En el debate económico hay determinados razonamientos que se repiten como un bucle. No hay argumentos nuevos, ni conclusiones asertivas que justifiquen ese movimiento. Pero sucede.
En las últimas horas, el empresario Antonio Aracre, desde su rol de jefe de asesores de Alberto Fernández, reabrió una discusión que parece no tener fin. En declaraciones al diario La Nación, se preguntó si no era conveniente aportarle ingresos al Estado a través de algún impuesto de carácter progresivo (que afecte más a quienes tienen un mayor patrimonio) para poder financiar el crecimiento, entendiendo que ese movimiento llegaría de la mano de una mayor distribución de recursos hecha por el sector público.
"Por supuesto que se puede hacer más eficiente el gasto, pero hasta tanto crezcamos y la base imponible sea lo suficientemente alta para que la recaudación sustente ese gasto", el camino sería subir la presión tributaria.
Aracre pone sobre la mesa dos modelos: "mirar con el hacha a quien vamos a castigar", que es su versión de aplicar un recorte en el Estado para alcanzar un equilibrio que ayude a crecer, o ir por el camino inverso.
Primero crecer y después distribuir es un objetivo que por lo general no genera oposición. El esquema que se repite pero sin asimilar algún avance sobre las evidencias que se generan año tras año, es en la idea de que el Estado es un "motor" más eficiente para impulsar la economía que el capital privado. Para los defensores de esta teoría, lo que hace falta es asegurar un determinado nivel de ingresos y distribuirlos como forma de alentar el consumo. El mantra de este modelo es sostener el mercado interno, cueste lo que cueste. La visión de Aracre incorpora una fórmula intermedia: que ese impuesto extra sea transitorio, lo que supone que en algún momento deberá desaparecer.
Lo que ha ocurrido hasta ahora es exactamente lo contrario. La historia económica argentina está llena de impuestos de emergencia que deberían regir hasta que el país llegue a la "normalidad". Ese es el caso del impuesto al cheque, que nos acompaña desde 2001. Algo similar sucedió con el IVA, que a mediados de los '90 pasó de 18% (alícuota que ya era alta) a 21% para enfrentar las consecuencias del efecto Tequila, y todavía sigue en pie.
Un informe de la consultora Analytica revela que la cantidad de empresas que sostienen el empleo privado ha decrecido hasta el nivel de 2008. Si pensamos en más impuestos, la contracara será menos inversión. Así es como el bucle de aumentar el gasto se conecta con el de cómo la deuda. Es hora de salir de este círculo.
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