El héroe oculto de la economía capitalista no es el financista de Wall Street sino el emprendedor que arriesga su capital en la creación de valor. Las naciones requieren de la inversión productiva para crear empleos y asegurar un sendero de crecimiento sostenido. La situación Argentina no brilla en este aspecto. Con 17,5% del PBI de formación bruta de capital promedio, el país está último entre sus pares latinoamericanos entre 2008 y 2015. Ecuador, Perú, Colombia, Chile, México Uruguay, Brasil y Bolivia invirtieron en promedio 23% de su PBI en el mismo período. Sin nuevos edificios, maquinarias, energía, infraestructura, viviendas, agua y cloacas se torna impensable el aumento de la producción y la contratación de mano de obra adicional.

¿Por qué resulta tan difícil invertir? Toda decisión de arriesgar capital en un emprendimiento enfrenta desafíos. Los riesgos macroeconómicos e idiosincráticos están presentes en el armado de cualquier portafolio de activos financieros. Sin embargo, los proyectos green field o las ampliaciones de capacidades productivas afrontan además tres restricciones: la disponibilidad de financiamiento, los tiempos de construcción y los costos de salida.

El crédito para emprendedores es casi inexistente en sistemas financieros poco profundos y con altas tasas de interés. La materialización de una inversión real depende del montaje de una tecnología y su emplazamiento geográfico. Las regulaciones gubernamentales, particularmente los crecientes requisitos de las administraciones locales, tienden a burocratizar las obras. Finalmente, la venta de un activo productivo, dada la especificidad del negocio, resulta mucho más compleja que el desarmado de una posición financiera. En ese sentido, las pymes y los pequeños emprendedores individuales son más vulnerables al red tape y a los entornos financieros hostiles que las empresas con posiciones dominantes.

Asimismo, el bajo nivel de formación de capital del país coincide con el aumento de la presión tributaria y la proliferación de regímenes de percepción y retención. Los contribuyentes argentinos no declaran y pagan impuestos, sino que los mismos le son retenidos. Esta delegación de facultades tributarias transforma a la mayoría en contribuyentes en sujetos pasivos y deja en manos de unos pocos el depósito del tributo en las arcas públicas. Dos tercios de los impuestos recaudados por las administraciones tributarias son así intermediados por bancos, empleadores o agentes de recaudación. Las cuentas corrientes bancarias parecen trincheras donde todo ingreso que asoma pierde una parte. Lo mismo ocurre con la contratación de personal, el otorgamiento de un crédito, la compra de un inmueble o un auto, la provisión de un insumo, la contratación de un servicio público o la importación de bienes. Todos estos mecanismos han generado situaciones irregulares por parte de algunos agentes, además de acumular saldos a favor de los contribuyentes de casi imposible recuperación. Esto deriva en uso de efectivo en las transacciones comerciales y una economía informal persistente.

Frente a un cuadro de situación complejo la sociedad observa expectante una posible reforma. Tanto el oficialismo como la oposición, sin mayorías propias, debatirán en algún momento la reforma del sistema tributario. La discusión tradicional tiende a plantearse en términos de equidad y/o eficiencia.

¿Es posible una agenda superadora de esta antinomia? Sin impuestos no hay Estado posible ya que la provisión de bienes públicos (educación, salud, justicia, seguridad, jubilaciones e infraestructura) sólo puede financiarse de esta forma. Esto no es un tema menor en un país con profundas desigualdades. Sin embargo, con demasiados impuestos se agobia la actividad productiva, en otras palabras se mata a la gallina de los huevos de oro.

Los impuestos, al gravar tanto a los flujos (salarios y utilidades) como a los activos (edificios, insumos y maquinarias), son una limitación a la propiedad privada y constituyen un componente esencial del riesgo macroeconómico. Las reglas fiscales de largo plazo son importantes para minimizar el mismo. Cuanto más volátil, discrecional e inconsistente sea la política tributaria, menor será la propensión a enterrar fierros. En ese sentido, resulta saludable que el debate sobre la provisión de bienes públicos y su financiamiento se dé en el marco de una discusión presupuestaria plurianual. Esta costumbre de debatir la hacienda pública sirve como un primer input en la planificación de las familias y las empresas. Los tres niveles de gobierno deben coordinar sus acciones a fin de no agobiar al soberano. Sin inversión no habrá nuevos empleos, sin nuevos empleos no habrá más consumo, exportaciones, crecimiento genuino, ni combate de la pobreza. Mientras tanto las gallinas esperan...