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La vacuna contra la inflación ya existe: es un plan con metas transparentes

El Gobierno ya no pretende que la inflación baje, sino que no suba demasiado. Para tratar de alcanzar ese objetivo apostó al ancla cambiaria y a un menor aumento de las tarifas, entre otros controles. Pero está a la vista que los factores que inciden hoy escapan a esa pretensión. Los bienes siguen empujando los precios mes a mes, con alta preponderancia de los alimentos. Por eso los analistas ven con preocupación que la inflación núcleo (aquella que excluye los precios regulados y los estacionales) haya llegado a 3,6%, por encima del promedio.

Las autoridades recurren a una botonera en la que van permitiendo ajustes graduales por sector, como sucedió en junio con el rubro Comunicaciones. En Vivienda, por caso, pesó el retoque que tuvo el valor del gas. Lo cierto es que esa estrategia tiene un efecto colateral: si bien evita saltos bruscos, lo real es que todos los meses hay alguien que aumenta.

Si bien el combustible no acompañó el alza que tuvo el petróleo a nivel internacional, el precio al surtidor no está del todo congelado. Hay un deslizamiento en el que inciden los impuestos y también el corte de biocombustibles, lo que causa un doble impacto: incide en el rubro Transporte, pero además potencia el aumento de costos logísticos a las restantes regiones del país. Es la razón por la cual la variación en el GBA es menor al 3,2% nacional, y en el resto (con la excepción del noreste) es visiblemente mayor.

El número que este mes prendió luces rojas es el aumento interanual: por primera vez en el año superó 50%. Los analistas esperan que esa suba empiece a suavizarse y descienda para fin de año a un rango de entre 45% y 48%. Como se mencionó en esta columna, el mandato oficial es que al menos no pase las cifras que registró Mauricio Macri (47,2% en 2018 y 53,8% en 2020).

En el fondo, nadie espera que este flagelo se transforme en un número aceptable en el transcurso de unos pocos meses. De hecho, si el Estado no se lo pone como objetivo es porque también necesita de la inflación para financiarse. No deja de ser una adicción de la que debe desprenderse con cierta gradualidad, para poder acomodar así otras variables, como la fiscal y monetaria. Pero hay coincidencia en que una receta ineludible para enfrentarla es transparentar un plan que permita sostener expectativas, porque la palabra claves es alineamiento, tanto del sector público como del privado. El plan no tiene que ser un powerpoint. Alcanza con definir prioridades y avisar si hay algún evento que altera las herramientas o los objetivos (como puede ser el caso de la suba global de las materias primas). El riesgo que asume un Gobierno cuando no sigue esta regla es que si el Estado no respeta ese orden, habilita a que cada uno aumente lo que pueda, cuando pueda. Lamentablemente, es lo que vemos todos los días.

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