En un mundo que busca ir más allá de los hidrocarburos, prever la demanda de petróleo es cada vez más complejo y objeto de debate. Basta con observar las distintas proyecciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y de la OPEP, dos organismos que, en teoría, deberían saber hacia dónde se dirigen los mercados petroleros.
Para 2026, la AIE proyecta un crecimiento moderado de 770.000 barriles diarios (b/d), lo que llevaría la demanda a cerca de 106 millones de b/d, unos 10 millones de barriles diarios más que hace una década. La OPEP es más optimista y prevé un aumento de entre 1,3 y 1,4 millones de b/d, mientras que la Administración de Información Energética de Estados Unidos (EIA) espera un crecimiento de 1,1 millones de b/d. Esta brecha es llamativa si se considera el corto horizonte de apenas un año. Pone de relieve las dificultades para predecir la demanda en un contexto de cambios en las políticas, la tecnología y los esfuerzos de sostenibilidad, lo que hace que el futuro del petróleo sea dinámico e incierto.
Si un horizonte de 12 meses ya es difícil, ¿qué ocurre con uno de 25 años? El mes pasado, la AIE publicó su informe de largo plazo World Energy Outlook 2025, con escenarios que van desde una demanda de petróleo resiliente hasta fuertes caídas estructurales. Al sumar las proyecciones de empresas y agencias energéticas globales aparecen trayectorias incluso más alcistas y más bajistas que las de la AIE. La divergencia es casi cinematográfica: futuros proyectados con confianza, pero aún no probados.
Aun así, muchos esperan una caída drástica en un plazo de 25 años. Pero ¿es realista cuando la infraestructura global sigue estando construida sobre hidrocarburos?

La historia recuerda lo difícil que es abandonar infraestructuras arraigadas y utilizadas durante siglos en busca de alternativas. En la década de 1850, antes del descubrimiento del petróleo crudo en 1859 en Titusville, Pensilvania, el aceite de ballena dominaba la iluminación y la lubricación. El aceite de cachalote, considerado entonces de combustión limpia y estable, se utilizaba para lubricar relojes, armas de fuego y otros mecanismos. El aceite de ballenas jorobadas, azules, rorcuales, boreales y francas era de menor calidad y se usaba de forma más barata para iluminación, entre otros fines. Aunque la flota ballenera de Estados Unidos era dominante, el país seguía importando volúmenes significativos de aceite de ballena de otras naciones, como el Reino Unido y Francia.
Estados Unidos dependía fuertemente del aceite de ballena, pero las importaciones fueron cayendo a lo largo de décadas a medida que crecía la producción doméstica de petróleo crudo. Para el siglo XX, las importaciones de aceite de ballena eran mínimas y se limitaban sobre todo a usos ceremoniales o especializados. ¿Qué lección se puede extraer hoy de su declive?
La primera lección es que una caída en la demanda de una fuente de energía durante una transición no implica que esa demanda colapse de inmediato. Las importaciones de aceite de ballena empezaron a disminuir antes del descubrimiento del petróleo en 1859, pero tardaron unos 50 años en volverse insignificantes. Incluso medio siglo después, Estados Unidos todavía importaba aceite de ballena por un valor equivalente al 5% de los niveles de 1859. En pocas palabras, cambiar los sistemas energéticos lleva mucho tiempo.
La segunda lección es que una desaceleración del crecimiento de la demanda en una industria energética no significa que los precios y la volatilidad desaparezcan. A medida que el sector se achica, la inversión en la oferta cae por la incertidumbre, lo que provoca subas de precios y mayor volatilidad para los consumidores que siguen dependiendo de ese insumo. En el caso del aceite de ballena, las importaciones comenzaron a caer en la década de 1850, pero los precios siguieron siendo volátiles y solo se normalizaron después de 50 años.
Desde 1859 se ha construido una enorme infraestructura basada en hidrocarburos, que moldea la energía, el transporte y las economías. Aunque la innovación tecnológica es hoy más rápida, el reemplazo a gran escala por alternativas como la energía solar o nuclear no ocurrirá de la noche a la mañana —ni siquiera en un plazo de 25 años— de una forma que altere de manera sustancial la matriz energética. Un alejamiento rápido de los hidrocarburos es poco probable, sobre todo cuando las economías emergentes siguen dependiendo de los combustibles fósiles. Dada esta incertidumbre, ¿al menos es posible estimar la demanda futura de petróleo?
Proyectar la demanda de petróleo en función de la población es imperfecto, pero ofrece pistas. Históricamente, el crecimiento de la demanda mundial de petróleo ha seguido de cerca el crecimiento poblacional, ya que más personas implican mayor consumo de energía para transporte, calefacción, electricidad, industria y actividad económica. Utilizando las proyecciones demográficas de la ONU, la demanda podría alcanzar los 108,6 millones de b/d en 2030, 116 millones de b/d en 2040 y 122 millones de b/d en 2050, frente a unos 105 millones de b/d en la actualidad. Sin embargo, las políticas climáticas hacen que este modelo simplificado sea insuficiente por sí solo.
El World Energy Outlook de la AIE plantea dos resultados posibles. El primero es un “escenario de políticas actuales”, que refleja las medidas vigentes y proyecta que la demanda aumente hasta 113 millones de b/d en 2050. El segundo es un “escenario de políticas declaradas”, que incorpora un abanico más amplio de iniciativas y prevé que la demanda alcance un pico en 2030 para luego caer hasta 97 millones de b/d en 2050.
Se trata de futuros muy distintos para el petróleo. Las empresas energéticas de Estados Unidos y Europa también muestran visiones divergentes sobre la demanda futura. En conjunto, las proyecciones oscilan entre 88 millones y 113 millones de b/d. En mi opinión, la demanda terminal de petróleo probablemente se acerque más a los 115 millones de b/d hacia 2050. Por supuesto, todo esto sigue siendo una conjetura informada. Con tanta incertidumbre y visiones encontradas, el pensamiento adaptativo resulta esencial a la hora de proyectar la demanda energética.
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