Una corriente anti-intelectual recorre la Argentina (y el mundo)
La creciente ola anti-intelectual amenaza la educación y la cohesión social, mientras los defensores del conocimiento buscan caminos para revalorizar la educación frente a esta crisis.
En los últimos años, la tendencia anti-intelectual ha cobrado fuerza tanto en la Argentina como a escala global. Esta tendencia, que menosprecia el valor del conocimiento y la educación formal de antaño, se refleja en diversos aspectos de la sociedad contemporánea, incluidas las campañas de defensa de la educación pública que vimos estas últimas semanas.
En nuestro país, la narrativa actual en defensa de la educación pública ante los recortes presupuestarios estuvo centrada más en aspectos emocionales y de la posibilidad de la movilidad social que viene con la educación que en la adquisición del conocimiento por sí mismo. Esta visión enfatiza cómo la educación puede mejorar la calidad de vida y ofrecer oportunidades de ascenso social (reitero: puede), pero rara vez se menciona el valor intrínseco del conocimiento.
Factores globales y locales del anti-intelectualismo
El filósofo Tomás Balmaceda observa -consultado por El Cronista- que, a pesar del avance tecnológico que ha facilitado la difusión del conocimiento, "la ola antiintelectualista crece y amenaza con taparnos". Balmaceda señala que este fenómeno es global y que en la Argentina, los científicos e intelectuales son percibidos como "una élite sabelotoda y ruin". También destaca cómo la percepción de la ciencia y la academia se ha deteriorado, al punto de que algunos las ven como un ambiente "anticuado y vencido" en comparación con figuras de éxito rápido y superficial, como influencers y celebridades que promueven curas milagrosas sin fundamento científico y una educación simplificada en consignas vacías que llegan a través de videos de TikTok y YouTube.
En este sentido, y volviendo a Balmaceda, el desarrollo de herramientas de Inteligencia Artificial como ChatGPT plantea la pregunta: "¿Para qué estudiar si un chatbot tiene todas las respuestas?". Esto refleja una desvalorización del esfuerzo intelectual y una dependencia creciente de soluciones rápidas y superficiales. Entonces, mientras el ascenso social vía el conocimiento profundo llega a través del esfuerzo; el que está detrás de estas consignas tiene que ser, por su propia naturaleza, rápido. Hay una cuestión casi religiosa detrás.
A escala global, la ola anti-intelectualista ha sido potenciada por el surgimiento del neoliberalismo extremo. Según el físico Diego Hurtado -director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica de la Unsam; también consultado por El Cronista-, "la revolución de las tecnologías digitales arranca junto con la llegada del orden neoliberal", lo que ha facilitado la fragmentación del espacio público y la construcción de narrativas colectivas. Este cambio ha sido instrumental para descontextualizar y deshistorizar la información, haciendo más difícil formar consensos y narrativas comunes que son fundamentales para la verdadera democracia.
Una perspectiva adicional: el sentido común y la política
Desde otra perspectiva, Sam Wilks- consultor de seguridad con casi tres décadas de experiencia en los campos de bienes raíces, seguridad y la industria de la hospitalidad/juegos- y otros analistas han señalado que la anti-intelectualidad moderna también está influenciada por la tendencia a preferir respuestas simples e inmediatas sobre entendimientos complejos y matizados.
Volviendo a lo que decíamos más arriba, este fenómeno es exacerbado por la proliferación de las redes sociales y las plataformas digitales, que han democratizado el acceso a la información pero también han contribuido a la dilución del discurso intelectual. La política y la legislación recientes en algunos países han reflejado esta tendencia, con iniciativas que promueven el "sentido común" frente a lo que se percibe como una élite intelectual desconectada de las realidades cotidianas.
Un futuro incierto pero lleno de posibilidades
La tendencia anti-intelectual en la Argentina y en el mundo refleja una crisis profunda en la valorización del conocimiento. Esta tendencia no solo debilita el sistema educativo, sino que también amenaza con socavar las bases de la democracia y la cohesión social. Sin embargo, es posible revalorizar el conocimiento como un bien intrínseco y fortalecer las instituciones que lo promueven.
Al recordar que "el conocimiento hizo que las sociedades humanas crezcan, evolucionen y se reconfiguren en estructuras más justas", como sugiere Balmaceda, podemos encontrar un camino para enfrentar esta preocupante ola anti-intelectual. Revalorizar el conocimiento y la educación requiere un esfuerzo colectivo, donde se fomente el pensamiento crítico y se aprecie el valor del aprendizaje no solo como un medio para un fin, sino como un fin en sí mismo.
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