

Con diferentes acepciones, la palabra "dependencia" ha dado vueltas durante los últimos días, desde lo social, lo económico y también desde lo político. El término se ha convertido en un lei motiv más que interesante para mirar la Argentina de hoy, ya sea para analizar las cabriolas internacionales efectuadas por el presidente Alberto Fernández o bien para chequear si la sociedad, aturdida por la mediocridad, ya se ha entregado y no quiere saber nada con eventuales alternativas que podrían ponerla a vivir persiguiendo el progreso, una zanahoria positiva mucho más acorde a la realidad de otros lugares del planeta y no al aura de decadencia que envuelve al país. ¿Lo desea realmente?
En este punto hay que verificar también si el todo de la clase dirigente quiere ponerse al hombro los cambios que el país necesita o si se conformará, al mejor estilo de Jaime Durán Barba, con recomendar mantener el statu quo y hacer seguidismo porque "es la sociedad la que no quiere cambiar", decía el ecuatoriano, mientras la parálisis se ha convertido en una opción para sentarse en la platea y mirar el deterioro de todos los días. En ese aspecto, el actual oficialismo se lleva las palmas porque dilata todo lo relevante y sólo se ocupa de jugar a las internas, mientras el país se desgasta. Parece que todo el gobierno del Frente de Todos sólo se siente cómodo en el no hacer, como si esa carencia no tuviese efectos: "No hay nada que el no hacer no haga", señalaba Lao Tsé y vale recordarlo ahora que China está de moda. Este quietismo es el que aturde en la Argentina de hoy.
Invocando la opción del multilateralismo, quizás una muy buena alternativa para la Argentina si realmente tuviera espaldas para no casarse con nadie, en su última gira el Presidente resolvió jugar a la diplomacia y metió un elefante en el bazar cuando dijo, con modos bastante improvisados por cierto y frente a Vladimir Putin nada menos, que la "dependencia" argentina de los EE.UU y del Fondo Monetario ya le resultaba demasiado extrema y que el Gobierno apuntaba a una "liberación" de tan indeseados tutores. Por lo tanto, que él prefería que la Argentina cambiase de monta y entonces sugirió que los rusos eran más amigables y seguramente menos imperialistas y que la Argentina podría ser su puerta de ingreso a la región.

Al encandilamiento que le produjeron los ojos del titular de la Federación Rusa, le siguió dos días después la ya famosa frase de Fernández dicha a su par chino Xi Jinping: "Si usted fuese argentino sería peronista". En su escala en Beijing, Fernández pareció rememorar sus tiempos de estudiante, cuando recibía cajas y cajas con material de lectura del mismísimo Mao Tsé Tung, a quien le rindió homenaje junto a su tumba olvidando la preferencia kirchnerista por los derechos humanos, ya que no tuvo en cuenta que fue acusado de haber sido el responsable de la muerte de millones de disidentes. En tanto, el Presidente acordaba el ingreso argentino a la Ruta de la Seda, para tirria de los Estados Unidos, quien observa cómo su patio trasero regional le es prolijamente invadido por las otras potencias.
Un par de días después, el Presidente fue más frontal desde Barbados para agredir al país al que varios miembros del Gobierno (Sergio Massa, Juan Manzur, Gustavo Béliz, Santiago Cafiero y el embajador Jorge Argüello por lo menos) le habían solicitado apoyo para cerrar con el FMI: "Me ayudaron Rusia, China, la Unión Europea, los países americanos y paro ahí", dijo sibilinamente Fernández. Ese lugar del Caribe fue elegido adrede cuando se especuló con un supuesto mano a mano con Joe Biden en Washington DC, posibilidad que le vendieron como cierta a Fernández quien habría actuado como actuó por venganza hacia una posibilidad que nunca estuvo cerrada.
Ante la mordedura de mano, el Departamento de Estado explotó y por eso sus voceros hablaron "off the record" del malestar ambiente con el gobierno argentino, para consternación de la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti quien usó al periodismo para no tener que decir nada de un tema que había pegado tan por debajo de la línea de flotación del Gobierno debido a las continuas ambigüedades del Presidente. Más sutil, el Departamento del Tesoro sí habló oficialmente para decirle que "no" a un pedido argentino en el último G-20 (una de las obsesiones de Cristina Fernández), sobre si las sobretasas para préstamos extraordinarios debían mantenerse. El racconto de la gira mostró otro de los costados de la decadencia argentina, la falta de políticas claras en casi todas las áreas, situación que abona la teoría de dependencia de la mediocridad que padece el país.
Según la RAE, "depender" significa "estar subordinado a", ya sea a una autoridad o bien a un poder, tal como el que ejerce el alcohol o la droga sobre el cuerpo hasta que mata, siempre y cuando el individuo apurado por la propia necesidad no acelere su muerte consumiendo veneno potenciado, tal como ocurrió hace unos días. Esta triste dependencia provoca que las conductas se tornen recurrentes, ya que nadie es inmune a volver a repetir el mismo ciclo que lo llevó hasta allí.
El mismo ejemplo vale para la economía argentina inyectada desde hace décadas de consumo vía emisión, de inflación consuetudinaria, dólar atrasado, tarifas pisadas, controles sobre controles para que el proceso productivo necesite de la mano de los burócratas, para que sean ellos quienes decreten ganadores y perdedores, más el desprecio por el campo, el cierre del comercio internacional y la sustitución de importaciones, entre otras lindezas apuntaladas siempre por los lobbies empresarios, todos incentivos poderosos para las recaídas.
Tal como le ocurre a todo adicto, es imposible que un cóctel de ese tipo lleve a otro lugar que no sea el deterioro, a hacer todo más difícil y a un seguro tobogán, pero para suerte de los transas de la política, modernos flautistas que llevan al rebaño al precipicio, la sociedad vuelve a consumir siempre la vieja receta esperanzada en otros resultados a partir de la misma terapéutica. Como siempre ocurre en la mente del enfermo, la culpa del nuevo tropiezo la tendrá siempre un tercero, el que prestó la plata para zafar de las deudas que el adicto acumula debido al sistema que abraza, por ejemplo.
Lo cierto es que una y otra vez, el cuerpo social recae, hasta que una sobredosis lo pone contra las cuerdas y la mente se nubla. Su necesidad de consumir le quita la motivación principal para cambiar y así se torna irrecuperable. Llega un momento en que la voluntad social deja de funcionar y entonces se entrega. De allí en más, la gente no sólo no estará dispuesta a hacer nada que la complique sino que combatirá con todas sus fuerzas a quienes quieran hacerla cambiar. Parece irremediable, pero la cura para quien no desea curarse y para quien resiste los sacrificios lleva a pensar que los argentinos son víctimas, aunque también son responsables de un futuro bien negro que se solidifica cada vez más.
El copamiento de la voluntad resulta innegable y porque se ha dejado avanzar a esos encantadores de serpientes es que hoy la economía está rascando en el fondo de la olla y no solamente debido a que las Reservas Internacionales se han evaporado. La suba de los precios, la miseria en ascenso, la educación retaceada al límite del "vaciamiento", el desprecio por el sector privado, la pérdida de valores, la marginalidad, la presencia estelar de los actores más pesados del mundo narco, la pérdida de tiempo de los gobernantes y la desesperanza general están haciendo su trabajo cada vez con mayor celeridad.
De allí que se nota que desde hace bastante tiempo a los ciudadanos les falta rabia para dar vuelta la situación y para salir de tan nocivo acostumbramiento, mientras le siguen dando chances y chances a quienes manejan la cosa para que siempre tengan a mano la excusa del no acompañamiento social, a la hora de hacer algo a favor de la ciudadanía. Los consejos de Durán Barba fueron seguidos por Mauricio Macri casi a rajatabla y probablemente la sociedad le haya facturado esa falta de liderazgo en 2019, quizás un ejemplo de cómo procesan las sociedades la tibieza de los gobernantes.
En cambio, quienes tienen transitoriamente la batuta la han dado más de lo mismo a esa ciudadanía maltratada, ya que conocen todas las triquiñuelas para no hacer lo que se debe hacer sin esperar a que el Fondo Monetario Internacional se los imponga, aunque a todas luces el FMI de hoy se parece mucho a un perrito faldero en relación a otros tiempos. En esa línea de evitar que se hagan al menos algunas cosas diferentes se inscribe la posición del ala dura del Frente de Todos de no acompañar el arreglo con el organismo que negoció el ministro de Economía, Martín Guzmán y que, "letra chica" mediante, acompañará la oposición, aunque la cuestión de los subsidios aún está en veremos por la resistencia de la cristinista área de Energía. El artificio es una vez más construir una fachada para decir luego "yo no fui" si el remedio es doloroso, algo al que es tan afecta la política en general y el kirchnerismo en particular. Antes que dedicarse a apagar el fuego, el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, acaba de responsabilizar a los productores de los incendios en Corrientes: un clásico.
La imagen de un país metido con todo su cuerpo en el recipiente de lo que alguna vez fue un vergel, imán para millones de personas que llegaron a "hacerse la América", para ver qué cosa queda por allí debajo es el símbolo triste de la degradación que vive en la Argentina, proceso que de a poco se ha rutinizado y que se va convirtiendo en estructural. Si es verdad que el acostumbramiento finalmente gana, la gran pregunta habrá que hacerla a voz en cuello para que la ciudadanía diga de una vez si está dispuesta a cambiar o si tiró la toalla y espera resignada lo peor.













