Las inseguridades de Alberto Fernández potencian el descalabro ambiente

En el interior del gobierno nacional se perciben dos trenes que corren en direcciones opuestas por la misma vía y cada vez a mayor velocidad. En una formación viajan los cultores del "cuanto peor, mejor", los kirchneristas más radicalizados que viven bajo la sombra de Cristina Fernández y en la otra están subidos los representantes de la porción del oficialismo que asegura querer mirar más allá de sus narices. Por inevitable, la colisión que puede devenir será demasiado terrible como para imaginarla y le pone al futuro un aura de mucho pesimismo, sobre todo porque se da en un contexto sanitario y económico-social que mete miedo. Los contratiempos propios serán adjudicados, como siempre, a los terceros a vencer por la épica gobernante: los poderes concentrados y la prensa hegemónica.

Para poner las cosas en perspectiva, una rápida descripción del horizonte no puede omitir una lista de cuestiones que dependen del Gobierno y que amenazan con retrasar cualquier salida de la crisis, recuperación del PIB per cápita que la OCDE estima casi en siete años . Así, hay que consignar que todavía no hay vacunas suficientes ni plan económico a la vista y que a fin de mes habrá casi 100 mil fallecidos por Covid-19, mientras la inflación horada los bolsillos, la desesperanza ataca y los pobres, los desempleados y los fundidos se siguen multiplicando. En tanto, el divorcio del mundo se hace cada vez más evidente y para cerrar el círculo, se intenta colonizar la Justicia, se vapulea al capitalismo, se habla de tierras improductivas, se critica la herencia y se le pone un cepo al sector privado, mientras se cercena la educación o sea el pensamiento que podría sostener hacia el futuro la defensa de todo lo que no sea Estado, el mérito y la noción de orden jurídico.

Enmarcado en el dibujo de una Argentina que deja todo para después, donde una donación de respiradores puede quedar varada durante meses en la Aduana sin que a nadie se le mueva un pelo o donde se legisla de apuro sobre el monotributo porque la Ley anterior demoró medio año en salir y reglamentarse o donde a alguien se le ocurrió rechazar 90 por ciento de las vacunas del Fondo Covax por un problema de "anticipo" de dólares o no comprar por ahora las elaboradas en los Estados Unidos por prejuicios ideológicos, está la figura de Alberto Fernández quien, puertas para adentro, tiene un monumental lío que lo desenfoca, lo debilita y que lo hace navegar siempre en el cortísimo plazo. Esos dos trenes que van rumbo al desastre lo llenan de inseguridades.

En ese devenir, el Presidente no es el único dentro del peronismo que en este juego de conveniencias trata de tener un pie en cada lado. Igualmente, la sensación es que su cabeza le explota a diario. Pese al orden de prioridades que debería barajar. Fernández parece vivir en un mundo lleno de equívocos de nunca acabar, muchos de ellos banales y antiguos, aunque enraizados en la sociedad, como la proclama de ser el país más europeo de América Latina. Así, Fernández trasunta como puede su nerviosismo con monumentales bloopers que pueden adjudicársele a fallidos ("vayan y contágiense") o a comentarios de estudiantina sobre los descendientes de la "selva" brasileña, ofensa inspirada en viejos versos de Lito Nebbia propios de ese agrande argentino de otros tiempos, pero al día de hoy tan fuera de contexto como los sketchs de Alberto Olmedo.

Lo cierto es que en el Gobierno todo se ha transformado en un aquelarre: los más belicosos le tiran cáscaras de banana a quienes están en el otro tren, como Axel Kicillof a Nicolás Trotta y a Santiago Cafiero con las clases y los shoppings, mientras lo que queda del equipo presidencial se esmera en hacer buena letra (Venezuela, Perú, Colombia y otros entuertos) y sigue a los tumbos las recetas electorales que les impone el kirchnerismo (tarifas reprimidas y cepo cambiario, más controles y congelamientos de precios que la historia dice que per se no van a bajar nunca el piso inflacionario), aunque haya que tirar a la basura los equilibrios macro y quemarlo en el exterior a Martín Guzmán (y al Presidente) o autorizar desde el Congreso un aumento de salarios de 40 por ciento que no sólo rompe el techo que se había establecido sino que ahora disparará reclamos de los gremios.

De hecho, por todas estos desvíos se están estirando los plazos con el FMI y el Club de París a gusto y paladar de los designios de Cristina, mientras Fernández habla pestes de un capitalismo que supone muerto (agujereado por los cuatro costados, pero en algunos lugares todavía con bríos suficientes) o de una pseudo reforma agraria que bien podría iniciar el Estado con tantas tierras fiscales como tiene. Ni así se conforma a los más fanáticos: ir "por todo" es ir por todo, caiga quien caiga.

Entonces, el Presidente se desespera, hace movidas forzadas y comete errores que, de infantiles, lo desprestigian cada vez más ante la opinión pública y a la Argentina ante el mundo. El saludo al por entonces aún no proclamado presidente de Perú no fue otra cosa que una bravuconada ideológica sin estilo que comprometió innecesariamente al país y que provocó un lío monumental en la cada vez más desvencijada Cancillería. Y no sólo porque a Felipe Solá se lo considera irrelevante debido a los múltiples entornos que le han puesto desde los dos lados de la grieta interna (un canciller de facto como Gustavo Béliz y un ex como Jorge Taiana del lado cristinista), sino porque al igual que en la improvisada comunicación personal, la misma que tantos dolores de cabeza le está dando, en esa materia el Presidente se corta solo y no toma consejos ni siquiera de la burocracia histórica de "la Casa".

Lo concreto es que el jefe de Estado no puede tapar las fugas que le ocasionan sus propias internas, ya que a su Administración se la percibe cada vez más perforada o bien por los comisarios políticos que operan a destajo en el Ejecutivo con instrucciones del Instituto Patria o aún por las temerosas movidas que él y su elenco hacen para agradar a la otra parte. Hay resignación o miedo y parece que en el Ejecutivo han perdido la voluntad de decir que "no". La imagen de Fernández se ha caído como un piano en todas las encuestas, entre otras cosas porque el presidencialismo a ultranza que cultiva la Argentina no tolera a quien se somete. Como frutilla del postre del deslucido papel presidencial una encuesta de D´Alessio IROL-Berensztein acaba de detectar cómo viene aumentando el descrédito presidencial, nada menos que entre sus propios votantes.

En medio de tantos tironeos oficialistas, la oposición suele decir peyorativamente que dentro del peronismo son todos "iguales", pero a esta altura del problema no hace otra cosa que sentarse a observar la eventual colisión de trenes, preocupada como está por sus propias internas que confunden, como ellos mismos suelen decir, "el 21 con el 23". Muchos dentro del PRO sobre todo no advierten que si los daños de ese choque son muy graves sufrirá el país mucho más y que cualquier proyecto alternativo se va a quedar sin sustento. En esa fuerza política parece que no logran calibrar que lo que viene es una elección por bancas y no por cargos y piensan dirimir fuerzas en las PASO en varios distritos importantes mirando hacia las presidenciales, una jugada que puede dividir irremediablemente las aguas.

Entre los opositores, tampoco todos han tomado debida nota que este año se renuevan nada menos que 60 bancas de Juntos por el Cambio en la Cámara de Diputados, ya que la elección de 2017 fue muy buena para el anterior oficialismo, por lo que ahora la actual oposición y eventualmente todos los que no exuden peronismo, deberán llegar a obtener votos por casi 50 por ciento en cada distrito para recuperarlas, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. Y aún así, la primera minoría va a seguir siendo el oficialismo con los aliados circunstanciales que siempre consigue alinear, incluidos muchas veces algunos radicales o aun del PRO.

Tener mayoría en la Cámara Baja resulta fundamental para la oposición si quiere bloquear proyectos que considere que van en una línea que no comparten o que modifiquen estructuras con propósitos electorales o ideológicos, tal como ocurrió el jueves pasado con dos iniciativas kirchneristas que no pudieron ser bloqueadas, como la Ampliación del Régimen de Zona Fría en relación a las tarifas de gas y la llamada Ley de Equidad en la representación de los géneros en los medios audiovisuales. En el primero de los casos, la oposición votó dividida.

La media sanción del gas motivó no sólo el agitar de una frazada por parte del diputado José Luis Ramón haciéndose eco del "agradecimiento" de la gente, nada menos que 3 millones de personas beneficiadas a costa del Fondo Fiduciario para Consumos de Gas (que si no aumentan las tarifas, a la larga se cubrirá con subsidios), sino también una parrafada del diputado Máximo Kirchner sobre si las medidas son o no electoralistas: "Están diciendo patrañas porque la mitad de los distritos alcanzados son opositores" expresó el hijo de la vicepresidenta, sin advertir que justamente ése es el carácter electoralista que se le adjudica a su iniciativa.

El otro proyecto es mucho más delicado porque no pide ni un mínimo de idoneidad a la hora de la contratar personal por parte de los medios audiovisuales privados (en el Estado será obligatorio), sino que solo se apunta a lograr "equidad en la representación de los géneros desde una perspectiva de diversidad sexual". Sin embargo, el punto más controvertido tiene que ver con una zanahoria que emitirá anualmente el Estado bajo la fachada de un "Certificado de Equidad" que servirá para conseguir lo que la Ley menciona como "preferencia en la asignación de publicidad oficial". Más allá de lo anecdótico que resulta la obligación de utilizar el lenguaje inclusivo (delirio que puede obviarse, según la Ley), habida cuenta de la necesidad de los medios de financiarse o desaparecer, el fondo de la cuestión es que el Estado mete su cuña para controlar más contenidos y líneas editoriales. Otro triunfo de los ultras.

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