El Brasil de las contradicciones de Jano
Las perspectivas económicas para Brasil en 2023 se presentan en principio con un horizonte levemente positivo: desempleo bajo, deuda pública bajo control, la inflación más moderada desde finales del año pasado, y con un primer semestre que debería continuar con un crecimiento pírrico.
Los resultados económicos de 2022 nos dan buenas perspectivas para este año, especialmente en el inicio. Los últimos datos publicados por el IBGE (INDEC brasileño) mostraron un crecimiento del 2,9% en el PIB en 2022. A pesar de que fue inferior al resultado de 2021, superó la expectativa de los analistas: a principios de 2022, las proyecciones de crecimiento económico brasileño según el Informe Focus era del 0,28%. Este resultado positivo en la actividad se debió principalmente al entorno favorable del mercado laboral, con la tasa de desempleo en tendencia a la baja desde finales de 2021, un contexto de precios altos de materias primas como alimentos, petróleo y minerales, la tasa en EEUU aun no aceleraba y la economía rebotaba de la pandemia. El principal síntoma de la mejora es la tasa de desempleo que cerró 2022 en 7,9% el nivel más bajo desde finales de 2015.
La reacción de Facundo Manes y Daniel Scioli a la renuncia de Mauricio Macri
La política fiscal también contribuyó al progreso económico del país, con una deuda pública que alcanzó el 73,5% del PIB, el porcentaje más bajo desde julio de 2017. Además, se logró superávit primario en 2022 por segundo año consecutivo. Otro hecho positivo es que Brasil tiene suficientes reservas y "credere" para hacer frente a los costos de la deuda, debido a los plazos favorables de vencimiento de la deuda y su control fiscal.
El tema fiscal, aún sin una regla bien definida para controlar el gasto, está ordenado en el corto plazo, lo que ha atraído más inversionistas extranjeros y minimizado las expectativas recesivas. Sin embargo, siempre es bueno recordar que la señalización de la perspectiva fiscal por parte del gobierno actual debe ser bien definida y aceptada por los analistas. Cabe destacar que una reciente encuesta entre analistas del mercado afirma que el 98% de los encuestados cree que Lula se equivoca. Esto se debe a que la administración anterior contuvo el gasto en pleno año electoral (cualquier diferencia con Argentina es pura coincidencia) y, para mantener a Brasil en este camino favorable, la nueva administración debe tener cuidado de no gastar demasiado sin un mecanismo de control creíble. Con un desempleo bajo, la deuda bajo control y una inflación más moderada, el primer semestre debe permanecer con crecimiento moderado del PBI. Las altas tasas de interés deberían caer en breve, posiblemente a partir del segundo semestre, principalmente para sostener y mejorar la dinámica de la actividad económica. Sin embargo, el segundo semestre aún sigue siendo una incógnita ya que vendrá sin el empuje del 2022.
El Brasil de las visiones opuestas, pero con dialogo.
Frente a un escenario de moderado optimismo de corto plazo, surgen dos visiones de Brasil que se confrontan en su pensamiento económico, pero muestran lucidez política para negociar objetivos comunes.
Por un lado, nos encontramos con un presidente Lula ya desgastado políticamente, que aun busca un plan rector para su política económica y mientras tanto reflota las viejas ideologías del PT para atender a su base electoral, atacando a los empresarios, ensalzando a la maquina pública y culpando de todos sus problemas a Roberto Campos Neto (presidente del Banco Central).
En la otra vereda, observamos el surgimiento de una nueva figura en la arena política nacional que es el flamante gobernador de San Pablo, Tarcisio de Freitas. Posiblemente desconocido para los argentinos, él es un militar de carrera, que inició su vida pública de la mano de la presidente Dilma Rousseff, al frente del Departamento Nacional de Infraestructura y Transporte, para luego transformarse en el más celebre ministro de Bolsonaro al frente de un proceso gigantesco de privatizaciones, concesiones y PPP que generaron acuerdos de inversión por cerca de U$D50 mil millones para los próximos 10 años en Brasil. Este desconocido, logro ganar el Estado de San Pablo, arrebatándole el reinado de décadas al partido de Fernando Henrique Cardoso.
Las diferencias cada vez más agudas entre ambos dirigentes muestran las dos caras de un mismo Brasil. Por un lado, Lula vuelve a gobernar Brasil con un estilo distinto al del 2003 (Lula Paz y Amor), buscando romper el techo de gastos para cumplir las promeses de campaña, intervenir el Banco Central y quitarle su autonomía, volver atrás con las privatizaciones de Electrobras e intervenir Petrobras con todo lo que ello significa para la memoria colectiva de Brasil. Lula busca un Brasil con más regulaciones, empresas estatales monopólicas, un BNDES que vuelve con políticas de crédito dirigida a "los campeones nacionales" y principalmente la sumisión de la iniciativa privada al proyecto político nacional.
Mientras tanto, en San Pablo, el gobernador lleva adelante un discurso de gestión basado en la desregulación de la economía, presentando la privatización de las empresas de Energía (EMAE) y Aguas (SABESP) del Estado de San Pablo, así como la privatización del puerto de Santos, el más grande de América Latina, para lo cual necesita el acuerdo de Brasilia. Licita U$D700 millones en inversiones para la circunvalación de San Pablo en sus primeros 60 días de gobierno y se presenta en Davos frente a los inversores y empresarios con una agenda verde de transición energética (muy distinto a Bolsonaro) y apoyo a la iniciativa privada. Por último, el exministro Paulo Guedes, ya se sumó a su equipo para buscar la reforma administrativa y desburocratización del Estado provincial.
Como el Dios Jano de la mitología romana, nos encontramos con las dos caras de un mismo Brasil que miran en direcciones opuestas, pero paradójicamente muestran una gran capacidad de diálogo, lo cual quedó expuesto en la aparición pública de ambos líderes para ayudar a los damnificados por los aludes en el litoral paulista, hace un mes atrás.
Estos dos líderes tan diferentes, pero con capacidad de diálogo y con más del 50% de apoyo popular cada uno, pese a que sus ideales son diametralmente opuestos, muestran que Brasil está ante una gran oportunidad política para poder volver a abrir las puertas del crecimiento económico en el corto plazo.
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