El dólar argentino

Desde la fundación del Banco Central (BCRA) en 1935 hasta la fecha, la inflación promedio en Argentina ha sido del 55% anual. Estrictamente hablando, si bien Argentina posee el Peso como medio de cambio, carece de moneda propiamente dicha, dado que a lo largo de casi toda su historia la moneda argentina no ha sido reserva de valor y se complica su uso como unidad de cuenta.

Le hemos sacado trece ceros a la moneda, cada cero implicó la confiscación del 90% de su poder adquisitivo. No sorprende que Argentina posea bajos niveles de ahorro interno y dependa tanto del crédito externo, que luego se transforman en la famosa restricción externa y los sudden stops. La histórica inflación argentina también sugiere que el problema es de naturaleza institucional y excede a la administración del BCRA.

Las dificultades de la actual administración del BCRA para bajar la inflación muestran que no alcanza con estar técnicamente preparados. El único período importante sin inflación fue cuando el BCRA tuvo sus manos atadas con la ley de Convertibilidad.

Dado que los problemas monetarios argentinos superan a los desafíos de la política monetaria, es necesario ser más audaces, creativos y reconsiderar las actuales instituciones monetarias.

Cachanosky y Ravier sugieren dolarizar la economía argentina de forma parecida a los casos de Ecuador y Panamá. Una alternativa sería realizar un tratado internacional con Australia y Canadá para crear el Dólar argentino, una moneda convertible, mitad en dólares australianos y mitad en dólares canadienses (o en la proporción que se estime óptima.) El tratado incluiría la ganancia producida por el señoreaje. La ventaja sobre la Convertibilidad con el dólar de Estados Unidos, es que Australia y Canadá poseen economías similares a la Argentina, de modo que cuando cae el precio de los commodities se ven afectadas las exportaciones de los tres países más o menos del mismo modo, pero las tres monedas se depreciarían naturalmente con respecto al dólar americano para restablecer el equilibrio. Además, son dos países a los que Argentina debería aspirar a imitar ambos poseen un sistema monetario mucho más sólido que el argentino.

Dado que el BCRA es incapaz de ofrecer una buena política monetaria más allá de su administración de turno, mejor sería adoptar la de países que sí pueden hacerlo. Para mayor estabilidad monetaria, el Dólar argentino ha de competir en igualdad de condiciones con cualquier otra moneda que los argentinos deseen utilizar.

El beneficio económico de refundar nuestra moneda no se limita a temas monetarios. En primer lugar, la incorporación del Dólar argentino sería una medida expansiva, en lugar de contractiva. Entre otros efectos, se incentivaría el ahorro interno en , se monetizaría la economía y se expandiría el crédito a largo plazo a tasas bajas (en paralelo se podría pensar en un sistema de banca off-shore para poner a resguardo del Estado Argentino los ahorros personales.) Permitiría eliminar todo tipo de indexación, sean de jubilaciones o salarios, reduciendo la conflictividad con los sindicatos que verían reducido su poder.

Las negociaciones salariales pasarían a ser en función de la productividad de cada empresa. Se facilitarían los contratos y los controles sobre los precios que paga el Estado, reduciendo la corrupción pública y privada. También facilitaría la tarea de los consumidores para obtener mejores precios. La estabilidad de la moneda mejora a los precios como sistema de señales aumentando la productividad de la economía.

Podría sumarse un segundo gran beneficio junto a la estabilidad de la reforma monetaria, debe acompañarse con Acuerdos de Libre Comercio con la mayor cantidad de países posibles. De ser necesario, estos acuerdos deberían ser individuales (como el caso chileno), en lugar de a través de un bloque como el Mercosur que funciona más como proteccionismo ampliado que estrategia de apertura comercial.

Los socialistas argentinos de comienzos del siglo XX, como Enrique Dickman o Alfredo Palacios defendían la moneda sana y el libre comercio porque sabían que son la mejor manera de defender el salario de los trabajadores. En las economías cerradas, el empresario puede poner altos precios lo que deprime el poder adquisitivo de los sueldos. En la práctica es fácil comprobar que las economías abiertas y con monedas sólidas los salarios son mucho más altos y son más bajas las tasas de desempleo.

No obstante, hay otro beneficio político importante a destacar. Un dólar argentino que sea convertible en dólares canadienses y australianos alejaría al debate político del antiguo y cerrado debate de economía abierta versus sustitución de importaciones que tan magros resultados ha producido, a discutir si Argentina debe ser más como Canadá o Australia. Más allá de sus diferencias, ambos son países de economías libres, abiertas, y de altos ingresos.

Argentina no sólo necesita una revisión profunda de sus instituciones monetarias y financieras, necesita también un cambio de mentalidad y visión del mundo. Una reforma como la del Dólar argentino contribuiría en ambos frentes.

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