Bitcoin: cómo es el culto del mundo de las criptomonedas

¿Debate? No, gracias. ¿Dudas? No son bien recibidas. Así funciona el mundo de los más acérrimos defensores de las criptomonedas.


Chris DeRose estaba navegando por el Internet cuando se topó con una fascinante publicación en Slashdot, un foro para los ‘hiper geeks' de la red como él.

"¿Qué les parece esta tecnología disruptiva?", escribió un usuario el 11 de julio de 2010, describiendo con entusiasmo una moneda digital descentralizada, entre pares, sin banco central, sin tasas de transacción y fuera del alcance de cualquier gobierno. Mediante el uso de computadoras para resolver rompecabezas criptográficos la gente podría ganar "bitcoins".

DeRose se sintió intrigado, pero no lo convencía el concepto. Al joven programador floridano se le hacía difícil ver qué utilidad podría tener. Muchos otros en el foro también se mostraron escépticos. "Oye, gracias por intentar publicar algo provocativo o polémico o lo que sea que creas que es", respondió uno.

Todo esto cambió con la llegada de Silk Road. El mercado de la Dark Web, lanzado en 2011, convenció a DeRose del potencial del bitcoin. Por fin, la criptomoneda había encontrado su "aplicación asesina" y podía convertirse en auténtico dinero digital. Fue ahí que se disparó su fascinación. Las noches de juegos de mesa con amigos se convirtieron en noches de bitcoin en el bar local.

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En 2013, DeRose, quien entonces tenía 31 años, abandonó su exitoso negocio de consultoría informática y se lanzó de lleno al floreciente mundo de las criptomonedas, convirtiéndose en un popular, aunque polémico, presentador de podcasts.

La proteica subcultura de las criptomonedas aceptaba de buen grado el debate y la crítica, le dijo DeRose al Financial Times (FT) el mes pasado. Aunque tenía un misterioso creador-mesías, cuya identidad se ocultaba bajo el apodo de "Satoshi Nakamoto", era una discusión abierta en línea intelectualmente estimulante, donde todos podían participar, desde los libertarios acérrimos y los izquierdistas que odiaban a los bancos hasta los dedicados 'cypherpunks', un grupo de criptógrafos y programadores obsesionados con la privacidad que se formó en la década de 1980.

A DeRose le encantaba. "La dificultad de la tecnología en aquella época impedía el acceso de quienes no eran muy hábiles tecnológicamente ", recuerda, "y esto aumentaba la capacidad de comprender los matices y cultivar el valor constructivo del escepticismo". Pero entonces las cosas empezaron a cambiar.

En 2015, el creciente interés provocó una explosión de nuevas monedas digitales de calidad variable. Comenzaron a proliferar las estafas. El debate comenzó a balcanizarse. Para 2017 -cuando el precio del bitcoin despegó como un cohete, pasando de menos de u$s 1000 por una "moneda" a casi u$s 20.000- el debate inicial se había calcificado hasta convertirse en un dogma rígido que guardaba poca relación con la realidad. El bitcoin y sus fanáticos eran el ejemplo más contundente de esto, pensaba DeRose.

"Si buscas en Internet 'qué es el bitcoin', lo que verás es una cantidad gigantesca de literatura y fragmentos descontextualizados de los medios de comunicación que te pintan un precioso panorama del inminente éxito y dominación que indudablemente nos espera", dice.

"Sin embargo, si miras el bitcoin fuera de la pantalla, lo que verás es la disminución de la aceptación por parte de los comerciantes, cero evidencia de la implementación o eficiencia de blockchains, y, sobre todo, sólo un montón de eventos promocionales que ofrecen curas para cualquier cosa que te afecte".

DeRose no es el único desilusionado. En la última década, las criptomonedas se han convertido en un amplio movimiento con su propio lenguaje y símbolos, impulsado por una constelación de profetas con evangelios diferentes, pero superpuestos, que tratan la disidencia externa e interna como una blasfemia y les aseguran a sus adeptos que forman la vanguardia intelectual de un nuevo y brillante futuro. ¿Le suena familiar?

La definición de culto no está muy clara. Los académicos, los grupos de la sociedad civil y los asesores antisectas ofrecen criterios diversos y a veces contradictorios, y la línea que separa la actividad de las sectas de la religión tradicional puede ser muy delgada.

La mayoría de los grupos identificados como cultos cuenta con un único líder carismático, algo de lo que carece el mundo de las criptomonedas. Pero muchas otras características clásicas del sectarismo -el apocalipsis, la promesa de utopía para los creyentes dignos, el rechazo a las críticas externas y la denuncia virulenta de los herejes- son cada vez más dominantes.

"Las criptomonedas son esencialmente un culto económico que aprovecha los instintos humanos más básicos del miedo, la codicia y el tribalismo, combinados con el analfabetismo económico como medio para reclutar a más tontos para que amontonen dinero en lo que parece una extraña y novedosa variante digital de un esquema piramidal", sostiene Stephen Diehl, un ingeniero informático escéptico de las criptomonedas. "Aunque, todo es muy extraño porque es realmente difícil ver dónde empiezan y terminan las estafas autoconscientes, los verdaderos creyentes y la acción artística. Las criptomonedas son una extraña síntesis de los tres".

Dada la creciente exposición del sistema financiero mundial a las monedas digitales, la cultura en torno a las criptomonedas, independientemente de que cambien mucho o poco, podría tener importantes consecuencias para los inversores minoristas, los bancos centrales y el medio ambiente.

Los defensores más acérrimos de las criptomonedas predicen que erradicarán la desigualdad, acabarán con la corrupción y crearán una riqueza incalculable. La mayoría de los cultos hacen promesas igualmente amplias. Y a medida que crece la brecha entre la promesa y la realidad, las cosas se oscurecen.

¿Culto, estafa o salvación?

El movimiento de las criptomonedas puede ser implacable con los apostatas, por lo que "Neil" le pidió al FT que no utilizara su nombre real. Fascinado por la idea del "dinero programable", Neil se unió a una bolsa de criptomonedas advenediza llamada Coinbase en 2014, inmediatamente después de terminar su carrera de ingeniería informática. Le pareció embriagadora la narrativa de un reajuste revolucionario del orden financiero y se sumergió en la escena "cripto-anarquista" de San Francisco.

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En el imaginario cultural del que surgieron las criptomonedas, la crisis financiera de 2008 se erigió como un importantísimo casus belli para la guerra contra el viejo orden y la construcción de una alternativa mejor. El rápido éxito de las criptomonedas pareció afirmar la importancia y la repercusión de la misión para muchos jóvenes tecnólogos como Neil.

Coinbase es ahora uno de los mayores centros de negociación del sector, y a principios de este año sacó a bolsa sus acciones con una valoración de u$s 76 mil millones, más que el Nasdaq o que ICE, propietario de la Bolsa de Nueva York. "Pasé de pensar: 'Ah, qué bien, puedo programar dinero' a pensar que formaba parte de un movimiento, una revolución basada en esta tecnología", recuerda Neil.

Pero pronto se desilusionó. Podcasts heréticos como el de DeRose alimentaron su naciente cinismo. Muchas de las nuevas criptomonedas parecían no tener sentido. Incluso la promesa del propio bitcoin empezó a perder su brillo al examinar más de cerca sus méritos económicos, sociales y tecnológicos.

En la actualidad, Neil dice que el movimiento de las criptomonedas es activamente perjudicial para sus miembros y para el medio ambiente. "Creo que los nerds como yo nos dejamos engañar porque el bitcoin nos hacía sentirnos como unos tipos geniales, algo así como la Venganza de los Nerds, así que se nos incentivó a no hacernos preguntas difíciles. Y luego, la gente sin conocimientos técnicos se dejó engañar porque no entendía la tecnología", dice. "Así se crearon unas poderosas anteojeras".

La idea de que las criptomonedas son un culto, aunque no es una crítica nueva, puede parecer injustamente peyorativa para lo que ahora es un mercado de u$s 2 billones con tentáculos que llegan a todo el mundo y a todos los sectores. Al igual que muchas nuevas tecnologías en la historia de la humanidad, las criptomonedas han atraído a auténticos inversionistas y a ideólogos utópicos, a aficionados tecnócratas y a apostadores aburridos, a estafadores y a timadores. El mundo de las criptomonedas tampoco es una masa homogénea. Cuenta con innumerables tribus y escuelas de pensamiento distintas.

También se ha convertido en algo innegablemente más popular. Algunos sobrios baluartes del sector financiero, como Fidelity y Mastercard, han adoptado los activos digitales. S&P Dow Jones Indices produce ahora referencias de criptomonedas junto a venerables indicadores como el Promedio Industrial Dow Jones. Las monedas con nombres de memes son segmentos regulares en la CNBC. Muchos capitalistas de riesgo con pedigrí están convencidos de que el sector de los activos digitales será revolucionario. El Salvador incluso las ha adoptado como moneda oficial.

A partir de los datos de una encuesta realizada por el Banco de la Reserva Federal de Atlanta, el Banco de Pagos Internacionales - una especie de banco central para los bancos centrales - descubrió que los inversionistas en criptomonedas no estaban más preocupados por el estado del sistema financiero que la población en general.

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Para muchos de los que incursionan en las criptomonedas, el objetivo es simplemente enriquecerse, no construir un nuevo orden mundial. "¿Cuándo Lambo?" es una frase común en los foros de criptomonedas, donde los miembros se preguntan cuándo serán lo suficientemente ricos para comprarse un Lamborghini. En la práctica, puede ser difícil separar la criptocreencia de la criptoavaricia.

Quizás la mayor diferencia con los cultos tradicionales es la ausencia de una figura de líder único. Incluso los cultos modernos, como la supuesta secta de mercadotecnia multinivel y sexual NXIVM o Dera Sacha Sauda, dirigida por el "dios hombre" indio Gurmeet Ram Rahim Singh, necesitan un líder fuerte y carismático que forje un grupo y lo mantenga activo.

¿Quién es Satoshi Nakamoto?

Satoshi Nakamoto, el seudónimo del creador - o creadores - de las criptomonedas es quizás su misterio más duradero. En 2008, Nakamoto publicó el libro blanco "Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System", y el primer bitcoin se minó al año siguiente. Luego, en 2011, les enviaron un correo electrónico a los desarrolladores diciendo que "habían pasado a otros proyectos", y no se ha sabido nada de ellos desde hace más de una década.

Otro aspecto importante en el que el criptocultismo se diferencia de los cultos tradicionales es la ausencia de reuniones físicas. Más allá de eventos como Bitcoin Miami y los "criptocruceros", o de comunidades dispersas como la playa bitcoin de El Salvador, los defensores de las criptomonedas se comunican en línea. "Es una dinámica muy diferente a la de crear un culto en un recinto", dice Martin Walker, director de banca y finanzas del Center for Evidence-Based Management. "También es bastante difícil, incluso con los cultos tradicionales, distinguir entre cultismo y criminalidad".

Aunque su falta de una figura de líder único y su huella amorfa en línea lo distinguen de los cultos tradicionales, algunos dicen que el movimiento de las criptomonedas tiene un sorprendente parecido con otro progenie de la era digital: la superconspiración QAnon.

Quizá la comparación más interesante entre ambos sea el papel de una "clase sacerdotal" de influenciadores. Tanto QAnon como el mundo de las criptomonedas se caracterizan por tener evangelistas que entienden y arbitran la verdad de sus profetas a través de todo tipo de medios, desde blogs minúsculos hasta cuentas de Telegram, TikTok y Twitter con cientos de miles de seguidores.

El presidente ejecutivo de Tesla, Elon Musk, fue en su día el ejemplo más claro. El 9 de mayo, tuiteó que su compañía SpaceX lanzaría un satélite a la luna el próximo año financiado por dogecoin, una criptomoneda de broma de siete años de antigüedad que lleva el nombre del meme del perro Shiba Inu. Dos días después, les preguntó a sus seguidores si Tesla debía aceptar dogecoin.

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Sin embargo, el 12 de mayo Musk alienó a muchos en la comunidad cuando anunció que les prohibiría a los consumidores utilizar bitcoin para comprar coches Tesla, alegando el consumo de energía. Tanto los criptoinfluenciadores como sus rebaños pueden ser muy volubles.

Los cultos no sólo se limitan a prometer que el orden existente está a punto de derrumbarse. La clave de su atractivo - al igual que el de las religiones tradicionales - es la promesa de que la creencia total se verá recompensada. La naturaleza exacta de esas recompensas ha variado, aunque a menudo ha sido un don espiritual de algún tipo, ya sea la iluminación o la paz en la tierra. Otros, como el Templo del Pueblo de Jim Jones, mezclaron elementos políticos como la igualdad racial.

El criptocultismo promete una revolución social y financiera que impulsará la innovación tecnológica, al tiempo que recompensa a los dignos con una gran riqueza. 

Muchos cultos han ofrecido semejantes promesas transformadoras, pero pocos o ninguno han representado semejantes riesgos para los inversionistas minoristas, los bancos centrales e incluso el medio ambiente si no pueden cumplirlas.

Para cínicos como Jackson Palmer, uno de los creadores de dogecoin - la criptomoneda de broma que saltó a la fama este año gracias a Musk - la lealtad a las criptomonedas se ha transformado en algo profundamente pernicioso. "Después de años de estudiarlas, creo que las criptomonedas son una tecnología inherentemente derechista e hipercapitalista construida principalmente para amplificar la riqueza de sus proponentes mediante una combinación de evasión de impuestos, disminución de la supervisión regulatoria y escasez artificialmente impuesta", escribió Palmer en Twitter este verano, anunciando su retiro permanente del sector.

"En estos días, incluso la crítica más modesta a las criptomonedas será blanco de las calumnias de las poderosas figuras que controlan el sector y la ira de los inversionistas minoristas a quienes les han vendido la falsa promesa de que algún día serán compañeros multimillonarios", añadió. "Es casi imposible sostener un debate de buena fe".

Hay un manual bien establecido sobre cómo tratar las críticas de este tipo. Incluso los novatos de las criptomonedas están probablemente familiarizados con el acrónimo FUD, que significa "miedo, incertidumbre y duda" en inglés. Aunque el término es anterior a bitcoin, la comunidad de las criptomonedas lo ha adoptado con gusto.

Hay varios tipos de FUD: el FUD de China, que surgió tras las medidas represivas regulatorias del gobierno chino contra los mineros y las bolsas de criptomonedas; el FUD de Tether, que rodea a la criptomoneda de US$66 mil millones que ha enfrentado años de cuestionamientos sobre la naturaleza de sus reservas; y el FUD de la energía, enfocado en el considerable uso de electricidad que se requiere para alimentar la minería. Entre las fuentes de FUD se incluyen las empresas mediáticas, los "cómplices fiduciarios" del sistema financiero, los agentes gubernamentales, los reguladores y los que creen que las criptomonedas fallarán.

Es bastante fácil encontrar ejemplos de nuevos movimientos religiosos que han recurrido a métodos cuestionables para enfrentar a enemigos externos. Los Cienciólogos, los larouchianos y el NXIVM han intentado desprestigiar, inculpar o piratear a sus críticos.

Una forma común de los criptosectarios para combatir el FUD es simplemente negarse a interactuar con él, y, en su lugar, reunirse en cámaras de eco en YouTube, Clubhouse o grupos de mensajería de WhatsApp donde sólo se puede encontrar y discutir el contenido positivo. "Si te asocias con el FUD (incluso sólo leyéndolo), es probable que te empobrezcas", les advirtió en una ocasión Changpeng Zhao, director ejecutivo de la importante bolsa de criptomonedas Binance, a sus seguidores de Twitter.

La otra cara de la moneda del rechazo a las críticas externas es la necesidad de vigilar la disidencia interna. Las formas de pensar alternativas representan un desafío a la autoridad de los líderes de las sectas en su grupo, y los exmiembros de movimientos como la Cienciología suelen ser blanco de ataques por parte de sus antiguos compañeros. Las criptomonedas no son una excepción.

En algunos casos, la presión para mantenerse enfocados en el mensaje es autodirigida, una forma de autopreservación. Neil, el exempleado de Coinbase, señala que existen enormes incentivos para evitar expresar cualquier opinión discrepante. "Sus carreras dependen de que tengan razón; su estabilidad financiera puede depender de que tengan razón, porque tienen su riqueza en criptomonedas; sus amistades pueden depender de que tengan razón", dice. "Admitir que están equivocados les cambiaría literalmente la vida".

Para apóstatas muy públicos como DeRose, el rechazo puede ser feroz. Hacer públicas sus críticas ha erosionado su prestigio en la comunidad, y un podcast rival ha afirmado que DeRose debe ser un "cómplice de la CIA". A pesar de haber sido testigo de la degeneración del debate a lo largo de los años, admite que se sintió un poco sorprendido por los insultos de los que ha sido objeto. No obstante, confía en que, con el tiempo, el fenómeno de las criptomonedas - a pesar de todo el fervor de sus adeptos - acabará siguiendo el mismo camino que una de las calamidades financieras más infames de la historia.

"Creo que cuando se escriba la retrospectiva final sobre este espacio, encontraremos una especie de 'historia que nunca se repite, pero que a menudo rima'", dice DeRose. "Y en este caso, rimará con la historia de la 'Burbuja de los mares del Sur'".

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