Mayo fue otro mes difícil para Argentina. Y el dato de inflación viene a confirmarlo. Decir que los precios aumentaron un promedio de 7,8% en el último mes es preocupante no sólo por lo que significa, si no por lo que deja entrever: que el gobierno se quedó sin herramientas para contenerla. El número difundido en el día de hoy corrobora la ineficacia de las medidas implementadas hasta el momento.

Cabe entonces preguntarse, ¿cuál sería una medida eficaz?

De cara a lo que se viene, hay un elemento en particular del que se habla muy poco, sobre todo dentro del peronismo, y que me parece absolutamente clave en el diseño de cualquier programa de lucha contra la inflación: mejorar y blindar la institucionalidad del Banco Central de la República Argentina.

¿Qué quiero decir con esto? A grandes rasgos, que las autoridades de este organismo pasen de ser elegidas a dedo a ser votadas por el Congreso. Esto permitiría poner el foco en las trayectorias profesionales vinculadas con el estudio y manejo de la política monetaria antes que en el favoritismo por una persona o la conveniencia táctica y coyuntural de un solo sector. Además, se podrían desacoplar sus mandatos de las elecciones presidenciales y consagrar esa mayor autonomía en la práctica.

De esta manera, Argentina podría contar con un Banco Central dirigido por un equipo de personas idóneas y acreedoras del consenso suficiente para manejar la principal herramienta que tenemos para combatir la inflación. Nada más y nada menos. A veces, como sostenía Saint Exupéry, lo esencial es invisible a los ojos.

¿Y por qué es esencial esto? Primero, porque la reducción de la inflación es un proceso que va a demandar muchos años. Tenemos que ser claros en este punto. No hay soluciones mágicas. El que diga que sí, está mintiendo. O algo que es peor: le mintieron y lo creyó.

Se habla mucho de la actual crisis, sobre su origen y sus posibles salidas. Yo mismo he dicho y repetido que la inflación es un problema eminentemente político y no económico. Pero para frenar el aumento desbocado de precios que se está llevando puesta la confianza en el país y la esperanza de la gente, nuestra democracia necesita instrumentar los consensos que no logra con el mero voluntarismo o con discursos para la tribuna, sea la tribuna izquierda o sea la tribuna derecha. Con declaraciones de carácter, astucias tácticas y golpes en el pecho el resultado fue el mismo: 0.

Por eso, enderezar el rumbo errático en el manejo de la economía requiere de instituciones fuertes, no de acuerdos o compromisos en el aire, que pueden romperse en menos de lo que canta un gallo. Necesitamos un shock de institucionalidad en materia económica.

Tenemos una de las democracias más estables de la región, pero una de las economías más inestables del planeta. Lo que necesitamos es establecer medidas que puedan mantenerse en el tiempo y que puedan trascender a las decisiones de los gobiernos de turno. Necesitamos instituciones fuertes y capacitadas para solucionar el problema de la inflación. Y el Banco Central es, sin dudas, la más importante de ellas.

El mejor ejemplo que tenemos es el de Perú, un país al que hoy podríamos ubicar en las antípodas del nuestro. En el plano económico es uno de los más estables de la región: mantiene una inflación por debajo del 10% anual desde hace 27 años, mientras que nosotros hace más de una década que estamos por encima de los dos dígitos. Sin embargo, en el plano político es sumamente caótico: en los últimos 10 años tuvo 7 presidentes, mientras que en Argentina en ese mismo período se alternaron en el gobierno dos coaliciones políticas. Aunque no lo parezca muchas veces, en ese rubro no somos los más desordenados del barrio.

La comparación se torna más interesante si vamos más atrás en la historia. Perú sufrió una hiperinflación entre 1989 y 1990, al igual que nosotros. La diferencia es que, en el país andino, luego de esa experiencia traumática, pudieron mantener los aumentos de precios en un nivel tolerable. Encontraron la forma de hacerle su propio Nunca Más a la inflación descontrolada, en un proceso de casi 30 años. Nosotros, no.

El exitoso caso de desinflación peruano nos sirve para tener en cuenta varias cuestiones que son claves de cara al presente y al futuro y al objetivo nacional de bajar de manera definitiva la inflación.

¿Qué hizo Perú que no hizo Argentina? Primero, un plan de estabilización en serio, que redujo drásticamente la inflación, que bajó de más de 7000% anual en 1990 al 24% en 1994. Y después, algo más importante aún, una reforma de la carta orgánica del Banco Central que fue clave para consolidar de manera permanente esa baja.

Dicha reforma se basó en 3 pilares. El primero fue la introducción de metas de inflación. El segundo es el establecimiento de la independencia del directorio, compuesto por 7 miembros que no pueden ser destituidos salvo que incumplan con las disposiciones establecidas en la carta orgánica. Y el tercero fue la determinación de un único objetivo, el control de la inflación, siendo que previamente el Banco Central también se ocupaba de la promoción del crecimiento, el empleo y los ingresos junto con el desarrollo del sistema financiero. El que mucho abarca poco aprieta.

Los resultados en términos de desempeño económico son evidentes. Mientras que la economía argentina creció a una tasa promedio del 2,8% durante ese período, la del Perú fue ampliamente superior, siendo del 4,3%.

Esto llevó a que el PBI per cápita peruano se incrementara 140% entre 1990 y 2022, más que duplicando al crecimiento del argentino, que fue del 61%. Además, como muestra el gráfico a continuación, la mayor divergencia se dio en los últimos 10 años, que obviamente coincide con el período de elevada inflación y de estancamiento económico de la Argentina.

Como dijimos antes, no hay recetas mágicas. No se puede resolver de un día para el otro: si queremos solucionar el problema de forma duradera, tenemos que aceptar que nos va a llevar años. Por eso la reforma del Banco Central es clave.

Hoy muchas veces la economía gira en torno a la agenda ensimismada, ombliguista, y electoralista de la dirigencia política. Que, aunque diga que "nadie se salva solo", cree que un solo individuo puede con todo, un mesianismo que no es patrimonio de un solo partido: todavía estamos esperando de esa lógica la lluvia de dólares del segundo semestre.

Para querer, para saber, para poder, necesitamos voluntad y convicción individual, pero también instituciones fuertes. Los pilares inamovibles sobre los cuales la creatividad y la acción política se desarrollen. Como cualquier casa, hay que construirla de abajo para arriba.