Opinión

COP16: cien años de desolación

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En el marco de la 16ª Conferencia de las Partes (COP16) en Cali, Colombia, el escenario mundial de las negociaciones sobre cómo detener y revertir la pérdida de la biodiversidad del planeta nos trae inevitablemente a la mente las páginas de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Así como Macondo era un lugar donde la naturaleza exuberante y las acciones humanas se entrelazaban en ciclos de esplendor y decadencia, hoy la biodiversidad enfrenta una crisis similar. Colombia, una de las naciones más biodiversas del mundo, se encuentra en el epicentro de esta batalla global.

En Cien años de soledad, la familia Buendía repite una y otra vez los mismos errores, atrapada en un ciclo que conduce a su inevitable caída. De manera similar, la humanidad ha seguido un camino comparable: firmamos acuerdos, hacemos compromisos, y, sin embargo, no logramos detener la pérdida de biodiversidad; al contrario, la crisis continúa empeorando. La COP16 debe romper este ciclo, pues los países ya han adoptado el Marco Mundial de Biodiversidad Kunming-Montreal con objetivos ambiciosos para frenar la pérdida de los ecosistemas del planeta.

Pero, al igual que en Macondo, donde la naturaleza a menudo sirve como un recordatorio de lo efímera y frágil que es la vida, la COP16 se enfrenta a su propio momento de confrontar con la verdad. La biodiversidad, que sustenta nuestros sistemas alimentarios y la estabilidad climática, se está perdiendo a una velocidad sin precedentes. No debemos olvidar que la mitad de la economía mundial depende de la biodiversidad. Y es por ello que esta conferencia será una prueba en donde se verá si los países pueden transformar las promesas en acciones concretas. En las selvas y montañas de Colombia, donde se celebra esta cumbre, el riesgo es claro: o seguimos en este Macondo moderno, o comenzamos a construir el camino para salir del círculo vicioso de compromisos incumplidos.

Uno de los puntos más críticos de esta conferencia será garantizar el respeto a los derechos de los Pueblos Indígenas, las comunidades locales, las mujeres y la juventud. Además, es preciso garantizar un reparto justo de los beneficios derivados de la utilización de los recursos genéticos con los Pueblos Indígenas, que son los guardianes históricos y más eficientes de la biodiversidad en sus territorios, y cuyo conocimiento tradicional es aprovechado por sectores productivos altamente rentables. Sus voces serán clave en las negociaciones, ya que sus territorios son fundamentales para la conservación de la biodiversidad global.

Salir del ‘realismo mágico' y transformar de verdad la economía mundial

La COP de Colombia también se enfrenta al riesgo de caer en ‘realismos mágicos': existe una expectativa creciente en torno a los llamados ‘créditos de biodiversidad', instrumentos financieros que permiten a las empresas compensar sus impactos ambientales al financiar proyectos de conservación. Su efectividad sigue siendo cuestionada, dados los antecedentes de este tipo de mecanismos que han sido utilizados para inventar impactos positivos y prestarse al ‘maquillaje verde'. Además, hay pocas dudas de que nunca serán capaces de movilizar financiamiento a la escala necesaria. Muchos actores de la sociedad civil consideran este mecanismo como una ilusión peligrosa.

Más allá de los compromisos diplomáticos, existe un consenso creciente que necesitamos casi u$s1 billón anuales hasta 2030 para implementar los objetivos acordados en Montreal. Está claro que no llegaremos allí con soluciones pequeñas. Si bien ‘invertir' en el cuidado de la naturaleza a través de los mercados puede ofrecer respuestas concretas a ciertas necesidades de financiamiento, es cada vez más evidente que estos mecanismos de nada servirán si no se realizan transformaciones estructurales en nuestras economías, las cuales literalmente están financiando la destrucción de nuestro planeta.

Un grupo creciente de expertos ya ha señalado que es urgente abordar las causas más profundas de la pérdida de biodiversidad, como los subsidios perversos y los incentivos que impactan negativamente a la naturaleza y al clima. En 2022, todos los países se comprometieron a identificar para 2025 y reformar para 2030 hasta un monto de 500 mil millones de dólares anuales, pero hasta ahora se ha visto poco progreso.

Asimismo, la crisis de la deuda tiene un peso real en la lenta implementación de las acciones del acuerdo marco de biodiversidad acordado en 2022. La actual arquitectura financiera sigue ahogando a países ricos en biodiversidad, pero aún en vías de desarrollo, con estructuras de deudas soberanas que no les permiten cumplir con sus compromisos ambientales.

Además, las fuertes desigualdades de riqueza entre y dentro de los países también se reflejan en las desigualdades de los impactos sobre la biodiversidad y el clima. Los individuos y las corporaciones más ricas hoy en día no pagan suficientes impuestos, y mucho menos impuestos que reflejen su impacto desproporcionado en el planeta. Al mismo tiempo, las corporaciones que utilizan el conocimiento de los Pueblos Indígenas y las comunidades locales, y luego desarrollan biotecnologías basadas en ellos, no comparten la riqueza adquirida con las poblaciones locales.

Al enfrentar este desafío, a menudo escuchamos discursos de imposibilidad por parte de los líderes de los países más ricos. Pero esto también es una forma de realismo mágico. Hace quince años, los países del G7 gastaron más de 30 billones de dólares para rescatar a banqueros privados después de que habían empujado al mundo a una crisis financiera importante. Para ayudar a los ya ricos y poderosos, los gobiernos hicieron lo inimaginable, pero la historia se repite con las medidas de austeridad para la gente y el planeta, que se justifica con toda la ficción política posible.

Paz con la naturaleza, con justicia

Es esta injusticia generalizada la que está asfixiando a nuestras sociedades en todas partes, y en la COP16 los países deben cooperar para ponerle fin. En un mundo atravesado por nuevos ciclos y dinámicas de conflictos armados, la idea de la ministra colombiana y presidenta de la COP16, Susana Muhamad, de crear una coalición de países que aboguen por la paz con la naturaleza cobra una relevancia vital.

Colombia, como anfitrión, tiene la oportunidad de demostrar que la paz con la naturaleza no es solo una consigna, sino un compromiso real. A nivel interno, la actual etapa del postconflicto presenta nuevos desafíos en un entramado donde el narcotráfico, la corrupción y la crisis de gobernanza local se entrelazan en la puja por el dominio de los territorios y los recursos naturales, y donde las actuales dinámicas políticas amenazan las perspectivas de una paz duradera.

Desde la perspectiva global, la comunidad internacional, y en particular los países del G7, se encuentran ante una encrucijada moral. Hasta ahora, los países del G7 han sido muy cautos al anunciar compromisos sólidos para financiar la protección y restauración de los ecosistemas, aunque deben una gran deuda ecológica al resto del mundo. Carecemos, en particular, de voces fuertes que impulsen el progreso en subsidios, deuda e impuestos. No habrá paz duradera en ninguna parte si no hay justicia. En la COP16, y durante los dos años que seguirán mientras Colombia ocupe la presidencia de las conversaciones de biodiversidad de la ONU, necesitamos al menos comenzar un nuevo debate en nuestras sociedades sobre la necesidad de cambiar de rumbo.

Hace poco más de cien años, el mundo comenzó una espiral de guerras a escala global y luego aceleró la pérdida de biodiversidad causada por la acción humana. Entre 500 mil y 1 millón de especies están en riesgo de extinción en las próximas décadas, según el IPBES. Como las mariposas amarillas que volaban alrededor de Mauricio Babilonia, la COP16 es un símbolo de esperanza frágil.

La ciencia es clara: si la civilización no actúa ahora, es probable que, parafraseando a García Márquez, efectivamente, en los próximos cien años, habitemos la soledad de un planeta inviable.

¿Será este el momento en que la humanidad y la naturaleza vuelvan a reconciliarse? ¿O estamos destinados a repetir los errores de Macondo, atrapados en un ciclo de destrucción? La respuesta, como en la novela de Gabo, está en nuestras manos.

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