La nueva terminal de Ezeiza y la importancia de la revolución de los aviones
La revolución de los aviones en la Argentina es actualmente un proceso detenido, pero que está llamado a transformar nuestro país, generando un gran impacto económico y social en todo el territorio nacional. Esta iniciativa, de la que el nuevo aeropuerto de Ezeiza es una parte fundamental, parte de reconocer la potencialidad de un sector con capacidad de generar más trabajo directo e indirecto que ninguna otra industria en nuestro país.
El avance en la conectividad y en la reducción de los tiempos de viaje es un factor clave en un país tan grande y desconectado como Argentina. Llevarla adelante puede producir un impacto económico equivalente al que generó el tren en el siglo XIX: un acercamiento que genera una revolución de productividad en el país.
La distancia y el tiempo son la misma cosa. Cuando emergió el ferrocarril, localidades que se encontraban a 30 días de distancia pasaron a estar a un día de viaje en tren. El avión logra unir ese mismo trayecto en una hora y media, conectando y acercando personas, negocios y turismo. Esta lógica también vale para acercar nuestro país al centro económico del mundo, del cual se encuentra geográficamente lejos. Más vuelos directos a una mayor cantidad de destinos significan menos tiempo de viaje y por lo tanto menos distancia.
Sin embargo, el sector aéreo había estado abandonado durante décadas, y sin infraestructura no podía llevarse adelante la revolución de los aviones para comunicar e interconectar a todos los argentinos.
Con esta visión, durante el gobierno de Cambiemos se llevaron adelante obras de renovación en 19 aeropuertos en todo el país, construyendo nuevas terminales, pistas, torres y plataformas para estacionar los aviones, lo que, junto con la apertura del aeropuerto del Palomar, contribuyó a la llegada de aerolíneas low-cost y a la consecución de récords de viajeros. Especialmente un récord de personas que pudieron viajar en avión por primera vez.
La nueva terminal del aeropuerto de Ezeiza fue una parte clave de este proyecto y uno de los proyectos más ambiciosos y necesarios que se ha llevado a cabo en la Argentina en los últimos años. Siendo el principal aeropuerto internacional del país, estaba en pésimo estado. Increíblemente una buena parte del aeropuerto era la misma que se había construido para el mundial de fútbol de 1978 y había recibido muy pocas modificaciones. El resto era un acople de obras parciales que se habían hecho a lo largo de los últimos 40 años. No había un masterplan y ni un proyecto integral para un nuevo aeropuerto.
El presidente Mauricio Macri conocía la situación y quería que el nuevo aeropuerto simbolice valores importantes para el país. Modernidad, conectividad entre los argentinos e integración y apertura al mundo. La primera y última impresión que millones de extranjeros, ya sea turistas, empresarios o inversores, iban a ver cuando lleguen a nuestro país, y la bienvenida a casa de los millones de argentinos que viajan al mundo. El objetivo, desde el inicio, fue construir el mejor aeropuerto de Latinoamérica. Uno que pueda cubrir el crecimiento del sector durante los próximos 20 años.
Una muestra de esta visión se dio al decidir el sistema de equipaje, que es una parte clave, pero oculta a la vista de los pasajeros en los aeropuertos. Son verdaderos monstruos logísticos compuestos por cintas automáticas, grúas, escáneres y brazos mecánicos que despachan cada maleta al lugar correcto, y las separan automáticamente para investigarlas ante cualquier sospecha. En el mundo se los conoce como BHS (Baggage Handling System) y son importantes para la seguridad, la reducción de costos y la rapidez en la logística de una terminal. En Ezeiza no existía. El aeropuerto seguía manejando el equipaje de manera manual, con personas que levantaban las valijas con sus manos y escáneres que dependen de la atención constante de una persona mirando una pantalla, igual que hace décadas.
Tres años y medio después del inicio de la gestión de Cambiemos, Ezeiza era el primer aeropuerto argentino en contar con un sistema BHS, que se encuentra debajo de la nueva terminal. Esta decisión de invertir en algo que no se ve, pero que garantiza la seguridad, agilidad, tiempo y, sobre todo, la baja en el costo de los pasajes es representativa del proyecto. Al igual que ocurrió con las obras del Arroyo Maldonado, las cuales evitaron las inundaciones en Buenos Aires, no importaba que el sistema BHS no se vea. Queríamos un aeropuerto que verdaderamente genere desarrollo para el país.
El aeropuerto estaba listo para ponerse en funcionamiento en 2019. Lamentablemente y ante una fatalidad, un juez frenó los trabajos hasta el fin del mandato. Cambio de gestión mediante la nueva terminal de Ezeiza podría haber comenzado a operar en marzo del 2020. Sin embargo fue paralizada por el gobierno kirchnerista con el objetivo político de no inaugurar obras construidas por el gobierno anterior. Con esto, solo lograron perjudicar a los pasajeros, tanto argentinos como turistas. También evitaron la creación de cientos de puestos de trabajo en la nueva terminal. Tres años y medio después anunciaron la construcción de un aeropuerto que ya estaba terminado.
Se trató de un gran trabajo en equipo liderado por el ministro Guillermo Dietrich, la dirección y gestión del concesionario, y la planificación de decenas servidores públicos del ORSNA que trabajaron para construir un país mejor. Y que, sobre todo, se llevó adelante con la convicción de que las obras construidas quedan. Y no hay ninguna gestión de gobierno posterior que pueda llevárselas.
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