El ruido financiero no se desvincula del desplome real

La situación económica y financiera del país luce síntomas de un franco deterioro y hasta el establishment internacional alerta por la evidente insustentabilidad de la trayectoria vernácula. 

En las últimas semanas afloraron datos oficiales y de consultorías sobre las negativas consecuencias que el modelo económico en general y el ajuste del Gobierno en particular están provocando en toda la economía. A medida que la información fluye, el contexto internacional cambia. En el ámbito político, muchos señalan rasgos notorios de inquietud en los mercados. La situación se agrava y cada vez se hace más cuesta arriba sobrellevar el día a día . 

Pese a las diferentes circunstancias del caso, el problema de fondo sigue siendo el mismo: la instauración de un modelo económico inconsistente en su funcionamiento, otrora fracasado, pero esta vez maquillado con ribetes sociales para estirarlo un poco más en el tiempo.

Los sectores fuertes de este modelo, el financiero y el agroexportador, manejan una lógica que nada tiene que ver con un modelo de desarrollo e inclusión social. Se enfocan en la obtención de grandes beneficios y la formación de activos en el exterior en monedas duras. Si a eso le agregamos que el Estado se ocupa de financiarlos, poco queda para el ciudadano común.

Hoy el país está fuertemente endeudado, fruto de la política aplicada, y no cuenta con los recursos genuinos para afrontar sus compromisos financieros, salvo por el respirador artificial que supone el desembolso del FMI.

Se calcula que en la era Macri la deuda nacional, provincial y corporativa ascendió a más de u$s 174.000 millones, que se usaron para cubrir gastos corrientes, financiar la fuga de capitales y el pago de intereses de la propia deuda que contrae el gobierno.

El mercado evalúa este escenario fragilidad financiera y aprovecha las debilidades del Estado en un contexto de liberalización de flujos: al mínimo amague de un descenso de la tasa de interés, el capital financiero mostró sus dientes y el dólar comenzó a despabilarse, encendiendo las alarmas de quienes tienen a su cargo la política de precios. Sólo el stock de plazos fijos alcanzó en febrero el 1,1 billón de pesos, a lo que hay que sumarle las Leliq, y parte del circulante y otros activos líquidos que puedan trasformarse en divisa.

El BCRA corrió detrás y volvió a subir los rendimientos. Pero pareciera que de poco sirvió: el dólar superó los $ 42 (un salto del 12% en pocas semanas) pese a que la tasa de interés volvió a estar arriba del 50%. Las ansias del mercado son cada vez más grandes y se están llevando por delante al sector real de la economía: al sector productivo. 

Poco a poco, se abre la puerta a una nueva corrida cambiaria que en un breve lapso de tiempo puede reeditar la peor escena de una película que ya vimos: otro salto en la inflación, un mayor desplome del salario real, caída generalizada de las ventas y de la producción, despidos y pobreza. Un problema ya sistémico.

La política del Banco Central le está costando una enormidad de recursos a los contribuyentes, teniendo que afrontar un déficit cuasi fiscal de miles de millones de pesos para mantener el dólar calmo mientras, por otro lado, se busca bajar el gasto primario: una medida contractiva en lo económico y en lo social, que suma inconsistencia al modelo. Ya el mercado descartó el déficit cero, por la caída en la recaudación y prevé mayor contracción del PBI para 2019.

Los últimos días el veranito financiero se llenaron de nubarrones y los inversores se desprenden de los activos argentinos intensificando la fuga de capitales. Sólo en enero se fugaron u$s 2.000 millones por FAE. El Merval acusó el golpe, con una baja del 12% en sólo seis ruedas y la suba en el rendimiento de los bonos elevó el riesgo país a 750 puntos. Mientras tanto, la inflación sigue sin poder encausarse. El relevamiento del BCRA ya la ubica en 31,9% para este año, pero viene francamente en ascenso. Entre la suba de los servicios regulados y la inflacion núcleo que no para de subir, con el dólar actual, el piso para este 2019 está en el 40%.

El vínculo entre la economía real y la financiera es concreto. La construcción sufrió en enero un retroceso del 15,7%, la actividad industrial lleva nueve meses de bajas consecutivas con un descenso en enero del 10,8%, las automotrices suspenden trabajadores de a miles, con caídas en las ventas del 50% y en la producción del 29% y subas en los precios de los cero kilómetros del 6% en el arranque del año. El PBI cayó un 7% en diciembre y consolidará una baja de alrededor de 2,6% en 2018, tras el salto del dólar del 100%. Pero ahora los inversores se están fijando en los pésimos resultados del programa económico, que se publican diariamente. Y es la economía real que está sumando descrédito al sector financiero, como lo refleja el alza del riesgo país hasta más de 750 puntos básicos.

Los inversores ya internalizaron que no hay mucho margen en una economía que opera con el 50% de su capacidad instalada. Con un contexto internacional muy cambiante donde recrudece la guerra comercial entre China y Brasild, nuestra economía ve uno tras otro cómo se van apagando los posibles motores de recuperación económica de cara al tan mentado "segundo semestre".

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