ANÁLISIS

La posible emergencia de una nueva grieta

Desde hace casi una década, para hacer nuestras encuestas, preguntamos a los entrevistados quien es el principal responsable de la crisis que vive el país. Las opciones son: quien esta gobernando actualmente o quien lo hizo en el pasado. Nos preguntamos ante cada investigación cuando dejaremos de hacer esta pregunta. De la crisis del año 2001 emergió un orden que muestra signos de agotamiento hace tiempo, sin claras perspectivas aún de que características tendrá la Argentina que viene. Y si los gobiernos de De La Rua y Duhalde fueron la transición entre el menemismo y el kirchnerismo, los de Macri y Alberto Fernández puede que terminen siendo el puente entre el kirchnerismo y lo que aún es terra incognita, como solían denominar en los viejos mapas a aquellos lugares aún no explorados.

Si los noventa fueron símbolo de estabilidad, convertibilidad, desregulación, privatizaciones y achicamiento del Estado, su contracara fue la falta de competitividad de la economía, limitada por la rigidez de un tipo de cambio revaluado pero al mismo tiempo adorado por los argentinos en aquel entonces, el siempre recordado 1 a 1. Diversas crisis internacionales (Tequila, Arroz) pusieron en evidencia los límites de un modelo que generaba altos niveles de desocupación sin una malla de contención social adecuada. Tal es así que los movimientos sociales de protesta que surgieron en aquel entonces vinieron para quedarse. Porque contrariamente a lo que muchos suponen, los piqueteros no son un fenómeno del 2001 sino que emergieron al calor del menemismo.

Los sectores medios que disfrutaron de altos estandares de consumo en la última década del siglo pasado se anoticiaron de los límites de la convertibilidad cuando Domingo Cavallo les anuncio el corralito. De allí a la solidaridad con los excluidos había un paso. Los desocupados marchaban al calor de los aplausos de la clase media. Lo que vino después está más fresco en nuestra memoria. Desde el año 2003 en adelante los símbolos de los nuevos tiempos fueron más intervención estatal, más regulaciones, más estado, y sobre todo el desarrollo de una serie de políticas de ingresos para los sectores con mayores dificultades para insertarse en el mercado laboral. Los ya famosos ¨planes¨.

En lo que refiere a lo político, si la expresión de los noventa fue un peronismo liberal, abierto al mundo, aliado estratégico que mantenía relaciones carnales con los Estados Unidos, la expresión del nuevo orden post menemista fue un peronismo nacional y popular, estatista y latinoamericanista. En cuanto a la oposición política, del menemismo emergió el Frepaso, la fuerza política liderada por Chacho Alvarez cuyo crecimiento se apalancaba en las impugnaciones a los niveles de corrupción que mostraba el gobierno y al avasallamiento de instituciones tales como la Corte Suprema, pero que poco espacio encontraba para construir una alternativa a la convertibilidad. Más aún, la ALIANZA entre el Frepaso y la UCR, ganó en 1999 prometiendo que el uno a uno no se iba a tocar.

La crisis de las retenciones móviles del año 2008 también comenzó a mostrar los límites del modelo que emergió en 2003. Incipiente inflación, necesidad de recursos fiscales y falta de divisas, tres problemas históricos de la economía y que intentarían ser resueltos con diversos parches: estatización de fondos de AFJPs, emisión monetaria, endeudamiento y cepos cambiarios. Pero la oposición al kirchnerismo fue creciendo al calor de las denuncias por corrupción y nuevamente, para ganar, tuvo que prometer que aspectos esenciales del gobierno de CFK no iban a ser vulnerados, desde la aerolínea estatal hasta la transmisión de los partidos de futbol por televisión abierta pasando por mantener subsidiadas las tarifas de los servicios públicos.

Sería arriesgado afirmar que el gobierno de Macri fue una continuidad del kirchnerismo, pero lo cierto es que su final mostró los límites de su capacidad transformadora. La Argentina se quedo sin financiamiento externo, la devaluación se aceleró y junto con ella el proceso inflacionario. El gobierno tuvo que recurrir al FMI, aplicar un cepo y el final es historia conocida con la vuelta del peronismo al poder en su versión 2019, un kirchnerismo moderado en la figura de Alberto Fernandez.

Dos años después, pandemia mediante, el cepo continua, el financiamiento externo sigue cortado, la inflación se acelera y el Frente de Todos esta sumido en una crisis política que muestra los desacuerdos de la vicepresidenta con el presidente Fernández a plena luz del día luego de haber sido derrotados en la elección de medio término. Sin embargo, el escenario político es más complejo.

En primer lugar, porque no esta clara la continuidad de la alianza gobernante y todo indica que la relación entre el presidente y su vice muestra signos de agotamiento definitivo, y si bien la necesidad tiene cara de hereje, aún no está definido cómo afrontará el peronismo el proceso electoral 2023. El devenir del Gobierno será un factor determinante.

En segundo lugar, la coalición de Juntos por el Cambio también se ve atravesada por tensiones de difícil resolución. Si el peronismo se fragmenta, los incentivos para la unidad se hacen más débiles en una fuerza heterogénea y sin ningún liderazgo hegemónico luego de la salida de Macri del poder.

Pero sin dudas la emergencia de la figura de Javier Milei y su fuerza libertaria son la principal novedad. Impugnan al establishment político llamándolo ¨casta¨ al mismo tiempo que golpean discursivamente con fuerza contra los cimientos del orden económico post convertibilidad: subsidios, regulaciones, impuestos, intervención estatal. Sin embargo sus propuestas suelen tener tal grado de radicalización que uno no puede dejar de pensar si las condiciones políticas habilitarían la posibilidad siquiera de llevarlas adelante.

En este estado de situación el nivel de intensidad de la crisis puede ser determinante para la trayectoria que pueden tomar los acontecimientos y la configuración de los diferentes escenarios políticos. A menor intensidad, es posible que la situación se asemeje a la del año 2015. El peronismo y Juntos por el Cambio disputarían el primer lugar y eventualmente un balotaje, los libertarios se convertirían en una tercera opción que se ubicaría en los dos dígitos pero sin amenazar a las dos principales fuerzas. Sin embargo, una aceleración de la crisis podría derivar en un crecimiento del sentimiento anti política, y los libertarios pasar de ser una tercera fuerza a competir por un lugar en el balotaje frente al peronismo y Juntos por el Cambio.

El escenario de no intensificación de la crisis reeditaría la clásica grieta Kirchnerismo-antikirchnerismo, anticipando de alguna forma los factores que serían determinantes para definir un ganador: situación económica y quienes sean los candidatos. Los techos electorales se convertirán en un factor crucial al definir los candidatos de cada espacio pensando en una eventual segunda vuelta.

En la otra opción, es posible que tengamos tres alternativas. Una radicalizada hacia la derecha (Milei y aliados), otra hacia la izquierda (Kirchnerismo y organizaciones sociales) y una moderada (Juntos por el cambio, en figuras como Larreta, Manes o Lousteau). La gran pregunta es si la radicalización de los extremos permitirá la consolidación de una opción de centro moderado o estaremos ante la emergencia de una nueva grieta.

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