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Los números de la economía hablan, pero la política no siempre los escucha

Años antes de que la política lo convocara para asumir cargos públicos, Ricardo López Murphy citaba en los diálogos que mantenía como economista jefe de FIEL un axioma que se mantiene inalterable: las matemáticas no tienen ideología. Pero cuando sus principios se alteran por obra y gracia de la política, las cuentas se desvirtúan y tarde o temprano los números no cierran.

La frase de López Murphy no necesita análisis. Es tan universal que podría ser el telón de fondo de innumerables contextos de crisis. Porque lo que se repite hasta el cansancio es su contracara, una ilusión muy propia de la dirigencia argentina: querer que los números se sometan a los deseos de la política.

Alberto Fernández y Martín Guzmán vienen moldeando decisiones de política económica que están más cerca de lo que les reclama Cristina Kirchner que de lo puede ofrecer hoy un Estado que no tiene dólares y que está limitado para aumentar su financiamiento en pesos. Más allá de que hablen o no entre ellos, el Presidente nunca dejó de actuar como socio del Frente de Todos. Cuando la inflación escaló a 6,7% en marzo pasado y se mantuvo alta desde entonces, el Ejecutivo armó una estrategia de contención social razonable, que incluyó desde aportes extras a trabajadores informales hasta alivios impositivos para asalariados, autónomos y monotributistas. Y cuando puso en marcha un nuevo esquema de tarifas, habilitó para gran parte de los usuarios aumentos muy inferiores a la inflación.

Estos ejemplos pueden ser seguidos por otros similares. Los analistas miran los datos fiscales y se preguntan: si con Cristina y Alberto peleados, el gasto primario subió en el primer cuatrimestre 20 puntos por encima de los ingresos, ¿hasta dónde llegaría si estuvieran alineados?

Que el mercado, los inversores y los ahorristas vean esta foto y duden en seguir financiando al Tesoro (lo que a su vez pone en duda la capacidad de repago de la deuda en pesos), no es una conspiración, es hacerle caso a las matemáticas. Todos los pesos que necesitará el BCRA para pagar los intereses de las Leliq más todos los que pedirá Economía para cubrir sus obligaciones si los privados no le entregan los suyos, son brotes de inflación futura.

Si los actos de gobierno que elevan el gasto hacen crecer las dudas sobre el peso, los propios argentinos se vuelcan al dólar, como reconoce la propia Cristina Kirchner. Y cuando eso pasa crece la brecha, baja la liquidación al valor oficial y el círculo se vuelve más vicioso.

La nueva vuelta de tuerca a las importaciones también se veía venir. El torniquete era inevitable, pero aplicado en un contexto frágil, potenció la incertidumbre. El Gobierno sabía que iba a llegar a este callejón desde que la guerra en Ucrania alteró los precios de la energía. Se confió en que el agro iba a compensar los faltantes. Las matemáticas hubieran aconsejando evaluar algún acuerdo con el agro que incluya estímulos que eleven la producción y venta de cereales, buscando un nivel de retenciones que no desfinancie al Tesoro pero que priorice la entrada de dólares. Pero para la política, esa ecuación no cierra. Así estamos.

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