
No existe un boleto de regreso al mundo anterior a Donald Trump. Pero sí existe vida después del demagogo que se apoderó de la Casa Blanca hace cuatro años.
Las encuestas de opinión parecen ser unánimes con respecto a los pronósticos de que Trump será un presidente de un solo mandato. El inconveniente es que los sondeos apuntaron en la misma dirección en 2016. En cualquier caso, una derrota a manos de Joe Biden, el candidato del Partido Demócrata, no erradicará al trumpismo. Trump es el síntoma, y la causa, de la ira en contra de las élites y de una violenta reacción en contra del llamado globalismo que, con demasiada facilidad, se fusiona con el nativismo.
Aquellos que hacen campaña para que pierda el presidente —los republicanos tradicionales que se han aferrado a sus principios y los demócratas— a veces dan la impresión de que se puede hacer "borrón y cuenta nueva"; que sin el villano, la pesadilla desaparecerá de la memoria. Que el funcionamiento adecuado de la Constitución estadounidense reparará el daño hecho a la democracia norteamericana y que EE.UU. redescubrirá su vocación como líder de un orden internacional liberal.
Esto pasa por alto el reordenamiento de la política en EE.UU. y los irreversibles cambios en el paisaje internacional. Las profundas divisiones de la sociedad norteamericana, explotadas e inflamadas por un presidente que parece estar satisfecho con el apoyo de los supremacistas blancos, no se superarán fácilmente. La clase media generalmente conservadora del país tampoco está a punto de redescubrir elcariño por un sistema de comercio mundial que ya no está sesgado a su favor.
El ascenso de China ha cambiado irrevocablemente el equilibrio de poder en el sistema global. El avance de la democracia después de la Guerra Fría ha dado paso a una contrarrevolución de déspotas y de autócratas, más recientemente con la bendición de la Casa Blanca. La admiración de Trump por los autodenominados "hombres fuertes" ha sido igualada por su desdén por los tradicionales aliados democráticos de EE.UU.
Cuando Trump inicialmente entró triunfante a la Casa Blanca, la creencia popular en Washington era que el charlatán populista de Nueva York sería contenido, si no civilizado, por el sistema. Por supuesto, él podría enviar incontables mensajes desde su cuenta de Twitter, pero la vieja guardia se ocuparía de eso. En cambio, el Partido Republicano se ha sometido a la voluntad de Trump. Los intereses nacionales estadounidenses se han subsumido en el ego y en la ambición del presidente.
Decir que la historia no se puede reescribir no le resta importancia al resultado del 3 de noviembre. Por el contrario, lo que está en juego es más importante que durante cualquier otro momento desde la creación del orden internacional liderado por EE.UU. al final de la Segunda Guerra Mundial. Una presidencia de Biden no podría simplemente comenzar donde Barack Obama dejó el país. Sin duda, su presidencia marcaría un rumbo diferente para el futuro.
La "Pax Americana" ha llegado a su fin y, con ella, la capacidad de los presidentes estadounidenses de establecer reglas globales que se ajusten a los intereses de Washington. China se está emparejando, y el presidente Vladimir Putin ha demostrado la capacidad que tiene Rusia para crear problemas. Y, sin embargo, si EE.UU. ya no puede actuar como superpotencia, continuará siendo la nación más poderosa del mundo y, a pesar de los esfuerzos de Trump, encabeza una extraordinaria red de alianzas globales. La política estadounidense sigue siendo el primer punto de referencia para casi todos los demás países.
Por ahora, el mundo se encuentra en una encrucijada. El orden multilateral construido después de 1945 se está fracturando ante el ascenso de China y ante el regreso de la rivalidad entre las grandes potencias. Los votantes estadounidenses ya no están dispuestos a ver a EE.UU.derramar sangre y gastar dinero para servir de vigilante del mundo. El presidente de China, Xi Jinping, ha rechazado cualquier noción de que Beijing se convertirá en parte interesada dentro de un sistema diseñado por el Occidente.
Si el antiguo orden está pasando, la forma que tomará su reemplazo sigue siendo indeterminada. Una ruta para salir de la actual "tierra de nadie" termina en el unilateralismo de Trump basado en que "el poder tiene la razón": un regreso a las décadas de 1920 y 1930, cuando la despreocupada indiferencia ante el mundo más allá del hemisferio occidental vio a Washington ignorar el ascenso del fascismo y del comunismo.
El otro camino —el probable curso de una presidencia de Biden— combinaría alejamiento selectivo con renovación de las alianzas y de las obligaciones multilaterales de EE.UU.. ¿El destino final? Un orden heterogéneo en el que una cierta medida de internacionalismo basado en reglas evita que la competencia entre grandes potencias se convierta en un enfrentamiento entre ellas.
La retórica, si gana Biden, será bastante más grandiosa. Quienes lo rodean han prometido que él reunirá a las democracias del mundo; incorporará nuevamente a EE.UU. en el Acuerdo de París y en el acuerdo nuclear con Irán; y renovará solemnes promesas con los aliados. Sin embargo, los votantes estadounidenses tendrán otras prioridades. Ellos estarán esperando que haga todo lo posible para reparar el daño económico causado por el coronavirus.
Las siguientes son, al menos para el mundo, las probables opciones. Con Trump, la destrucción deliberada de las normas e instituciones que, en términos generales, han respaldado la paz internacional durante 75 años y el regreso al nacionalismo de "empobrecer al vecino" que profundamente debilitó al mundo durante la década de 1930. O con Biden en la Casa Blanca, una oportunidad de que EE.UU. reconstruya su autoridad moral y se reconfigure —aunque en un papel más limitado— como convocante de las democracias occidentales.
Algunos se quejarán de que esto difícilmente suena como una heroica propuesta para el candidato del Partido Demócrata. Muchos otros concluirán que, siempre suponiendo que las encuestas estén en lo cierto, es más que suficiente con que Trump sea reemplazado por un político decente e inteligente con principios morales.













