La hecatombe electoral trae ondas expansivas
De tanto obsesionarse con la franja central del país, el oficialismo apostó asimétricamente a la provincia de Buenos Aires para equilibrar resultados. Casi como una continuidad de la pandemia donde lo que sucedía en el AMBA era el teatro de operaciones que sintetizaba -erróneamente- la imagen de un país más grande y diverso. No solo no lo logró, sino que la nacionalización de la estrategia de Buenos Aires puso en jaque al resultado nacional con un retroceso electoral nacional enorme, poco estimado, que deja al Frente de Todos con una porción de votos muy reducida comparada con su última cosecha legislativa de las PASO del 2019 (-12,9%) y su última cosecha presidencial, de acuerdo a la primera vuelta del mismo año (-17 aproximadamente).
Se hablaba de apatía y de merma electoral significativa, cuando en realidad era una especie de calma que avecinaba una tormenta de votos. Se decía que pudiese haber falta de legitimidad en los resultados y bronca. Lo que hubo fue enojo, ese que venían reflejando los sondeos desde hace medio año que vaticinaban con contundencia que la oposición, como opción binaria, sobrepasaba al oficialismo; que señalaban con elocuencia que el rumbo por el que va transitando el país genera una disconformidad abrumadora; y que desde febrero se registraba un deterioro considerable en la imagen presidencial, agravada por los diferentes escándalos especialmente el de Olivos. Sí hay que registrar que, al menos en Buenos Aires provincia, y quizás en Santa Fe, muchos sondeos de encuestadoras afines al oficialismo daban chances de victoria cómoda al oficialismo, incluso en los bocas de urna del mismo domingo.
Pero vino la hecatombe y aparecieron algunas novedades. Una de ellas es la diversificación del descontento que no sólo fue tributario a la performance de la principal coalición opositora, Juntos por el Cambio. Esta última tuvo firmeza en su cosecha electoral. No perdió ni un voto comparado al 2019. Creció ínfimamente, pero su novedad es que ganó en muchas provincias. Que Juntos por el Cambio se torne competitiva de cara a la elección presidencial, aunque falte mucho, no llama la atención de tan obvio. Que saque diferencias enormes en CABA, Córdoba, Mendoza y Santa Fe, tampoco. Pero que además de ganar la provincia de Buenos Aires se haya presentado como un ariete que amenace la estabilidad de provincias gobernadas históricamente por el PJ, eso sí es toda una novedad.
Juntos por el Cambio sacó chapa de coalición federal a la vez que el Frente de Todos se trastornó en una expresión de macrocefalia bonaerense por demás llamativa. 7 de cada 10 habitantes no aceptaron un formato de vida propuesta por el oficialismo. La vida que quieren es otra. ¿Cuál? Ni idea, pero no le pidan tanta racionalidad a las campañas devenidas en verdaderos plebiscitos emocionales. La relación entre ira, hostilidad y agresividad se transformó en voto ayer: el voto como un acto de venganza, como un acto de desagravio, como una señal del descontento. El voto como un juicio moral frente a escándalos. El voto como una reafirmación ideológica más cercana a un sentimiento que a un pensamiento elaborado. El voto contra identitario donde no quedan claros los argumentos de lo que voto, pero queda totalmente claro por quién no voto. El voto que sustenta clivajes exagerados y sin límites (posiciones dicotómicas en torno a temas).
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Y en ese mar de ofertas políticas opositoras, de clivajes extremos donde la oposición navegaba cómoda, el oficialismo se defendió aportando un inventario de la cantidad de vacunas, de la cantidad de IFE, del peso de la deuda en dólares, y de todo lo que pudiera sumarse en una calculadora, sin dar peleas identitarias ni ideológicas que una mega coalición de su tamaño pudiera dar. Jugó tácticamente a que le reconozcan lo hecho en la pandemia, a cosechar un voto premio del desempeño en emergencia desconociendo que pocos casos hubo donde dicho eje electoral fuera triunfante. Jugó también a proponer un futuro invisible, cargado de incertidumbre, aunque con un presente raquítico. Repitió el error de Juntos por el Cambio en 2019: mucho pasado, poco presente y un futuro más parecido a una niebla.
¿En qué superan las coaliciones a los partidos? En su capacidad de articulación y, sobre todo, de agregación de las heterogeneidades. Y eso se produce porque hay causas concretas, batallas que dar, política y socialmente hablando. Pero el Frente de Todos cayó en su virtud y en su desgracia al mismo tiempo: el kirchnerismo. Su virtud, porque la potencia identitaria que irradia voluntad de transformación, de lucha contra un status quo la dio este espacio que cooptó al peronismo hace rato. Pero electoralmente también es su desgracia, porque todo lo que toca, a la corta y a la larga, genera al frente una reacción como respuesta, genera anti kirchnerismo que, en tamaño, supera holgadamente al kirchnerismo. El kirchnerismo les reduce espacio a las diferencias. Las castiga, subsume, silencia o controla. Y achica, a la corta y a la larga, el peso de las coaliciones. No vale la diversidad. Albertismo, peronismo conservador, movimientos sociales, Frente Renovador y una serie de pequeños sellos partidarios son socios circunstanciales o escollos removibles. El kirchnerismo fue el autor intelectual de las PASO, aunque curiosamente su peor jugador. La diversidad en la coalición oficialista se transforma en amenaza. Un bochazo en ingeniería electoral. Juntos por el Cambio es el detractor mediático más hostil de las PASO, aunque su mejor jugador. La diversidad se transforma en fortaleza.
Y tarde o temprano aflora al mismo debate que tras la derrota del 2015: ¿lo que molesta del kirchnerismo son sus políticas o sus formas? No creo que nadie pueda separar a una esfera de la otra ya. El último contrato electoral del 2019 hablaba de una flexibilidad de ambas, de un aprendizaje del pasado que nunca terminó de cuajar. La etiqueta "volvimos mejores" fue una provocación innecesaria que los votos castigaron.
Todavía falta noviembre. Nadie sabe qué puede pasar. Se especula con activar a quienes no votaron. A priori, mala noticia para el oficialismo: mayormente es voto adulto mayor, su peor franja electoral. E insisto con esto: para el Frente de Todos, el problema ahora no es la franja central. En 10 provincias perdió más de 10 puntos comparada a la última elección legislativa de 2019, y de ellas, en 7 por más de 15. Apabullante. Seguro se expandirá el gasto público. Seguro habrá más protagonismo de gobernadores. Y será un dilema para el oficialismo y para la oposición su rol frente a un paquete de leyes que estaban en carpeta: hidrocarburos, Justicia, salud, reforma impositiva, entre otras.
Encima, no solo los liderazgos de Juntos por el Cambio no desacelaraban en la noche del domingo, sino que redoblaban su retórica. "Ganó la república, Argentina no será Venezuela" se escuchó en varias bocas importantes. Pero en términos del Congreso, si bien cualquier provincia tiene complicaciones, la identidad de algunos de los oficialismos provinciales, victoriosos, como los de Río Negro o Neuquén, por caso, hace que se vea difícil una cooperación con el gobierno nacional tan fluida como pudiera haber sido en otra época.
Ni hablar de la izquierda o la derecha, cuyas presencias electorales puede condicionar el resultado final de la votación del partido al que le detrae votos desproporcionadamente, como la izquierda con el Frente de Todos o la derecha libertaria con Juntos por el Cambio. La izquierda, siempre agazapada para captar parte del descontento en elecciones legislativas intermedias no defraudó: fue la tercera fuerza del país. Las opciones liberal conservadoras, fueron la otra novedad. Encausaron el enojo antisistema; al sentido común descontextualizado; y también a un neoconservadurismo revestido estéticamente en otro ropaje. Sea lo que fuere que representen, se convirtieron en el mojón de referencia que ubica al resto, particularmente desde el centro a la derecha, y por lo tanto con seria capacidad de impacto en la articulación del discurso de Juntos por el Cambio. Eso no dará tregua al intento de moderación de la coalición opositora ganadora, así como le exigirá posturas de relativa inflexibilidad legislativa y poca cooperación luego de noviembre.
Hernan Cian
Excelente artículo