Guerra Rusia - Ucrania

El gas, su pago en rublos y la economía más allá de la guerra: ¿quien tiene las herramientas para imponer las reglas de juego?

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, ha firmado el decreto que obliga a los países "hostiles" a pagar en rublos el suministro de gas. Con estos cambios, los Estados clientes deben abrir dos cuentas (una en moneda extranjera y otra en rublos) en el Gazprombank, la filial bancaria de la empresa estatal de gas rusa Gazprom y uno de los pocos bancos que se ha librado de las sanciones justamente por representar uno de los canales principales para la compra de crudo y gas por parte de Occidente. Posteriormente, el banco acudirá a los mercados de divisas de Moscú para realizar el cambio a rublos y efectuar el pago correspondiente a la empresa de gas.

¿Cuál es la lógica de este pedido? En una primera rápida apreciación, uno podría pensar que la medida no genera un gran cambio, ya que la continuidad de las compras que se hacían previo a la guerra en dólares o euros - más del 90% de sus contratos de gas con Rusia a largo plazo se liquidaban en estas monedas -, contribuirán sosteniendo con divisas fuertes el tipo de cambio, principal variable para con la sostenibilidad de un proceso de abastecimiento de bienes y servicios - tanto de importaciones para consumo como de insumos para con la producción nacional -, y la contención de la inercia inflacionaria derivada de la actual coyuntura.

Sin embargo, el movimiento económico ruso lejos se encuentra de ser atolondrado o imprevisto. Por un lado, más allá de la imposición de nuevas reglas de juego, en ningún momento puso en duda el abastecimiento de hidrocarburos para Europa. En este sentido, el principal portavoz presidencial, Dimitri Peskov, ha insistido en que Moscú sigue dispuesto a cumplir su parte en materia de suministro y precios. "No habrá cambios para los receptores del gas ruso que paguen". ¿La razón? El flujo de capitales desde Europa sigue siendo demasiado importante - para ambas partes - como para realizar un corte unilateral, por más sanciones económicas que provengan de occidente

Los números hablan por sí solos: desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania el pasado 24 de febrero, hasta finales de marzo, los países de la Unión Europea le han transferido a Rusia más de 18.000 millones de euros como pago por las importaciones de gas (11.500 millones), petróleo (6.300 millones) y carbón (500 millones).

Aquí tenemos otro punto importante: Putin señaló que Rusia "le suministró a los consumidores europeos sus recursos; los recibieron, y nos pagaron en euros que ellos mismos luego congelaron". En este aspecto, los proyectos para salir de la hegemonía del dólar/euro (el 80% de las transacciones mundiales de recursos estratégicos se realizan en estas monedas) no son solo representativos de la actual coyuntura o geografía de disputa: ya hace años China y otros países de segundo orden a nivel internacional están tratando de realizar ‘swaps' y otro tipo de intercambios económicos que eviten los costos transaccionales en monedas de terceros Estados, los bloqueos y sanciones financieras por cuestiones políticas/ideológicas/de derechos humanos, o mismo la dependencia de las políticas monetarias realizadas desde los principales ejes de poder global, aquellas potencias occidentales que decretaron a la globalización neoliberal como sistema univoco post guerra fría.

La otra variable de relevancia que se conjuga con la geoeconómica es la geopolítica pura y dura: aquí se encuentra en juego aquel actor que tiene el poder de decisión, quien posee la capacidad diplomática/militar de decidir bajo qué condiciones se distribuye el factor clave en disputa: en este caso, el recurso económico estratégico.

Rusia quiere demostrar que tiene las herramientas para imponer las reglas de juego; y ello, en la arena de las relaciones internacionales, no es un tema menor. Solo para citar un ejemplo, si los países aceptan pagar en rublos las importaciones de gas, Putin puede sostener que como se acepta las condiciones de pago de hidrocarburos, también se podría aceptar pagar en rublos la deuda externa. A lo que podrían responderle que otros insumos o bienes de capital europeos que Rusia requiere, deberían ser pagados ‘por practicidad' depositando euros en cuentas bancarias dentro de la jurisdicción del viejo continente. Conclusión: hipótesis varias, derivaciones infinitas, pero muy pocas certezas.

Además de todo lo expuesto, no podemos dejar de lado las cuantiosas dudas técnicas que la medida genera en Occidente. ¿Qué valor de referencia se utilizará para la compra de rublos? ¿Podría la fluctuación del rublo tener influencia en el precio del petróleo y el gas ruso? ¿Cuáles serán los costos transaccionales finales? ¿Se podrá operar a través de bancos de terceros países ‘no hostiles'? ¿De ser así, se podrá generar una triangulación de las operaciones después del pago?

En este aspecto, lo que ocurrirá probablemente es el desarrollo de un proceso de atomización donde cada actor, si desea continuar comerciando hidrocarburos con Rusia, deberá establecer su propia estrategia y su propio circuito de negociación. Todo terminará en el embudo del Kremlin, el cual, con su lógica omnisciente, brindará la respuesta acorde a sus intereses. Como contraparte, el potencial cuestionamiento de la legalidad y la validez de los ‘nuevos contratos', los cuales Occidente puede pensar que podrán ser rediscutidos dada su imposición unilateral en un escenario post-Putin, no solucionan de fondo la realidad de la coyuntura socio-productiva europea actual.

Finalmente, de todo lo mencionado se deprende la valorización de las materias primas, (ninguneadas en diversas ocasiones durante el último siglo, incluida una actualidad que alaba a los servicios financieros y tecnológicos como ‘vedettes' del mundo económico del futuro), donde toman envión y vuelven a mostrar la relevancia de su rol en las cadenas de valor global y los aparatos productivos de la economía real. Y aquí Rusia planta bandera y sostiene con firmeza que sí puede incidir en el motor económico de los países ‘hostiles', con evidencia empírica que lo sostiene: la matriz energética actual de la Unión Europea depende en un 40% de Rusia.

A modo de conclusión, se podría afirmar que el conflicto derivará en una permanente ‘guerra fría' en Eurasia, un largo paralelo 38° a la Coreana que separe a Rusia y sus aliados de todas aquellas ex Repúblicas Soviéticas (como Estonia) y ex satélites (por ejemplo Polonia) que abrazaron a la OTAN - y actualmente gozan de su protección - durante las últimas décadas.

Por el contrario, es dable que en términos geoeconómicos se vuelva al status anterior al 24 de Febrero. "Todo pasa", diría Don Julio, sobre todo cuando el escenario económico sistémico es tan complejo y osado para las partes en conflicto. Es que aunque Europa pueda encontrar suministros de energía y materias primas alternativos - por supuesto a mayor costo y con derivaciones socio-económicas altamente negativas por la suba de precios -, y Rusia pueda abastecer a terceros mercados - China y países neutrales fuera del rango OTAN - y sortear los obstáculos/bloqueos económicos/financieros con mecanismos alternativos de tinte transaccional y para con el reaseguramiento de sus activos y su moneda como reserva de valor, estamos ante una situación económica sistémica de corto plazo de Lose-Lose (a pesar de alguna ganancia marginal relativa por parte de algún actor o sector indirecto). Y ello no le conviene a nadie. En este mundo de valores frugales y donde el crecimiento económico es el ‘objetivo ulterior', está más que claro que los muertos no van a regresar y es necesario poner a la economía de pie nuevamente.

¿Qué ocurrirá en el mediano/largo plazo? Nos encontraremos con un mundo bipolar - la OTAN de un lado y Rusia/China del otro, ambos con sus respectivos aliados -, enmarcado en una tensión permanente ante las crecientes capacidades militares (incluidas las nucleares), que incrementarán la puja por los recursos naturales estratégicos (bienes escasos y servicios de alta tecnología) con el objetivo de mantener/incrementar la primacía geopolítica y geoeconomía, bajo un escenario internacional donde habrá que lidiar con la escases para darle continuidad a los procesos de ingente acumulación capitalista.

En definitiva, un cocktail explosivo para las potencias que, cada uno con sus liderazgos y características propias, no abandonan el ‘leit motiv' de la existencia realista: la lucha por el poder y la riqueza. Y bajo el paradigma descripto, la finalidad superadora de las Elites que dirigen los destinos de cada nación es el propio reaseguro de su enriquecimiento, bajo una supremacía de las fuerzas de coerción en términos domésticos e inter-estatales que les permitan sostener una suficiente capacidad económica para abastecer, con la mayor cantidad de bienes y servicios posibles, a sus poblaciones. O, mejor dicho, es la forma que tienen para ‘aflojar' las tensiones sociales suscitadas ante la imposibilidad de unas mayorías empobrecidas en todos los rincones del planeta de poseer suficientes ingresos para alcanzar una canasta básica y mínima de subsistencia. Una situación que, lógicamente, preocupa (en algunos casos exaspera) a las Elites de cada uno de los Estados; simplemente por el hecho de que, cada vez más recurrentemente, ven peligrar los cimientos del statu-quo que tal celosamente protegen.

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