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La Argentina ante los burócratas sin códigos

Algunos financistas que escucharon el martes a la ministra de Economía, Silvina Batakis, llegaron poco antes de las 10 de la mañana a la sede de la embajada argentina en Washington caminando y en amena charla con el ex director del Hemisferio Occidental del Fondo Monetario Internacional, Alejandro Werner.

Se trata nada más y nada menos que de un burócrata argentino-mexicano clave en el otorgamiento del préstamo récord a la gestión de Mauricio Macri, pagadero en los mandatos subsiguientes. Ahora alterna entre asesorar inversores y dar entrevistas pregonando lo falto de exigencias que estuvo el entendimiento que suscribió el ex ministro Martín Guzmán con el staff que conduce Kristalina Georgieva, y donde sobresale el ortodoxo brasileño Ilan Goldfajn en su reemplazo.

La exposición de "la griega", como se refieren en la política la jefa del Palacio de Hacienda, se armó en horas. El argentino Sebastián Vargas, de Barclays, se cargó buena parte de la convocatoria que estresó al embajador Jorge Argüello, que trató de sonreír todo lo que pudo en la foto de bienvenida a la delegación que posteó en redes sociales.

Javier Timerman, del fondo Adcap, viajó desde Nueva York. Estuvo Daniel Kerner, de Eurasia Group. Gustavo Ferrero, de Gramercy, también dijo presente, al igual que Andrés Lederman, de Fintech Advisory, el sello de David Martínez, socio de Clarín en Telecom. Incluso sorprendió que se sentara allí nada menos que Nancy Zimerman, co-fundadora del fondo Bracebridge, que maneja u$s 12.000 millones.

Fueron dos horas y Batakis cayó bien. Eligió hablar en español. Mencionó sin pruritos la palabra ajuste varias veces. "Habla la ministra de la coalición", la introdujo Argüello, lo que derivó en los titulares de que "Cristina avala el plan", cosa que no está tan clara aún. Separaron a los que no entendían castellano y les pusieron una traducción aparte. "Quiero recuperar el diálogo con ustedes; ya me conocen de la provincia de Buenos Aires", soltó la ministra. Le jugó a favor el contraste con Guzmán, a quien el mundo de la deuda privada todavía tiene atragantado.

De esa manera, la funcionaria con menos de un mes en el cargo pudo matizar el mal trago de que Mauricio Claver-Carone, un cubano-estadounidense que está al frente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), publicara no bien aterrizó un brulote en The Wall Street Journal. Con menos código que La Salada, le avisó así, en un artículo áspero, que le va a retacear guita comprometida para la Argentina.

Se trata de un hombre dispuesto a ir al barro y pintarse la cara para jugar a la política regional mientras mira su pago chico. Es cierto que el asesor zen del Presidente, Gustavo Beliz, siempre quiso ese puesto y hoy paga las consecuencias. Pero Claver-Carone tiene una caradurez nivel Messi. Fue asesor de Trump, el tipo que casi se carga la democracia yankee, y ahora sostiene que no puede largar fondos para obras porque somos un país "tumultuoso" en lo financiero. Y lo hace con referencias a una nota de María Anastasia O'Grady que habla del vuelo venezolano-iraní en el país, que es como darle autoridad a cualquier columnista gagá, extremo y marginal de la Argentina.

The macro-cocolich

El drama de fondo, de todas maneras, es otro: que un país esté a merced de lo que pueda decir un burócrata en retirada devenido en consultor, como Werner, o que quede atado a la muñeca de un impresentable como Claver-Carone porque se volvieron cruciales u$s 500 millones de morondanga para conseguir algo de estabilidad, habla más de la fragilidad de nuestro cocoliche macroeconómico que de otra cosa.

Es un resumen de que estamos en una montaña rusa atada con alambre. Entonces si no nos renuevan la deuda en pesos, fuimos. Si no nos liquidan alguito los productores de soja, estamos al horno. O antes, si los grandes fondos de Wall Street no nos seguían prestando en la era Macri, nos hundimos. Si esos tipos se querían rajar de las Lebacs, otra vez cola al Norte.

La nueva cornisa en la que estamos de la mano de Alberto Fernández nos expone otra vez, con dólares paralelos en $ 300 y pico y una brecha de más del 100% entre los distintos tipos de cambio. Las remarcaciones inverosímiles juegan. La licuación de ingresos convive con el eco de una reactivación de restaurantes llenos. Pero los números dan vértigo porque son cada vez más grandes para consumir lo mismo. Asoma una idea de situación límite.

Como sea, sería tonto no ver el bardo más estructural que viene explotando por etapas producto de nuestras debilidades y sobre todo de las malas administraciones de ayer, hoy y siempre, que no la pegan ni cuando tienen segundas oportunidades. Ya sea cuando recibís una montaña de guita del FMI como en 2018 tras una corrida pero no metés ni un control de capitales y ves como se te escurren de las reservas. O ni que hablar ahora, cuando te caen divisas de un superávit comercial inédito pero te lo fumás con una política energética desastrosa que repetís como en las gestiones anteriores. Ahí anida el pesimismo de los que auguran que no bien el fucking gasoducto empiece a pagarnos en dólares genuinos podemos tranquilamente desaprovecharlo, pero no demos bola.

Entonces es así que siempre quedamos regalados ante los vivos, oportunistas y ventajeros de todos los colores y nacionalidades.

Atención, a propósito: ¿será cierto que importantes industriales que vinieron accediendo fuerte al dólar oficial para sus fábricas y se habían cubierto de una devaluación comprando posiciones en silobolsas ahora van a ir primeros en la fila para vender esa soja con el nuevo esquema diferencial que habilitó el Banco Central? Quedarían habilitados así para acceder otra vez a divisas a un precio especial pensado para chacareros pero que tal vez termine siendo algo más, por decirlo así, universal, de Jujuy a Tierra del Fuego.

Para el Banco Central puede ser una buena noticia, porque se garantizaría algo de divisas, en un momento crítico. No es menor. El Gobierno está en pleno debate sobre si se puede aguantar el estado de cosas hasta que pase el invierno o hay que meter sí o sí mano en la gestión e intentar un giro con nuevos viejos nombres y medidas que eviten un lío mayor.

En una exposición ante los ejecutivos de la Fundación Mediterránea, justamente, el economista Carlos Melconian preguntó el lunes al auditorio si creían que sortear esta encrucijada con un salto de la inflación del 90% al 140% lo considerarían una "crisis" según marca el disco rígido de la Argentina, o si sería un escenario que "firmarían" como tolerable, aún asumiendo un mayor deterioro. La mayoría asintió.

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