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El Presidente apuesta a un albertismo que nunca enfrentó tormentas

La primera lectura que ofrecen las designaciones anunciadas ayer en el gabinete nacional, es que el Presidente prefirió sostener su cuota de poder interno antes que fortalecer la coalición por la vía del consenso. No hizo consultas ni a Cristina Kirchner ni a Sergio Massa, sus socios en Frente de Todos, y apeló a figuras con las que tiene una relación personal para que oxigenen el "albertismo". Sus principales apuestas son Victoria Tolosa Paz y Raquel Kismer de Olmos: ambas tienen recorrido político pero no han ocupado roles que tuviesen una exigencia similar a la que les tocará enfrentar.

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Fernández asumió que tanto Claudio Moroni como Juan Zabaleta, los ministros salientes de Trabajo y Desarrollo Social, eran propios. Por esa simple razón, su reemplazo no tenía por qué ser negociado con el resto de las fracciones. Mucho menos con los actores interesados, como la CGT o los movimientos sociales. En el caso de Elizabeth Gómez Alcorta, se trataba de una de las pocas sobrevivientes del gabinete original. Su incorporación no tuvo un padrinazgo específico, y por eso Alberto buscó en su sucesora un claro reconocimiento de gestión en temas de diversidad y género. La elegida, Ayelén Massina, era la secretaria del área en San Luis y como tal, fue la organizadora del 35° Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias. Su postulación tuvo apoyos muy frescos, ya que tanto Tolosa Paz como Kelly Olmos tomaron parte de sus deliberaciones este fin de semana.

El principal antecedente de la designada ministra de Desarrollo Social es haber encabezado el Consejo Federal de Políticas Sociales. Pero ahora deberá lidiar con la reconversión de los planes comprometida por el Gobierno, que es resistida por las organizaciones piqueteras más duras. No se le conoce perfil negociador, con lo cual será clave el equipo que la acompañe en el ministerio.

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Kelly Olmos es una mujer de carácter. Se ganó su apodo muy joven, cuando el dirigente nacionalista Guillermo Patricio Kelly se había convertido, a fines de la dictadura y durante el gobierno de Alfonsín, en un denunciador al que nada detenía. Raquel Kismer aceptó el apodo como un rasgo descriptivo de su temperamento, y lo transformó en su sello personal. Ahora tendrá que hacerlo valer frente a los sectores gremiales más duros, como los del sindicato del neumático, o los camioneros de Moyano, que aspiran a perforar el techo de las paritarias.

Si Alberto hubiera elegido la vía del consenso, podría haber sumado perfiles de otra fortaleza y capacidad. La sensación de que busca preservar algo de poder para pelear en 2023 tampoco es una señal positiva para la gestión.

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