Ganadores y perdedores del conflicto

Luego del primer paro general que sufre el gobierno de Cambiemos, a 16 meses del comienzo de su gestión, vemos que lejos de avanzar en esquemas que permitan convertir los conflictos propios de las tensiones políticas y económicas que supone el ejercicio de gobierno, en oportunidades para encontrar soluciones, solo se profundizan las distancias.

Analizar los motivos económicos que dan sustento a la medida es un ejercicio que carece de sentido ya que podríamos encontrarlos a montones, como también podríamos haberlos encontrado mucho antes del primer paro general que le hicieron a Cristina Fernández que fue recién en el mes 60 de su gestión.

El paro es político. Siempre lo es. Ya que un paro general normalmente se asienta en consignas que no se pueden resolver en una mesa de negociación, excepto que tenga uno o varios reclamos concretos que crucen a todas las ramas de la actividad económica en función de alguna medida que afecte en forma directa los salarios como por ejemplo modificaciones en el régimen impositivo.

Luce evidente que un aumento salarial o una mejora en las condiciones de trabajo son posible de negociar mientras que el modelo económico o que cesen los despidos no se puede resolver desde el ámbito que ofrece la discusión pertinente al derecho laboral. Es decir, el paro es político. Sí, siempre lo ha sido y siempre lo será.
Lo antedicho de ningún modo le quita legitimidad a la medida mas bien se la otorga, ya que las centrales obreras son órganos políticos no sociedades de fomento ni ONGs. Tal vez el error sea evitar plantear de forma clara los cuestionamientos.

De hecho, en mas de una voz de las que apoyan la medida, se perciben lugares comunes y descripciones con poco volumen político antes que una caracterización concreta sobre los motivos de la huelga. Todo lo cual le resta brillo aún para los que están de acuerdo, ya que termina siendo mas bien para la tribuna antes que la consecuencia de un análisis que se pueda convertir en línea política clara de cara a la sociedad.

El gobierno por su parte advierte esto, y profundiza el conflicto. Se nutre de él. Lo necesita y está muy lejos de regresar a la vocación del acuerdo. Lo que manda es el poroteo y la vocación electoral. En el medio, la sociedad que participa activamente en la exaltación de la pelea, convalida la profundización de una grieta que se suponía que habían venido a cerrar.

Es curioso cómo la idea de unir a los argentinos nos encuentra cada vez más separados. Siempre tendremos a mano el argumento contundente que refiere a la necesidad de buscar en la actitud del otro el combustible para el fuego que arde cada vez con mas fuerza. Nada bueno surgirá de allí.

Tampoco se trata de ser naif, ni creer que la política es algo distinto de la gestión de conflictos. La cuestión central es hacia dónde acuden los liderazgos. Parece difícil imaginar la construcción de la paz europea de la posguerra, o la salida del apartheid en Sudáfrica, sobre la base de la profundización del odio.

La responsabilidad mas importante aquí la tiene el Estado, y quien lo administra. Esto de ninguna manera supone que nos tengan que caer simpáticos los piquetes, ni necesariamente nos tenga que parecer justo el método de la protesta. El desafío es que no nos gobierne la indignación. Ni de unos ni de otros.

En términos concretos el avance de acuerdos sectoriales, suponen lo que se puede advertir si nos animamos a espiar tras la cortina de las imágenes y los prejuicios. Por arriba se pelean y por abajo en las diferentes actividades se ponen de acuerdo.

Los números dicen que el consumo esta mal y no toma ni un poco de temperatura, pero el ajuste que le endilgan a Macri no existe. No hay crisis de empleo, ni recortes que se puedan vincular a un ajuste económico tradicional. El único elemento de envergadura en la composición del gasto es la reducción de los subsidios económicos, pero no los sociales.

La pérdida del poder de compra de los salarios que responde los efectos de la inflación ha comenzado a revertirse, pero es tan marginal que solo se ve en el consumo de bienes durables de algunos sectores de la sociedad. Es decir, se venden mas autos y menos televisores, se venden mas casas y menos leche. Ofrecer soluciones, termina siendo funcional a la dinámica de la pelea que le sirve sólo a los extremos que han logrado fagocitar la ancha avenida del medio, construyendo un muro ficcional que se retroalimenta de odio.

El verdadero desafío de la hora, es el de recrear la cultura del encuentro. Poder construir ámbitos donde el debate trascienda la pantalla y las redes sociales, y tenga como objetivo la búsqueda de resultados para la gente antes que beneficios para los dirigentes. Eso supone que antes de pensar cual es el plano que nos muestre el camino a construir, debemos tener el papel y lápiz para poder trazarlo. Aun no hemos conseguido siquiera eso.

Si no hacemos algo a tiempo, vamos a recrear antagonismos que nunca trajeron soluciones y que usualmente terminaron por distribuir las ganancias entre los mismos actores, mientras el pueblo mira con la ñata contra el vidrio como cambia la escenografía de una obra que ha terminado siempre del mismo modo.

Temas relacionados
Más noticias de ganadores
Noticias de tu interés