios suplantan a los geográficos tradicionales.

Hace lustros profetizó Julián Marías que crecientes porciones de la vida de cada uno van quedando fuera de la política. Pues eso se ha exacerbado en los últimos años. Si una mayor parte de la vida va tendiendo a ocurrir en mayor grado fuera de la política, luego la crisis de ésta es inevitable (y el voto de los ciudadanos reacciona a esa crisis).

El uso promedio de internet en el mundo es 6 horas con 40 minutos por día (un reciente informe del ITBA da cuenta de que YouTube es hoy la más poderosas escuela mundial). ¿En qué otro 'espacio' estamos más tiempo? Dice la ICC que el flujo de datos crece hasta u$s 2,8 billones. El tráfico de datos internacional por internet -el incontrolable gran generador de valor mundial- creció en 10 años 1000 veces (y en 30 años, 100.000 veces). Valga solo como ejemplo advertir que el 46% de las personas en todo el mundo utilizan canales digitales de modo exclusivo para sus operaciones financieras. Categorías propias de lo que hemos conocido como la política se desvanecen.

Para la política, el problema emerge no bien se pretende usar los mismos instrumentos de siempre mientras no se obtienen los mismos resultados. Y para muchas personas (menos adaptativas), mientras, el problema es advertir que no pocas soluciones están en otro lado. La teoría de la disonancia cognitiva de León Festinger advierte de las molestias que emergen en las personas cuando albergan creencias contradictorias o cuando sus actos contradicen sus creencias.

Un problema de la relación entre los ciudadanos y la política se manifiesta en una contradicción paradígmática: la política pretende mantener el liderazgo jerárquico y en el mundo emerge con éxito el liderazgo 'redarquico' (roles de ordenamiento y activación en red).

Asistimos a una crisis política en cuatro dimensiones: las autoridades pretenden trabajar en un sistema que ya no funciona, ese sistema cruje porque está desacoplado de las nuevas realidades sociales, los ciudadanos acuden a medios sustitutos, pero -a la vez y como acto reflejo- siguen mirando al viejo sistema esperando algo pero sin resultados.

Las personas, entonces, reaccionan por vías múltiples y se escapan de la política para la búsqueda de soluciones pero reniegan de los políticos que ya no proveen lo que proveían.

Lo que ocurre en el mundo es más profundo que una crisis de liderazgos.

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