La Argentina no se curó: el Fondo solo le pedirá lo que debía hacer su clase política

Acudir al consultorio del FMI no le trae buenos recuerdos a los argentinos. Y con razón. Porque a lo largo de su historia reciente, fueron muchas las ocasiones en las que el gobierno de turno necesitó recurrir a su asistencia para remediar un déficit endémico de nuestra sociedad: la vocación por gastar más de lo que genera.

Pese a los esfuerzos por abandonar este sendero, la clase dirigente todavía prefiere creer que alguien va a poner la diferencia, y que el déficit fiscal es un indicador que no tiene la relevancia que le adjudican los analistas del mercado o los inversores. Mauricio Macri se propuso avanzar en un camino de reducción de este desequilibrio, pero al hacerlo hizo una doble apuesta de riesgo: por un lado se aferró a la ilusión de que iba a tener cuatro años de financiamiento garantizado del exterior. Por el otro, pensó que podía persuadir a la clase política de que este paso era duro pero inevitable, y que si todo se hacía paso a paso, el mal trago iba a ser más digerible.

El kirchnerismo se financió con emisión monetaria e inflación. Macri optó por los mercados. Podría haber ido al FMI en el arranque de su gestión, y conseguir un reaseguro con menos condiciones que las que tendrá que enfrentar ahora.

La oposición se regodea con este momento de debilidad del Gobierno, pero demuestra que sigue sin entender que no es solo Macri el que queda encerrado en este callejón si sigue la salida de capitales y el dólar no deja de trepar.

El Ejecutivo tiene varias lecciones para procesar. Macri aprendió que ponerle una meta a cada ministro y al BCRA no garantiza que se cumplan en conjunto. El cronograma de ajuste tarifario ayudó al déficit pero no a la inflación. Sin embargo, en este contexto de pérdida de apoyo financiero, dar marcha atrás como pretende la oposición en el Congreso es la peor señal que puede dar la política.

El mundo espera que la Argentina se decida a vivir sin depender del crédito, ya sea del mercado o del FMI. Hasta que eso no suceda, siempre deberemos rezar para que nos presten dólares o pagar tasas exorbitantes para que acepten nuestros pesos.

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