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7 de octubre: el año que cambió a Israel

Las críticas internacionales a la guerra de Gaza han llevado a muchos israelíes a replegarse sobre sí mismos. Al sentirse abandonados, el apoyo a la acción militar del Gobierno ha aumentado.

Esto es lo poco que sabe Gilad Korngold sobre lo que le ocurrió a su hijo el 7 de octubre. Sabe que Tal, de 39 años, padre de Yahel y Nave, casado con Adi, fue secuestrado por Hamás en el kibutz Be'eri. Que afortunadamente no resultó herido, que estaba vestido, que lo metieron en el baúl de un auto y que luego desapareció en el infierno que supone ser un rehén israelí en Gaza.

Cree que Tal está vivo, o al menos se dice a sí mismo que debe mantener la fe en que Tal está vivo. También sabe por otros rehenes que a veces se les permitía escuchar la radio israelí, o que veían a sus familias en Al Jazeera, la cadena de noticias qatarí que retransmite a todo el mundo árabe.

Korngold, de 62 años, nunca pierde la oportunidad de aparecer en la radio. Tal vez, espera, las ondas transmitan su voz a lo largo de los 15 km que separan la frontera con Gaza, y Tal sepa que su familia no le ha abandonado, aunque él crea que el gobierno israelí y el mundo lo han hecho.

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Ha pasado un año entero desde el 7 de octubre. La esposa y los hijos de Tal, que entonces tenían 8 y tres años, fueron liberados en noviembre, durante una única ronda de intercambio de rehenes israelíes por prisioneros palestinos. Pero su padre sigue en Gaza.

Gran parte de la indignación de Korngold se dirige contra el primer ministro Benjamin Netanyahu, cuyo gobierno está "haciendo todo lo posible para que se olvide el asunto de los rehenes. No le importan los rehenes" insiste Korngold.

Pero también se muestra incomprendido por lo que, según él, es la falta de atención internacional. El Comité Internacional de la Cruz Roja no aporta noticias de los rehenes, lamenta. Sin embargo, protesta por las condiciones en que se mantiene a los presos palestinos en Israel. En su opinión, los europeos envían ayuda a Gaza, pero hacen poco incluso por esas dos docenas o más de rehenes israelíes con pasaporte de la Unión Europea. "Los estadounidenses tienen el poder de obligar a Hamás y a Netanyahu a negociar, pero parece que ellos tienen su propio calendario", sostiene.

Para muchos israelíes, el mundo se ha vuelto completamente loco. Comprenden, casi instintivamente, que en las grandes cuestiones sobre el lugar de Israel en Medio Oriente y en la cuestión de un Estado palestino, están en el lado equivocado de la opinión pública internacional.

Cuando se trata de la difícil situación de sus rehenes -ancianos frágiles y niños inocentes, mujeres jóvenes que se enfrentan a la amenaza de agresión sexual y padres civiles retenidos como prisioneros de guerra en edad militar- les resulta incomprensible lo poco que al mundo parece importarle.

Ha pasado ya un año desde el 7 de octubre, cuando militantes de Hamás irrumpieron en los kibutz del sur de Israel, burlando al ejército israelí y aterrorizando al Estado judío.

A lo largo de ese año, los israelíes han visto cómo la compasión del principio se convertía gradualmente en censura y condena, especialmente a medida que iba aumentando el número de muertos y el sufrimiento de los civiles palestinos en Gaza.

"Aquí hubo una catástrofe. Fue uno de los días más atroces de la historia mundial. Pero después del primer día, todo lo que se escucha es hablar del sufrimiento de los gazatíes", lamenta Udi Goren, cuyo primo se encontraba entre las 1200 personas que, según las autoridades israelíes, murieron el 7 de octubre, y cuyo cadáver no han podido recuperar.

La guerra de Israel contra Hamás ha matado a casi 42.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, según las autoridades de Gaza, una ofensiva que ha devastado el territorio asediado. Sus 2,3 millones de habitantes han perdido la mayoría de sus casas destruidas y han sido obligados a vivir y cuidar de sus hijos en una zona inhabitable sembrada de escombros, donde muchos niños fallecen víctimas de la hambruna.

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La condena de las acciones del ejército israelí en Gaza -incluso por parte de sus aliados más cercanos- ha despertado un sentimiento de unidad entre los israelíes. A pesar del firme apoyo de Estados Unidos y de muchos gobiernos occidentales, los israelíes dicen sentirse abandonados por el mundo. Se ha llegado a decir que son insensibles ante el sufrimiento palestino, aunque están convencidos de que actúan en defensa propia y de estar llevando a cabo una guerra justa contra un enemigo que se esconde detrás de los civiles.

El cómo se sientan los israelíes importa no sólo como una cuestión de empatía, sino porque se ese sentimiento determina en parte las campañas militares que Israel está librando ahora en toda la región. La mentalidad que se ha apoderado de la sociedad israelí, mezcla de victimismo y resentimiento, se ha traducido en un apoyo abrumador a la implacable ofensiva en Gaza.

Incluso antes de dar por concluida su guerra en Gaza, donde tanto una victoria clara como el retorno de los rehenes siguen pareciendo objetivos imposibles de alcanzar, Netanyahu ha dirigido todo el poder del ejército hacia la frontera norte de Israel, para combatir a la organización libanesa Hezbollah.

El conflicto, que se ha desarrollado en paralelo a las encarnizadas batallas en Gaza, comenzó cuando Hezbollah lanzó cohetes contra Israel el día después del 7 de octubre, confirmando el temor latente de que el país se enfrenta a una amenaza de Irán y sus aliados.

En las dos últimas semanas, Israel ha matado al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y a muchos de sus altos mandos, al tiempo que lanzaba ataques aéreos sobre Líbano y una ofensiva terrestre en el sur del país. Las bombas israelíes han matado a más de 1000 libaneses en las dos últimas semanas y han obligado a más de un millón a dejar sus hogares.

Las terrazas de Tel Aviv fueron testigos de un estallido de júbilo por el asesinato de Nasrallah, muy temido en Israel. Murió en un búnker a gran profundidad después de que decenas de bombas derribaran seis bloques de viviendas en una zona residencial de Beirut.

Netanyahu está llevando a cabo esta campaña con el apoyo del país, al que ha metido en la guerra más larga de sus 75 años de historia. Su gobierno de extrema derecha ha canalizado así el sentimiento de rabia nacional. Denuncia a los aliados que se atreven a pedir una desescalada, prometiendo a los israelíes que desafiará la presión mundial para seguir persiguiendo los objetivos bélicos de Israel. La victoria total contra Hamás y la degradación y derrota de Hezbollah- mientras lanza advertencias a Irán de que "no hay lugar en Medio Oriente al que el largo brazo de Israel no pueda llegar".

El mundo espera inquieto su respuesta al ataque con misiles de Irán contra Israel de la semana pasada, preocupado por que desencadene la guerra total que la región teme desde hace tiempo.

En ninguna parte es más evidente el abismo entre cómo se ven a sí mismos los israelíes y cómo los ve el mundo que en el número de víctimas civiles de la guerra de Gaza. A principios de este año, el 94% de los judíos israelíes creían que su ejército estaba empleando la fuerza adecuada en Gaza. Algunos creen incluso que se está quedando corto.

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Cuando encienden la televisión, a los israelíes no se les muestran imágenes de la devastación en Gaza, la difícil situación de los palestinos que son atacados y expulsados de sus tierras por los colonos judíos en la Cisjordania ocupada, o la destrucción en Líbano. En su lugar, las noticias israelíes se concentran en las operaciones militares israelíes y en la difícil situación de los rehenes.

Si los israelíes se preguntan por qué la indignación internacional por la conducta del ejército supera la empatía por su dolor por el 7 de octubre, para muchos la respuesta es que se trata de un caso claro de antisemitismo. Ehud Olmert, exprimer ministro israelí, reconoce que el sentimiento va en aumento, pero cree que a menudo la explicación radica en la naturaleza humana, una simpatía natural por los más desvalidos.

"Ponemos la televisión y vemos a 1,5 millones de palestinos caminando por las ruinas de Gaza con sus bolsas de plástico, buscando un lugar donde dormir o algo que comer. En ese momento, no quieres ver a los 1200 israelíes muertos [el 7 de octubre]", explica.

Goodman, el intelectual israelí, sostiene que no se debe minimizar el sufrimiento israelí sólo porque el país resulte ser más poderoso. "Esa es la sensación de ser israelí hoy: te sientes incomprendido, sientes que no te ven", afirma. "Los israelíes ven la hostilidad de la gente en las calles de Europa y entre las élites académicas de EE.UU., pero ¿se dan cuenta de que Israel es un país en guerra que lucha por su existencia?", se pregunta

En su opinión, Israel está atrapado entre su deseo de ser aceptado por Occidente -principalmente por EE.UU.- mientras intenta sobrevivir en Medio Oriente, rodeado de enemigos letales. "Intentar mantener la legitimidad también afecta a nuestra capacidad de disuasión, porque evitaremos hacer cosas que deben hacerse porque no queremos perder el apoyo de EE.UU.", afirma.

Muchos israelíes consideran que la actual amenaza de Irán representa el mayor peligro al que se ha enfrentado el país desde la guerra del Yom Kippur de 1973.

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Lior, una exagente de policía, que prefiere mantenerse en el anonimato, sostiene que las versiones de este temor parecen ahora endémicas: la idea de que un día puedan verse obligados a elegir entre su hogar y su seguridad.

Sharone Lifschitz, hija de Yocheved, de 86 años, y de Oded, de 85, ambos secuestrados en el kibutz de Nir Oz, afirma que la suerte de los rehenes se ha convertido en la cuestión más polémica de la guerra en Israel.

Una mayoría significativa de israelíes quiere que Netanyahu acepte un acuerdo respaldado por EE.UU. que podría ayudar a liberar a los rehenes a cambio de un alto Al fuego con Hamás y la liberación de prisioneros palestinos. Netanyahu se ha negado, alegando que dejaría intacto a Hamás.

Yocheved causó conmoción en el país en una conferencia de prensa improvisada el día de su liberación, tan sólo 16 días después de ser secuestrada, pero dividió a la opinión con el apretón de manos que ofreció a un miembro de Hamás enmascarado en el momento en que era entregada al Comité Internacional de la Cruz Roja. Su marido, frágil y anciano, permanece cautivo, y no está claro si sigue con vida.

Ahora, explica Sharone, la suerte de su padre y de los demás rehenes se ha politizado hasta tal punto, que a veces se les considera la razón por la que Israel no puede lograr la "victoria total" que Netanyahu sigue prometiendo al país. Las familias de los rehenes están a favor de un alto al fuego, argumentando que el costo político y militar de esa tregua es responsabilidad de Netanyahu y del ejército por sus fracasos el 7 de octubre. Los aliados de extrema derecha de la coalición de Netanyahu lo califican de rendición y han amenazado con derrocar su Gobierno si acepta.

En muchos sentidos, se pregunta si la empatía de los no israelíes hacia su padre, tan frágil y en cautiverio durante tanto tiempo, se ve atenuada por la opinión que la gente tiene del propio Israel. "Es una cuestión compleja: la gente confunde a los rehenes con el Gobierno. Israel en el mundo es un poco como los rehenes: mucha gente preferiría que no estuviera allí", asegura.

Korngold, el padre de Tal, dice que mientras esperan un posible acuerdo sobre los rehenes, sabe que "debe mantener a la familia a flote". No sólo están lidiando con la ausencia de su hijo: tres miembros de la familia también fueron asesinados el 7 de octubre en el kibutz.

A los nietos de Korngold aún les atormentan los recuerdos de su cautiverio, en el que permanecieron 50 días sin apenas comida, vigilados por hombres armados. Además, se les prohibía hablar para evitar que su hebreo los delatara como cautivos israelíes a colaboradores que podrían haber vendido su ubicación al ejército israelí.

"Los niños vieron todo lo que pasó", recuerda, incluidos los cadáveres de vecinos y amigos. "La situación ahora mismo es terrible, peor que al principio. . . Hablan de su padre. Saben exactamente dónde está", concluye.

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