Mauricio Macri intentó volver al centro de la escena política juntando a su tropa o lo que le queda de ella. Quiso aprovechar a su favor la molestia de quienes como él empezaron a comprender que las cosas son como son, y que el presidente Milei no les dará más lugar que la relación que hoy tienen. Provocó una reunión que, más allá de su formato institucional, tuvo el tono de una jugada política.

En la sede del PRO, sobre la calle Balcarce, el expresidente reunió a la cúpula para definir el rumbo del espacio frente al nuevo mapa que se consolidará tras el recambio legislativo del 10 de diciembre. El resultado fue claro: el PRO no se fusiona, no se diluye, y seguirá con bloque propio en el Congreso. Pero lo que no se dijo —y lo que se vio en las fotos— es probablemente más revelador que cualquier comunicado.

La decisión de mantener un bloque independiente en Diputados y el Senado no es menor. En tiempos donde la política se reconfigura a velocidad de vértigo, y donde La Libertad Avanza absorbe voluntades con la fuerza de un agujero negro, el PRO optó por marcar la cancha. No habrá interbloque con los libertarios, al menos por ahora. La jugada busca preservar la identidad partidaria, evitar nuevas fugas y, sobre todo, mantener una voz propia en el Congreso. Pero también es una forma de decirle a Javier Milei que el apoyo a sus reformas no implica subordinación.

Macri lo dejó claro en su discurso: “Nunca hemos creído en los personalismos. Somos un partido de gestión, de institucionalidad, de detalle”. La frase, que podría pasar desapercibida, intentó ser un misil teledirigido a la lógica de Milei, donde el líder es el todo y el resto apenas decorado. El PRO, con sus defectos y contradicciones, quiere seguir siendo algo más que un apéndice del oficialismo. Y Macri, que ya piensa en 2027, quiere que ese “algo más” tenga su sello.

Pero su presencia en el encuentro no fue lo más cautivante, lo que llamó la atención fue la foto. Porque en política, como en la vida, hay gestos que pesan más que las palabras. Y en esa imagen que circuló tras la reunión, se lo vio a Cristian Ritondo y a Guillermo Montenegro junto a Macri.

Dos dirigentes que, por sus roles actuales, podrían haber optado por la prudencia. Ritondo, presidente del bloque PRO en Diputados, forma parte de la mesa chica del Gobierno libertario. Montenegro, intendente de Mar del Plata, ha sido uno de los interlocutores más activos con la Casa Rosada. Sin embargo, ambos eligieron estar. Y no sólo estar: eligieron posar.

La presencia de Ritondo y Montenegro no fue casual ni protocolar. Fue un gesto político. Un intento de mostrar descontento. Porque ambos, más allá de sus vínculos con el oficialismo, están empezando a desconfiar de las promesas del Gobierno. Ritondo con intenciones de ser designado presidente de la Cámara de Diputados, un cargo que se le insinuó como parte del acuerdo de acompañamiento legislativo. Su acercamiento a Santiago Caputo molestó a Karina Milei quien decidió enfriar esas conversaciones.

Montenegro, por su parte, ya se había preparado para asumir como ministro de Justicia: hace más de un mes que se instaló en Buenos Aires, a la espera de una designación que no llega. La foto con Macri, entonces, también puede leerse como una advertencia: si el Gobierno no cumple, el PRO tiene a dónde volver.

Pero el gesto va más allá de las frustraciones personales. En el PRO ya asumieron que no habrá lugar para ellos en la conformación del Gobierno. No habrá ministerios, ni cargos de peso, ni sillas en la mesa de decisiones. La alianza con Milei, si alguna vez existió, fue táctica y unilateral. El libertario gobierna con los suyos, y el PRO quedó en el rol de socio periférico. Una situación que recuerda, con ironía, a lo que vivieron los radicales durante el macrismo: acompañaban, pero no decidían. Estaban, pero no gobernaban.

Algo de eso quedó demostrado con el episodio que rodeó la llegada de Diego Santilli al Ministerio del Interior. Apenas asumió, el Gobierno le quitó varias cajas sensibles al área, y llegó incluso a firmar un decreto que le sacaba el control del Renaper. La corrección posterior —con el Gobierno dando marcha atrás y devolviéndole esa dependencia— fue una concesión a Santilli, que les hizo saber que no estaba dispuesto a ser un convidado de piedra. Pero el mensaje fue claro: marcarle la cancha al PRO dentro del Gobierno.

Montenegro representa otro tipo de capital político. Como intendente de una ciudad clave, su respaldo al PRO tiene peso territorial. Fue de los amarillos quien mejor elección logró en septiembre. Su presencia refuerza la idea de que el partido no se disuelve, no se entrega, y que hay dirigentes dispuestos a sostener la bandera amarilla incluso en tiempos de tormenta.

La reunión también sirvió para ajustar cuentas internas. Hubo reproches, autocrítica, y hasta una expulsión: la de Agost Carreño, que nunca se acopló al PRO en el Congreso sino que se alineó con otros legisladores en Encuentro Federal sin resignar el timón del partido en su provincia. El mensaje fue claro: el PRO no tolerará más fugas sin consecuencias. El partido, más allá de Macri, quiere cerrar filas. No por unanimidad, pero sí por necesidad.

De todos modos en el PRO se habla de renovación. Porque por más que Macri conduzca el espacio, se sabe que no competirá electoralmente. Y eso abre una ventana para nuevos liderazgos. Soledad Martínez, vicepresidenta del PRO, y Jorge Macri, jefe de Gobierno porteño, están alineados con la idea de que el partido debe volver a ser una alternativa nacional.

Ambos coinciden en que no puede perder su identidad ni quedar atrapado en la lógica de la coyuntura. La reconstrucción, dicen, debe ser desde las ideas, pero también desde las figuras.

El desafío ahora será sostener esa unidad en el tiempo. Porque tener bloque propio implica tener agenda propia, voceros propios, y capacidad de negociación. No alcanza con diferenciarse de Milei en los discursos: hay que hacerlo en los hechos. Y eso exige liderazgo, coherencia y estrategia. Tres cosas que el PRO ha tenido en dosis variables, pero que necesita recuperar si quiere volver a ser competitivo.

Macri quien solo había pedido un lugar para Guillermo Dietrich y no se lo dieron, asumió como son las cosas y parece decidido a jugar. No como candidato —al menos no por ahora—, pero sí como conductor. Su objetivo es claro: construir un candidato presidencial para 2027 que represente los valores del PRO, pero que también pueda seducir a los votantes desencantados con el experimento libertario. Para eso necesita ordenar el partido, recuperar la iniciativa, y evitar que el PRO se convierta en una fuerza testimonial.

Cristian Ritondo hace pocos días escribió un tweet que pasó desapercibido pero se lee en el mismo sentido, una felicitación a Santilli como dirigente del PRO ingresando al Gabinete Nacional.

La reunión en Balcarce fue un primer paso. Un gesto de resistencia, pero también de advertencia. Porque detrás de la foto, del bloque propio, y de las definiciones políticas, hay una pregunta que sobrevuela todo: ¿puede el PRO volver a ser lo que fue? ¿O está condenado a ser un actor secundario en la película de Milei?

La respuesta, como siempre, dependerá de la política. Y de las fotos que vengan.