

Ante el impacto económico de la pandemia del Covid-19, prácticamente han desaparecido los economistas que se manifiesten contra la intervención del Estado en la economía. Más bien, por el contrario, abogan por esta intervención y, además, contundente. A los gobiernos, en verdad, poco les importó la opinión de los ‘expertos’ y salieron raudamente a implementar grandes paquetes económicos para evitar el colapso de sus economías.
Pero esta visión de expertos y gobiernos no tiene sustento lógico. ¿Cómo se explica que esas voces que sistemáticamente ponían el grito en cielo frente a cualquier mínima intervención económica del Estado por ser un antro de corrupción e ineficiencia ahora, de golpe, la acepten como solución?
El impacto de la pandemia sobre la economía, por más grande que sea, no conduce sobre esas premisas, lógicamente, a que la solución sea la intervención del Estado. Dicho de otra manera: si se argumenta que una pequeña intervención del Estado produce mayores efectos negativos sobre la economía, lógicamente, una grande –o grandísima—intervención sólo podría generar efectos de tamaño negativo de la misma proporción. ¿O, acaso, el Estado es corrupto e ineficiente en las pequeñas intervenciones pero pulcro y eficiente en las grandes intervenciones? Y si fuera así, ¿cómo se sabe o define el tamaño de intervención como ‘pequeña, corrupta e ineficiente’ y ‘grande, pulcra y eficiente?
Por otro lado, suponiendo que, aun dejando de lado esa cuestión, se concluya que es necesaria la intervención económica del Estado, ¿cómo sabría hacerla si el ‘conocimiento académico establecido’ afirma lo contrario y por lo tanto no tiene nada que decir?
Se desprende de esto que un economista o un gobierno que normalmente vitupera la intervención del Estado en la economía no puede dar el salto mágico y abrazar ahora la intervención como solución sin hacer un ajuste de cuentas públicamente sobre cuál es su visión del funcionamiento de la economía.
La norma de intervenir
Esto no es algo trivial. Quién acepta en estas circunstancias la intervención del Estado en la economía, está admitiendo que la misma no depende de una contextualización teórica-intelectual, sino de una discusión sociopolítica. La intervención del Estado en la economía, como lo demuestra la historia del capitalismo, es un hecho regular, mientras lo que cambia es la magnitud y la orientación de esta actuación. Y esto sólo se explica por coyunturas sociopolíticas y, sobre todo, geopolíticas—no por tecnicismos economicistas.
Así, basta la propia historia del capitalismo para desvalorizar como simple perorata ideológica la propuesta de ‘libre mercado’, no sólo porque nunca existió, pero sobre todo porque ni siquiera podría existir una sociedad regida sólo por el mercado. Esa recurrente intervención es lo que hace que ahora se sepa de inmediato ‘qué hacer’.
Lo que se está discutiendo –o, más bien, disputando—es cuánto y para quién será esa intervención. Los recuerdos históricos de estas intervenciones suelen ser las que se hicieron en momentos de crisis más agudas, como la del 30 o la reciente de 2008-2009. Pero cualquier repaso histórico descubrirá más intervenciones cuanto más cotidiano sea este estudio. Rápidamente se puede recordar otras como la del ‘lunes negro’ de 1987, el Tequila en 1994, las asiáticas y rusa en los 90…
También está la intervención ‘negativa’, es decir la que no se hizo para ciertos sectores en forma contraria al ‘espíritu’ del libre mercado. Implementar reformas estructurales para liberalizar el mercado, por ejemplo en Argentina en los 90, pero aceptando la existencia de empresas monopólicas u oligopólicas muy lejos está de ese mundo de ‘empresas equivalentes en un mercado atomizado’ que plantea el manual microeconómico.
Y también está el hecho de que es tan intervenir ‘hacer’ como ‘no hacer’. Aplicar un impuesto, por ejemplo, es tan intervenir como ‘no aplicarlo’; una política monetaria restrictiva interviene en la economía al igual que una expansiva.
Nada explicita mejor las falacias de estos argumentos que desde que el mundo capitalistas occidental comenzó sistemáticamente a implementar medidas en favor del mercado libre en los 70, ha disparado la concentración de mercado en un grupo de grandes empresas, y la riqueza se ha concentrado brutalmente tanto entre países como dentro de sus poblaciones. Qué resultado para un discurso que se presenta contra los poderosos por decir basarse en el dominio del atomizado anónimo consumidor!
Concentración de poder de mercado, resultado de medidas “pro-mercado …
El aumento del poder de mercado por parte de empresas monopólicas lo constató incluso una institución reconocida de ser promotora del libre mercado como el Fondo Monetario Internacional.
En 2019, el capitulo 2 de su World Economic Outlook de abril sostuvo que “los márgenes de precios de las empresas sobre los costos marginales aumentaron cerca de un 8 por ciento desde 2000 , hecho que relaciona a otras tendencias que considera preocupantes, como:
- (i) un crecimiento menos robusto en la productividad e inversiones productivas;
- (ii) la ampliación de la brecha entre rentabilidad corporativa y costos de recaudar nuevos recursos;
- (iii) el aumento en el valor de las acciones de riqueza financiera frente a los ingresos totales;
- (iv) la caída en la participación de los trabajadores en el ingreso.
El FMI analizó alrededor de 900 mil empresas que entre 2000-2015 cotizaron en bolsa de 16 países avanzados y 11 emergentes. En promedio, éstas generaron ingresos equivalentes a 40% de los productos de cada economía. Los indicadores utilizados por el Fondo para evaluar el poder del mercado fueron: mark-up, rentabilidad (tasa de rendimiento antes de impuestos) y concentración (participación de las ventas de las 4 compañías más grandes en las ventas totales). El crecimiento de estos indicadores revela la capacidad de las empresas para aumentar sus tasas de rendimiento sobre los costos de producción, incluidos los costos laborales, y su posición relativa en los mercados en los que operan. El FMI encontró evidencia de este aumento, particularmente en las economías avanzadas. Y, lo que es más importante, las ganancias por mark-up fueron mayores en el decil superior de distribución comercial. Es decir, las empresas más grandes han ganado más poder de mercado.
El FMI concluye de este estudio que "el 10 por ciento superior de las empresas en la distribución de mark-up son, en promedio, aproximadamente un 50 por ciento más rentables, más del 30 por ciento más productivas y más del 30 por ciento más intensivas en el uso de activos intangibles que el otro 90 por ciento". Además, esto está asociado con la disminución de las inversiones productivas y en la participación de los salarios en los ingresos total. Esto, destaca, es mayor en el caso de las grandes empresas.
En resumen: el binomio "Wall-Street y Big Business" prevaleció sobre "el local de barrio" y el trabajo. Para ganar dinero en el mundo del "socialismo corporativo" no es necesario aumentar las inversiones en nuevas máquinas, equipos y fábricas. Con el control de la competencia, las tecnologías de frontera y de los sindicatos, es suficiente.
Para minimizar estos aspectos negativos el Fondo sugiere alentar una mayor competencia y reformar el sistema tributario centralizado sobre los lucros extraordinarios, es decir, aquellos generados por un mayor poder de mercado. También sugiere eximir a las inversiones productivas y crear créditos fiscales para gastos de investigación e innovación. Caso contrario, el FMI alerta que “…mayores aumentos en el poder de mercado de estas firmas ya poderosas podrían debilitar la inversión, disuadir la innovación, reducir la participación del ingreso laboral y dificultar que la política monetaria estabilice la producción". Así, se observa claramente como una política de ‘menos intervención’ no dejó de ser ‘altamente intervencionista’.
El rendimiento de la intervención
Paul Krugman en su artículo “Monopoly capitalism is killing US economy , (Irish Times, 19/04/2016) alertaba el efecto deletéreo sobre la economía de EEUU del capitalismo monopolista, porque mientras los lucros de esas empresas llegaban a niveles récord, las inversiones no crecían en la misma proporción debido a la reducción de la participación de los salários en el ingreso nacional.
Jonathan Tepper, de Prevatt Capital, en su libro que denuncia que la competencia es el mito del capitalismo (“The Myth of Capitalism: Monopolies and the Death of Competition ), explica que apostar en empresas monopólicas es un buen negocio, usando como ejemplo a Warren Buffett, gurú de las finanzas fundamentalistas con patrimonio de cerca de u$s 90.000 millones. Explica Tepper: “Durante décadas, los estadounidenses han aprendido de Buffett que la competencia es mala y que deben evitar las empresas que requieren cualquier inversión o gastos de capital. Los gerentes estadounidenses han absorbido sus principios ... Buffett ama los monopolios y odia la competencia -
En los últimos cuarenta años, la mano visible del Estado ha actuado fuertemente para reducir los impuestos de los ricos, particularmente los ingresos financieros, para facilitar la vida de las grandes empresas y para reducir el poder de los sindicatos de trabajadores. En tiempos de crisis, la generosidad del estado no encuentra límites. Después de la crisis de 2007-2009, los gobiernos de los países de altos ingresos gastaron, en promedio, el 43% de sus productos para rescatar a las instituciones financieras, como explica el FMI en el capítulo 2 de su edición de octubre de 2018 de World Economic Outlook.
El modelo de "socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres" se estableció, como lo sugiere Robert Rich en sus libros "Salvando al capitalismo" (“Saving Capitalism 2015) y "El sistema: quién lo manipuló, cómo lo arreglamos" (The System: Who Rigged It, How We Fix It 2020). Como resultado, hubo un nuevo ciclo de intensa concentración de ingresos y riqueza, como Thomas Piketty documenta exhaustivamente en sus libros "Capital en el siglo XXI" (2013) y "Capital e ideología" (2020).
Con la crisis generada por la pandemia de coronavirus, los riesgos de que esta historia se repita no pueden subestimarse. Por cierto, el Estado puede usarse para revitalizar la sociedad y restablecer la competencia en los mercados, para inducir la expansión de las inversiones y la productividad.
Por lo tanto, no hay necesidad de hacerse ilusiones: el Estado eficiente y activo es esencial para la preservación de los mercados, algo reconocido por el pensamiento liberal ilustrado. Al menos eso es lo que se puede inferir del análisis insospechado de “socialismo The Economist que sostiene que “… una economía competitiva sana requiere um gobierno eficaz (24/08/2019).
Ahora, también está visto que, sin eso, el status quo permanece, es decir, el socialismo corporativo, que es el resultado del matrimonio entre el poder del dinero y el poder del estado, una lección claramente dada por el historiador Fernand Braudel en "Civilización y capitalismo" y “La Dinámica del Capitalismo como definición del capitalismo desde su inicio: el antimercado. Ese Estado que no interviene ‘interviniendo’.
Sin embargo, frente a los malestares sociales producidos por ese Estado pro-mercado neoliberal, los economistas que siguen la vertiente de libre-mercado metódicamente responsabilizan por esos resultados negativos a la actuación del Estado y, en particular, a los efectos negativos de su intervención en la economía aun existente… ¿Cómo es que ahora, entonces, pueden aceptar una masiva intervención del Estado y, más aún, ser presentada como solución…sin dejar de ser abanderados del libre mercado?
Dado que la intervención del Estado pro-mercado que hubo ha generado estos resultados en beneficio de la concentración de riqueza y del poder de mercado, ¿por qué ahora aceptar que la intervención que pregonan no será en el mismo sentido?
Y la cuestión más crucial: pasada la pandemia… ¿el Estado volverá a ser el interventor, nido de corrupción e ineficiente, o podrá seguir actuando para socorrer al resto de la sociedad, actuar contra la concentración de mercado y de la riqueza?














